CAPÍTULO 12: LA FAMILIA QUE NO CONOCÍA.

894 40 1
                                    


Minutos después de que el hijo pródigo pusiera pie en la casa que había visto nacer a su padre, bajo la atenta mirada lunar y en medio de un ambiente que desafiaba la oscuridad con su calidez, el joven se dejó caer en un sofá de forma peculiar y a...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Minutos después de que el hijo pródigo pusiera pie en la casa que había visto nacer a su padre, bajo la atenta mirada lunar y en medio de un ambiente que desafiaba la oscuridad con su calidez, el joven se dejó caer en un sofá de forma peculiar y alargada, estratégicamente ubicado junto a un armario. En la oscura intimidad del armario, descubrió con fascinación una televisión de plasma que parecía desafiar las expectativas convencionales de aquel lugar. A un lado del armario, una puerta se escondía tras una cortina azul adornada con dibujos de flores, revelando la curiosidad de dos pequeños niños de no más de siete años que se asomaban tímidamente para espiar el frenesí de saludos hacia el recién llegado. Intimidado por las miradas que lo rodeaban, el chico se hundió en el sofá, sintiendo cómo su espalda se encontraba con la firmeza de un colchón. Mientras respondía a saludos de procedencia desconocida, se permitió el lujo de frotarse los muslos, tratando de disipar la incomodidad que lo invadía. En su mente, una neblina de pensamientos se deslizaba sin descanso: la incertidumbre sobre la sabiduría de su decisión, la adecuación de aquel lugar para él, el interrogante sobre si dos meses serían una eternidad y, sobre todo, el temor de que esos dos meses se volvieran interminables sin la presencia familiar que anhelaba, a pesar de tener frente a él a sus propios parientes, aunque estos le fueran desconocidos.

Inmerso en esa neblina de pensamientos y con la mirada perdida hacia abajo, respondiendo de manera automática a los saludos sin rumbo, una voz dulce pero imponente se elevó entre todos los demás saludos, capturando la atención del joven y generando un entumecimiento en su estómago. Al levantar la vista, se encontró con una mujer mayor frente a él. Aunque ya la había visto antes de entrar, los nervios iniciales le habían impedido observar con detenimiento su entorno. 

- Marido mío -Repitió varias veces.

Ibra se sumió en unos segundos de silencio, observando a la mujer con una mezcla de fascinación y desconcierto. La incertidumbre de si el saludo estaba destinado a él flotaba en su mente. Detuvo su mirada en el rostro de la mujer, donde las arrugas parecían contar historias de los años vividos, cada línea narrando una experiencia única. Mientras ella articulaba sus palabras, Ibra percibió el peso de los años en cada surco, pero esas marcas del tiempo no hacían más que resaltar la belleza que había sido inmutable en su juventud, creando una dualidad única en su expresión facial.

- ¿Ya no eres mi marido? -Le preguntó, tratando de calmar al niño que llevaba sobre los pies.

- No sé -Logró responder Ibra tras unos segundos, lo que provocó risas entre algunos miembros de la familia.

- He, eres mi marido, ¿eh? Yo soy tu mujer, Khadija -Dijo, moviendo torpemente los muslos para calmar al niño, que fue inmediatamente recogido por su madre

- Ella es mi madre, o sea, tu abuela. ¿Entiendes? -Aclaró Abu Bacr, balanceando la cabeza mientras le señalaba. La acción logró irritar a Ibra, quien le miraba con un rostro indiferente.

DOS PAÍSES Y UN AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora