Tensión

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Sherlock terminaba de abotonar el puño de su camisa; su cabello estaba todavía húmedo y pequeñas gotas de agua resbalan por las puntas de sus bucles y nuca, había tomado un baño luego que John no dejara de decirle lo mal que olía y otras miles de razones absurdas. Levantó la vista y se encontró con su reflejo en el espejo, habían pasado semanas desde la última vez que se había mirado así mismo.

Podía ver las enormes ojeras yacentes debajo de sus ojos y su opaca y apagada piel, signos evidentes de las continuas noches de insomnio y otros excesos; estaba tan maltrecho como su alma. Desvió la vista y se concentró en ponerse su saco.

Le parecía una ridiculez aquel trato que la detective le había propuesto, pero por ahora era su única vía para salir de aquellas cuatro paredes que se habían vuelto una especie de prisión. Ya encontraría la forma de deshacerse de ella en la primera oportunidad, o, en el mejor de los casos, ella se hartaría y abandonaría como todos los demás. Sólo pensarlo le provocó una especie de deleite y sonrió maliciosamente.

Salió del cuarto para encontrarse con John, que bebía una taza de té recién hecho y quien no pudo esconder su cara de asombro cuando miró a Sherlock.

-¡Vaya!, lo que puede hacer un buen baño -exclamó sonriendo y algo divertido con la cara de fastidio de Sherlock.

Sherlock buscó a la mujer pero no parecía haber señales de ella.

-Está en el pasillo atendiendo una llamada -dijo John, volviendo su concentración en el periódico que leía.

La detective regresó a la cocina y se topó con Holmes, quien se servía una taza del té hecho por su amigo. Sin duda el baño le había dado un aspecto mucho más limpio, aunque a su parecer todavía lucía algo desaliñado debido a lo arrugado de su traje. "Definitivamente necesita una afeitada", pensó.

Un teléfono vibró sobre la mesa, atrayendo la atención de Holmes y la detective que observaban cómo John aparentaba ignorarlo deliberadamente mientras sonaba una y otra vez.

-¿John? -preguntó su camarada mientras le daba un sorbo a su té. El minuto transcurrido con aquel teléfono inquieto se le había hecho eterno.

-¡Es la primera vez en semanas que puedo sentarme tranquilamente a leer el periódico y beber un té caliente! -dijo señalando cada uno con la mano-, sin tener que escuchar los llantos de mi hija exigiendo que la cargue en brazos para dormir cinco minutos y despertarse tan sólo sentir el colchón de su cuna y continuar así hasta las tres de la mañana -John desahogó antes de darse cuenta de su agitación-. Lo siento, no he dormido bien -dijo recobrado la compostura. La detective y Holmes miraban confundidos sin saber qué decir.

-Bien, ¿piensas venir con nosotros? -Holmes mostró una amplia sonrisa.

-Claro- John se levantó deprisa de su asiento-. Ehm... quiero dejar en claro que amo a mi hija -la detective asintió y sonrió educadamente.

Sherlock caminó directamente escaleras abajo para tomar su abrigo mientras John le seguía de cerca y sin deterioro alguno salieron hacia la calle, en donde el detective alzó su mano para hacerle la parada a un taxi. El vehículo aparcó y Holmes abrió la puerta, pero antes de entrar, Watson lo tomó por el antebrazo.

-¿Ahora qué? -dijo en tono seco sin mirar a su amigo.

-¿Dónde está la detective Stone?

-Dijo que nos alcanzaría.

-Estás intentando deshacerte de ella, ¿cierto? -dijo John en tono acusador mientras Sherlock se dejaba caer pesadamente sobre el asiento trasero del automóvil.

-Vaya, John, has aprendido a observar, ¿eh? -dijo en un falso tono de broma.

Antes de que pudiera contestar, John se vió interrumpido por la detective cuando esta salió aprisa del departamento. Creía que Sherlock había huido nuevamente, y al verlo sentado en la parte posterior del taxi, respiro aliviada.

El misterio de TaurusWhere stories live. Discover now