Capítulo 4: "En la tierra del terror"

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Un viento misterioso se elevó en la llanura en la que se encontraban: despedía muerte, desolación, y de algún modo, brindaba una siniestra sensación de paz. Aquello no era nada grato; era bastante anormal.

Los chicos se miraron entre ellos, divisaron diferentes senderos, y se pusieron en marcha. No debían desperdiciar su tiempo, ya que éste era valioso, por lo que motivados por el desolado paisaje y, quizás, algún sentimiento de supervivencia, se dispersaron por los alrededores. Alan tomó el camino hacia una de las pirámides, pues estaba completamente desorientado, sin embargo, eso no le impedía moverse. Talía por su parte, se trasladó a una especie de oasis, el cual no parecía que estuviera invadido por aquellas fuerzas sobrenaturales que rodeaban a los demás objetos, si es que se pudieran llamar de esa forma a esas extrañas masas amorfas de un morado profundo. Y finalmente, Abel se quedó en el sitio inicial, muy cerca de la cabeza caída.

El rubio se movió entre unos escombros, los cuales tocó. En primera instancia se preguntó cómo habían logrado recorrer tan larga distancia, además, como no podía estar seguro de ello, se levantó, e instintivamente fue con piedra en mano al lugar de donde creía que provenían.
Tuvo que esquivar varios pilares completamente erosionados, y escalar entre otros restos del mismo material para llegar a la dichosa esfinge. Una vez ahí: se inclinó al frente de la arquitectura, comparó el material, para luego llegar a la conclusión de que al parecer era el mismo. ¿Pero cómo? ¿Cómo podría llegar a ser eso posible?, es decir, que llegara al sitio desde donde él estuvo en un comienzo. Fue así que se le ocurrió hacer un pequeño experimento.

Buscó una zona lo suficientemente espaciosa como para arrojar el pedrusco que tenía en su mano, y en cuanto lo consiguió, vio que el mismo estaba adquiriendo una trayectoria irregular; no recorría el espacio con ligereza, es más, parecía que estaba siendo detenida por alguna fuerza externa, la cual le impedía caer, y en su salida, su movimiento se transformaba en algo altamente anómalo. La piedra tambaleaba en el mismo aire, pero eso no era todo, podía llegar a sorprenderse aún más. Como si el objeto pesara menos de lo estimado, el elemento transitaba como si diera zancadas imprecisas en el aire. Esos pequeños detalles fueron los suficientes como para entender que el pedrusco adquiría de esa forma una mayor distancia para de ese modo aterrizar, y así llegar a su destino, el cual era bastante lejano de su sitió de partida. Estando en un estado de incredulidad total, volvió a repetir la prueba, obteniendo así el mismo resultando. A cualquiera de sus compañeros les hubiera parecido chistoso e incluso innecesario hacer ese tipo de cosas, no obstante, para Abel, que había aparecido en un mundo que era completamente distinto al que alguna vez habitó, se convirtió en algo fundamental.

Al caer en la cuenta de que sostuvo algo tan grande, y de que no percibió la tentación de arrojarla por su peso, le hizo entrar en razón de que tal vez la presión atmosférica estaba siendo afectada por el cambio tan brusco e insólito que sufrió su tierra natal, pues su masa no era tan significante como se esperaba que fuese.

Y sí, el ingenió de Abel era sorprendente, por eso no era de extrañar que él fuera alguien tan destacable en su clase; igualmente, no había nadie a su alrededor que pudiera si quiera adularlo por sus descubrimientos.

Sin saber qué más hacer, se trepó por uno de los bordes de la descomunal escultura y se echó a descansar: estiró sus pies, apoyó su espalda, y colocó sus manos detrás de su nuca mirando el enrojecido cielo, sin embargo, no le duró mucho el descanso cuando escuchó a uno de sus compañeros gritar desde el reloj, lo que provocó que se resbalara y terminara raspándose uno de sus codos. Debido a la resiente herida maldijo mentalmente y exaltado dijo:

—¿Qué es lo que te sucede Alan como para que grites así?

—Es... ¡es terrible, no, es abominable! ¡No hay palabras para describir esto! — su voz parecía estar llena de angustia, y casi se podían escuchar cómo eructaba evitando que el vómito saliera de sus entrañas.

Sueños Bajo el Agua ©Where stories live. Discover now