El hombre imponente cruzó los troncos que tenía por brazos y, siendo más alto que yo, me miró desde arriba como si yo fuera una hormiga, diminuta e insignificante y debía admitir que eso me asustó un poco.

— ¿Qué has dicho, White? —preguntó, aunque era muy claro que yo me había negado, se lo repetí.

—Dije que no.

El entrenador, haciendo sonar sorpresivamente su cuello y sus dedos al tiempo que se acercaba a mí, me hizo valorar mi vida, mi tan, pero tan corta vida. Cuando mi cerebro se imaginó lo peor, el entrenador Dave comenzó a reír frenéticamente, eso, tanto a Matt como a mí, nos sorprendió y confundió a partes iguales.

El hombre de casi dos metros empezó a aplaudir.

—Excelente, White —me felicitó—. Me agradas, chico, pero en serio, dame un poco de esas fresas. —su risa desapareció y la expresión de soy el tipo rudo, no me hables, volvió.

Terminé por darle las pocas que quedaban en el vaso y el entrenador se fue muy feliz con ración de postre.

Matt soltó una carcajada.

Terminé de ponerme la camiseta blanca para el entrenamiento, excusa que usé para estar lejos de ese sujeto que me entrenaba.

El entrenador decidió poner un día más para practicar. Y como buen entrenador eligió el día sábado para hacerlo. Matt siguió quejándose del dolor estomacal. Ayer el muy listo decidió jugar junto con Dylan a adivina que es, juego que básicamente era probar alguna mezcla o sustancia asquerosa y decir que ingredientes tenía.

Todo estaba bien hasta que un huevo crudo más leche y salsa de tomate se metieron en la boca de Matt.

—Dios, siento que mis intestinos saldrán por mi trasero, ¿sabes lo que es sentir eso? —me preguntó en medio de sus quejas.

Eso fue muy asqueroso y gráfico.

—No y no quiero saberlo. —lo corté de inmediato.

Él se encogió de hombros y no paró de decir lo mucho que su estómago gruñía, traté de decirle que se fuera para su casa, pero Matteo le tenía mucho respeto al entrenador, en realidad le aterroriza el tipo, sin embargo, mi amigo no deseaba admitirlo y tener problemas con el señor Dave.

Salimos de los vestidores directo al campo de juego.

El juego con los Halcones era el próximo domingo y el entrenador estaba más controlador e irritante de lo normal sin contar que uno de sus jugadores estrella —porque debía admitir que Logan era buen jugador— tenía prohibido participar en los próximos partidos del campeonato.

Lo que me recordaba aquella estúpida amenaza de Logan, el idiota se escuchaba seguro y confiado de lo que decía, por un momento no creí controlar el impulso de estrellar mi puño en su rostro con tanta fuerza para lograr borrar esa expresión de superioridad. Además de que logró hacerme desconfiar, ¿Realmente sabría algo de Ryley? No lo creía posible, aun así intenté investigar y Ryley aseguró que ningún desconocido se había comunicado con ella.

No sabía cómo él sabía algo sobre Ryley, porque era claro que él tenía conocimiento de algo al respecto, seguiría atento a cada uno de sus pasos, no dejaría que aquel idiota arruinara todo, debía hacer las cosas correctamente, sin que nadie saliera lastimado o, por lo menos, si eso pasaba sería al saber la verdad.

Sin mentiras, ya no más.

Nunca me perdonaría herir a alguien por culpa de mi pequeño ataque de cobardía y mucho menos darle el gusto a Smith de verme derrotado.

—Muy bien, señoritas, los Halcones son estratégicos, cada tiro es correcto y preciso así que si yo fuera ustedes estaría atento a cada uno de sus movimientos... ¡No! Esperen, deben estar atentos si no quieren quedarse sin descendencia —advirtió con mi vaso en su mano e hizo sonar su silbato haciendo que nos quejemos en voz baja—. ¡Muévanse! ¡Siete contra siete! ¡Ya, ya! —tocó de nuevo el silbato e hicimos la formación que había indicado.

Pequeña promesa © [#1]Where stories live. Discover now