Lynn

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Vale el panorama era un silencio incómodo que la tele de fondo intentaba disimular, Aiden a mi lado en el sofá y mi madre en el sillón. Estábamos esperando a que llegaran las pizzas y la espera se estaba haciendo eterna. Me estaba poniendo nerviosa y me estaba estrujando los huesos de las manos desesperadamente. Aiden notó mi nerviosismo y casualmente posó una de sus manos entre las mías. Ese gesto no pasó desapercibido para mi madre.

—Así que, chicos, ¿cuánto lleváis saliendo?

—Unas semanas...

—No estamos saliendo...

Aiden y yo dijimos a la vez y nos miramos. Aiden sonrió pícaro. Sabía que estaba disfrutando de la situación. Apreté con mucha fuerza su mano que tenía entre las mías. Él solo dejó ver más su sonrisa y se mordió las mejillas para evitar echarse a reír.

Mi madre también parecía divertida por la escena.

—Bueno, cuando os pongáis de acuerdo, entonces podréis contarme —dijo.

Justo tocaron al timbre. Me levanté de un brinco diciendo que ya iba yo. Uff, salvada por la campana.

Para mi suerte, o desgracia (no estaba muy segura); mi madre y Aiden se llevaron de maravilla. Hablaron de todo; de las clases y el instituto lo primero, de las ambiciones y metas, de los hobbies...

—Me gusta salir a correr al aire libre —había dicho Aiden cuando le había preguntado por lo que hacía en su tiempo libre.

Yo dejé escapar una leve carcajada y mi madre me miró confundida. Aiden negó con la cabeza dejando asomar una sonrisa, divertido por la situación.

—Y tus padres, Aiden, ¿de qué trabajan?

Aiden dejó caer su sonrisa. Se pensó el qué responder unos segundos.

—Mis padres fallecieron —dijo tranquilo, con el mismo tono de voz que había estado usando cuando le había preguntado cómo le iba en mates.

—Oh, vaya —dijo mi madre y me miró a mí con cara de asesina—, no lo sabía, lo siento mucho, Aiden —se disculpó.

—No te preocupes —dijo Aiden con una leve sonrisa.

Sus ojos se encontraban con los míos en demasiadas ocasiones.

—Bueno, chicos, mañana me levanto muy temprano así que me voy a ir a la cama —dijo mi madre—, no os importará recoger esto, ¿verdad?

Me levanté de un brinco.

—Claro, mami, lo recogemos todo —dije con una sonrisa demostrando lo buena hija que era.

Mi madre levantó las cejas por mi repentino entusiasmo, el cual no era muy común, y nos dio las buenas noches.

Una vez que escuché la puerta de su dormitorio cerrarse, fui hasta Aiden y le di un golpe en el pecho. En el fondo sabía que le usaba demasiado como saco de boxeo, pero tampoco le hacían daño mis golpes así que... no contaba como violencia, espero.

—¿Auch? ¿A qué ha venido eso? —preguntó él.

—Por ponerme nerviosa todo este rato y reírte de mí —dije como una niña pequeña.

Él comenzó a reír y puso sus dos manos en mi cintura y después buscó mis labios. Le devolví el beso. Cuando nos separamos sus ojos brillaban ese intenso dorado como de costumbre. Pero su cara no era exactamente la de siempre, sus ojos parecían... ausentes.

—¿Aiden? —pregunté. No hubo respuesta—. ¿Aiden? —insistí.

—¿Qué? —preguntó volviendo a la normalidad.

Me lo quedé mirando confundida.

—¿Estás bien?

Aiden se alejó de mí. Se rascó al cabeza.

—Eh... sí. Es la luna llena —dijo—, vamos a recoger esto rápido.

Comenzó a recoger con rapidez la mesa empezando por las cajas vacías, yo me había quedado parada en la misma posición.

—¿Aiden? —inquirí. No me jodas que se pensaba que no iba a preguntar por eso de la "luna llena" e iba a hacer como si nada. ¿Acaso no me conocía ya?

Aiden volvió a dejar las cajas vacías de pizza encima de la mesa.

—Realmente no pasa nada solo que durante la luna llena estamos más... sensibles. No podemos tomar forma lobuna —explicó—, o podemos, pero... en ese caso no respondemos de nuestros actos. Así que ningún hombre lobo en su sano juicio entra en forma durante la luna llena —se encogió de hombros— no hay nada de qué preocuparse.

No insistí. Acabamos de recoger todo. Me dirigí hacia la puerta de la salida y la abrí de par en par.

—Hasta mañana, Aiden —casi grité para que escuchara mi madre.

—¿Qué haces? —preguntó Aiden confundido.

Cerré la puerta y en ese mismo momento se abrió el dormitorio de mi madre.

—Escóndase quien pueda —dije con una sonrisa.

—¿Lynn? —preguntó mi madre desde arriba. Subí las escaleras hasta su dormitorio—. ¿Se ha ido ya tu novio?

Puse los ojos en blanco.

—No es mi novio, mamá —le aseguré.

—Lo que tú digas —dijo ella—, el chico está colado por ti y tú más de lo mismo. Soy tu madre y a mí no me vas a engañar.

I M P R I M A D A [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora