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* Contenido adulto. Léalo bajo su propia responsabilidad 😉

Sábado. Por fin es sábado. Y estoy tan contenta que no paro de tararear canciones sin sentido. Ayer hice mi maleta y estoy en la ducha mientras Juan prepara la suya.

Media hora después estoy en el coche esperándole. Le veo por los retrovisores mientras arrastra su equipaje por la acera. Cuando llega a la parte trasera del coche abre el maletero y mete el bulto junto al mío.

— ¿Preparado?— le digo emocionada cuando se sienta a mi lado.

Como única respuesta recibo una sonrisa. Intento no darle importancia, arranco el coche y salimos de la ciudad. Espero que su comunicación mejore porque si no creo que este viaje será en balde. Pero tengo puestas todas mis ilusiones en las próximas veinticuatro horas, por lo que decido pasarlo por alto.

Media hora después miro de reojo a Juan. No ha dicho ni una palabra mientras está escribiendo frenéticamente en su portátil. Intento controlar mi enfado pero no puedo evitar recriminárselo.

— Juan ¿es necesario que trabajes ahora?

— Lo siento Ana, te dije que tenía pensado trabajar hoy en el despacho. Y como no he podido, estoy adelantando ahora un informe que tengo que entregar el lunes a primera hora.

— Si no querías venir, me lo tendrías que haber dicho.

Suspira y deja el portátil a un lado.

— Hagamos un trato. Yo trabajo durante el viaje y después no vuelvo a tocarlo ¿de acuerdo?

No. La respuesta es no. Pero no quiero empezar a discutir, así que asiento.
La siguiente hora es de silencio, total y absoluto. Mi cabreo va aumentando por cada kilómetro recorrido pero me recuerdo a mí misma el motivo de este viaje e intento centrarme en ello.

Cuando aparco delante de la cabaña, Juan estira su cuerpo y hace movimientos con su cuello para desentumecer los músculos. Por fin observa donde nos encontramos y me mira. Una sonrisa sale de mi boca.

— ¿Te gusta?

— No podía imaginarme sitio mejor, amor— se inclina hacia mí y me roza los labios de manera rápida.

Sale del coche y cierra la puerta. Saco las llaves del contacto y respiro profundamente mientras agarro el volante con las dos manos. Venga Ana, pon todo de tu parte. Juan ha sacado las dos maletas y se dirige al edificio principal, mientras yo cierro el coche. Alrededor de éste, se encuentran las cabañas, separadas unas de otras, para los huéspedes.

— ¿A nombre de quién está hecha la reserva?— pregunta la recepcionista.

— Al mío, Ana Heras.

Después de mostrar nuestros documentos, nos dirigimos a nuestra cabaña. Juego con las llaves en mi mano, estoy demasiado alterada. En mi cabeza, a lo largo de los últimos días, me he imaginado cómo será pasar tiempo a solas con Juan. Pero tengo miedo a no cumplir mis propias expectativas, a que todo sea demasiado...normal.

Al abrir la puerta todos los recuerdos me golpean cruelmente. Tanto que me quedo estática en el felpudo. Las risas y besos que nos dimos vienen a mí. Los momentos vividos acuden presurosos e invaden mi mente. Aquella maravillosa conversación en el sofá, la ducha compartida, la preparación de la cena. Todos y cada uno de los recuerdos fueron vividos intensamente, como si no hubiese un mañana, como si todo lo que quisiésemos tener estuviese en nuestras manos.

— Ana, entra que necesito ir al baño.

La realidad vuelve a mí, doy un par de pasos apartándome de la puerta y Juan se dirige al final del pasillo. Qué diferente fue todo hace cuatro años. Él ha cambiado, el mundo ha cambiado; y sospecho que yo también.

Voy a la cocina a beber un poco de agua. Miro la hora. Las doce de la mañana. De repente no tengo ganas de estar aquí. Hubiese sido más fácil quedarme en casa y dejar que Juan se fuese a trabajar. Evitar esta situación, mantener la rutina habría sido mucho más cómodo.

— ¿Vamos a dar un paseo?

Su voz hace que me gire y le sonrío. Cojo mi cámara de fotos y después de cerrar la cabaña nos dirigimos a un sendero que nos lleva por el bosque. El silencio es interrumpido por algún ruido procedente de pájaros y nuestras botas al romper algunas ramas. Nos dirigimos a un mirador que se encuentra a un par de kilómetros de la cabaña. Hago fotos del sendero que desaparece en una curva unos metros más adelante y a Juan de espaldas con la mirada perdida en algún punto a su derecha.

Cuando los árboles se abren, el paisaje me deja sin respiración, igual que la primera vez. Me siento en un tronco y me dejo llenar de la sensación de inconmensurabilidad de las vistas. Respiro hondo dejando que mis pulmones se llenen de aire limpio.

— No lo recordaba tan bonito.

La voz de Juan me hace girar la cabeza hacia él. Está sentado en una piedra cerca de mí.

— Ha pasado mucho tiempo— musito.

— Sí, es verdad. La primera vez que vinimos todavía éramos estudiantes.

Y estábamos locos el uno por el otro. Pero no me atrevo a decirlo en voz alta.

— Fue un gran fin de semana.

Mi comentario hace que me mire y me regala una sonrisa nostálgica y algo triste.

— Sí lo fue.

Vuelvo a mirar el paisaje y me dejo arrastrar por los recuerdos. Las risas y conversaciones inundan mis pensamientos. La felicidad hecha momento. Aquella noche donde nos amamos hasta quedarnos llenos el uno del otro. Después de hacer el amor un par de veces nos quedamos charlando hasta el amanecer de todo y de nada. De nuestro futuro, de nuestros sueños, de lo felices que nos hacíamos, de cómo nos conocimos. Probablemente la mejor noche de mi vida. Y fue con el chico que está conmigo ahora mismo. Pero ya no es lo mismo. Sé que no debo comparar pero sin embargo lo hago.

— ¿Volvemos?

Asiento. Sigo a Juan por el sendero de vuelta a la cabaña. Directamente me encierro en el baño y decido ducharme. Siempre me ayuda a despejar mi mente.

Veamos mis opciones. Puedo hacer como esta mañana y dejar pasar las horas. Contras de escoger esa opción: dejaría de hacer lo que necesito para cumplir mi objetivo que no es otro que mejorar nuestra relación.

La otra es intentarlo, charlar, hacer que se lo pase bien. Pero es un poco patético esforzarte tanto para mantener una conversación agradable con tu pareja ¿no? Joder, y hace tanto que no me toca. Mientras enjabono mi cuerpo recuerdo retazos de momentos juntos, flashes sexuales. Momentos en la ducha donde acabábamos haciéndolo debajo del agua. Mis pezones se ponen duros al recordar aquella vez que me masturbó por encima de mi ropa interior en un restaurante. Su mano debajo de mi falda y mis intentos de parecer normal, mientras por dentro un orgasmo recorría mi cuerpo.

¡Mierda! Necesito sexo y lo quiero con él. Y cualquiera sabe que si a una mujer se le antoja algo, nada puede interponerse en su camino. Pero tengo que bajar esta calentura. Así que me toco, imaginando que mis manos son las suyas, que sus dedos buscan, exploran y aprietan mis pechos. El agua recorre mi cuerpo y la otra mano baja despacio, rozando la piel de mi abdomen hasta llegar al lugar exacto donde el roce de las yemas de mis dedos me producen un latigazo de placer.

De hoy no escapas. Es mi último pensamiento antes de gemir y dejarme invadir por el orgasmo.

A mitad de camino   (STAND BY) #BestBooksWo Geschichten leben. Entdecke jetzt