Sobrevivencia

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Sherlock estaba sentado en el piso contemplando las carpetas abiertas que tenía alrededor de él. Había estado tan concentrado toda la noche leyendo y clasificando los casos que ni siquiera se había tomado la molestia de cambiarse de ropa para que no le restase tiempo. Miró los archivos a su derecha que a simple vista parecían no tener relación alguna entre ellos, pero había detalles que lo inquietaban por lo que optó por darles una segunda revisión. El resto simplemente iban a la pila de desechos aburridos.

Se levantó y caminó hasta la pared donde había pegado informes y fotografías de las escenas que había sacado de los archivos.

La puerta se abrió: era la señora Hudson que llevaba una bandeja con algo de té y galletas.

—Querido, ¿acaso no dormiste? —dijo mirando el desorden de papeles que había en el suelo— ¡Oh, por Dios! esos... ¿esos son cadáveres? —miró horrorizada las fotografías de la pared.

Sherlock ignoró lo dicho por la señora Hudson.

—Solo té y... una galleta para mí —dijo sin dirigirle la mirada.

Dejó sobre el pequeño escritorio la bandeja con el té y las galletas.

—Más te vale que no dejes ese desorden, jovencito —dijo en tono cálido pero autoritario—. Recuerda que soy tu casera, no tu ama de llaves.

Al quedarse nuevamente solo, Sherlock suspiró y evaluó con aprecio el espacio que hacía el silencio. Era hora de volverse a concentrar.

Holmes le dio un mordisco a una de la galletas que había traído la señora Hudson, se sacudió las manos y se sirvió té en una de las tazas, pero antes que pudiera dar el primer sorbo, alguien tocó la puerta principal. Decidió ignorarlo pero esta vez tocaron con más insistencia que la primera.

—¡Señora Hudson!, ¡Señora Hudson! —gritó, pero no obtuvo respuesta alguna. Enfurruñado, bajó las escaleras.

Al abrir la puerta se encontró con un John sonriente, quien cambió su expresión tan pronto notó el aspecto sucio y descuidado del detective.

—¿Cuánto tiempo llevas así? —dijo mirándolo de pies a cabeza.

—¿Huyendo de tus deberes paternales? —contestó.

Watson lo miró serio.

—Cállate —respondió un tanto molesto. Solía admirar la habilidad de su amigo para deducir pero odiaba que lo hiciera con él.

Finalmente, ambos sonrieron y subieron las escaleras hasta la sala de estar.

John abrió la puerta y sus cejas saltaron al percibir la cantidad de papeles regados por el suelo, las grandes torres de carpetas apiladas y el rebose de hojas arrugadas que sobresalían del bote de basura. Dio un paso más y recorrió con la mirada el piso hasta finalmente toparse con las fotografías en la pared.

—¿Has estado ocupado, eh? —dijo enarcando ambas cejas y mirando a Sherlock, quien mostraba una sonrisa tambaleante.

—¿Tienes sed? —se apresuró a tomar la tetera y ofrecerle la bebida a Watson.

—No, gracias —miró escéptico al hombre ante la aparente muestra de amabilidad—, pero puedo aceptarte un par de galletas.

John caminó hasta la cocina en lo que mordía un pedacito de la repostería de la señora Hudson. El sitio no lucía en mejor estado que la sala. Se giró para ver de nuevo a su amigo, quien había retomado su actividad anterior con las carpetas, y fue entonces cuando fue consciente de algo que no había notado antes: Sherlock estaba solo en su departamento, sin supervisión y con una pila de casos.

—¿Estás solo?

—No. la señora Hudson está abajo haciendo quién sabe qué —respondió sin voltear en lo que pretendía seguir leyendo e ignorando la clara sensación de ser observado a sus espaldas.

—¿Y la agente Stacy? —John cuestionó y se cruzó de brazos, mostrando gradualmente una apariencia de disgusto.

—¿Quién? —Sherlock se giró y miró confundido a su amigo.

—La chica a la que hiciste llorar —dijo llanamente con la vista al techo. Quizás, si conseguía concentrar su mirada con suficiente fuerza hacia aquel lugar, lograría deshacerse de su inquietud y pasársela a los seres cósmicos. Sí, Sherlock tenía ese efecto.

—Oh, ella —apretó los labios—. Se esfumó cuando le dije que el prometido la engañaba con la dama de honor. Creo que merecía saberlo —dijo encogiéndose de hombros como si le hubiese hecho un favor—, tú estabas allí.

John se cubrió la cara con la mano y movió la cabeza en señal de desaprobación. Aún recordaba el estado de shock en el que había quedado la pobre chica luego de que Sherlock hiciera esta declaración dentro de Scotland Yard... justo cuando todos la felicitaban por su compromiso. La piel se le enchinaba al acordarse del peso de las miradas que recaían por igual en el hombre engreído y en él. Ser mirado así por medio cuerpo policiaco le aligeraba en un 0% el corazón.

—Espera... no tenías asignado a un tal... ¿Harrison? —dijo desorientado.

Sherlock suspiro fuertemente y cerró de golpe la carpeta. El interrogatorio de John comenzaba a fastidiarlo.

—¿Vas a ayudarme o pasarás toda la maldita mañana con tu ridículo interrogatorio?

—Sherlock, no veo presente a ningún oficial y apuesto a que no hay nada legal en la manera que conseguiste todos estos archivos —sentenció mientras señalaba las carpetas en el piso.

—¡Necesito casos que me desafíen, John! Los necesito... los necesito... —su voz fue perdiendo fuerza mientras presionaba sus manos en forma de puño. En cambio, su respiración se hacía más ruidosa.

El semblante de John cambió rápidamente a uno de preocupación. Le afligía ver a su amigo luchando con sus demonios internos (que al parecer seguían poniendo resistencia por más que los atacase).

Sherlock le dio la espalda al doctor. Odiaba que lo miraran en ese estado tan lamentable; el despertar lástima hacía que sintiera asco de sí mismo y de su poca fuerza de voluntad. El hecho de haber sido en algún momento el detective consultor más famoso de Inglaterra y que ahora no fuera más que un simple drogadicto ante la mirada del mundo era suficiente para atormentarlo.

—Sherlock —John hizo una pausa en lo que intentaba hallar las palabras correctas—... sé que esto es difícil... pero no puedes ir por ahí haciendo lo que quieras sin esperar que no haya consecuencias y...

—¡Suficiente!, ¡no quiero seguir hablando de esto! —gritó exasperado con ambas manos por encima de su cabeza. Seguía sin darle la cara a su amigo.

—¿Es que acaso no lo entiendes? Estás violando el acuerdo, nada de lo que obtengas para estos casos será válido, no si no te dan otra oportunidad para —Watson cortó la frase en lo que intentaba contenerse y no explotar en cólera—... todo mundo desconfía de tí, incluso tu hermano. ¿Pero sabes algo?, yo todavia confio en ti, creo en ti... en que superarás todo esto.

—Me das demasiado crédito —dijo con una media sonrisa y con un tono melancólico— ¿Por qué?

—Porque eres mi mejor amigo. Aunque cabe la posibilidad de que también sea un grandísimo imbécil —dijo esbozando una sonrisa.

Un fuerte ruido los interrumpió y ambos miraron hacia las escaleras. El sonido parecía haber provenido de la entrada principal.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó John arrugando el entrecejo.

Lo siguiente que escucharon fueron pasos que subían a gran velocidad los escalones. Entre más se acercaba el sonido, más se tornaban en forma de platos los ojos de Sherlock. El hombre sabía de quién se trataba y, por lo fuerte de los pasos, entendía claramente que no sería una visita de cortesía

—Oh, oh —reaccionó el responsable de lo que se avecinaba.

—¿Cómo que "oh, oh"? —preguntó John en lo que miraba exaltado a Holmes y, antes de que alguno de los dos pudiera decir una palabra más, la puerta se abrió de golpe.



El misterio de TaurusWhere stories live. Discover now