Migajas

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—¿Cómo lo supiste? —inquirió con curiosidad la detective Stone cuando bajaron del taxi frente al hospital de Barts.

—No se trata de saber, sino de ver, aunque en este caso fue por el aroma —contestó Sherlock cerrando la puerta del taxi.

La detective se detuvo momentáneamente con gesto pensativo.

—Espera... ¿me estás diciendo que supiste la relación de Gallagher con el Moulin Rouge sólo por el olor? —dijo imaginando en el momento a Holmes como una especie de perro sabueso. Tenía que admitir que era una una imagen divertida.

—Oh, eso. Vi una de sus tarjetas en la oficina de la mujer que entrevistamos en el Moulin Rouge; la imagen de su logo es muy similar a los bustos que había en el pasillo de la entrada. Yo hablo de ti —puntualizó y abrió la puerta para entrar a Barts.

—¿De mí? —Stone se señaló así misma con la mano derecha para caer en cuenta al instante a qué se refería Holmes; suspiró y contó mentalmente— Me alegra tanto que estemos en un lugar público, matarte me traería problemas —dijo mientras atravesaba la entrada, dejando al hombre con la puerta sostenida y sin entender la razón de la molestia de la detective.

Sherlock entró segundos después para toparse con la espalda inmóvil y desorientada de Stone ante su (bastante obvia) primera visita a Barts. Se aclaró la garganta y se abrió camino hacia uno de los pasillos que daban a la morgue. La detective apretó el paso y lo siguió a regañadientes.

Holmes empujó con ambas manos las grises puertas que daban hacia un pasillo amplio; las luces blancas le daban un aspecto tétrico y frío, y el aroma a químicos que se expandía por toda la zona sólo servía para reafirmar en qué sitio estaban. Este último provocó que la detective arrugara la nariz.

—¿Por qué Londres? —demandó de pronto Sherlock a la detective, quien venía detrás.

—¿Cómo es posible que sólo con el olor? —esquivó mientras veía los laboratorios a través de los cristales.

Sherlock la miró por encima de su hombro, notando así el entrecejo arrugado y la mirada inquieta que recorría el pasillo lado a lado. Holmes hizo una media sonrisa, claramente seguía molesta pero su emanante curiosidad por saber la respuesta la delataba.

—Primer indicio de que te preparabas para una cita: ropa con la intención de ser agradable a la vista junto con maquillaje y peinado, pero cargas la chamarra que usas habitualmente para el trabajo; fue un regalo de alguien cercano y a quien le tienes afecto, así que estabas en tu casa cuando recibiste la llamada de John. El aire de afuera trajo el olor de tu perfume, el cual es distinto al que usas regularmente puesto a que es mucho más suave y poco perceptible al olfato, lo que nuevamente sugiere es para alguien con quien tienes... —pausó unos segundos para suavizar la voz— una relación estrecha e íntima.

Stone ya empezaba a familiarizarse con las habilidades de deducción de Holmes, pero el detalle de la chamarra la tomó por sorpresa. La idea de que pudiera saber tanto de ella con sólo mirarla le ponía los pelos de punta, y a pesar de que le había respondido con más tacto que en otras ocasiones, procedió muy renuente a devolverle la cortesía.

—Me cuesta trabajo encajar, creí que cambiar de unidad sería algo bueno para mi carrera. Homicidios sonaba prometedor y menos problemático... aunque a veces me pregunto si fue buena idea —suspiró lanzando miradas nada suaves a la espalda de Holmes.

—No. Respuesta evasiva —enunció Holmes para desagrado de la detective.

Sherlock dio un respingo cuando la detective le cerró el paso antes de entrar a la morgue.

—Esta vez ha sido mi culpa, yo te pregunté —dijo alzando el rostro para encontrarse con la mirada confundida de Sherlock, quien intentaba descifrar el porqué de la reacción—. ¿Recuerdas el trato? —dijo alzando ambas cejas—, te dejaría investigar los casos si cumplías las condiciones: tus huellas lejos de la evidencia, no deducciones a menos que ayuden al caso.

El misterio de TaurusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora