Capítulo 40

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Oliver

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Oliver

El sol brillaba y los rayos entraban por la pequeña y casi inexistente ventana de los vestidores, esperaba a que Matt terminaba de ponerse los zapatos deportivos y mi boca se deleitaba con una porción de deliciosas fresas con crema. Matteo me miraba fijamente mientras comía.

— ¿Quieres un poco? —le ofrecí, él negó con la cabeza.

Perfecto, más para mí.

— ¿Acaso quieres matarme? —Preguntó entrecerrando los ojos—. ¡Mi estómago va a explotar! ¿Y tú quieres darme fresas con crema? ¿Tanto me odias? ¡¿Qué he hecho para merecer tanta crueldad?! —miró al techo como si la respuesta fuera a caer del cielo.

Yo sólo lo observé algo aturdido por todo lo que dijo, mi boca quedó abierta con una fresa a medio comer. Eso no me lo esperaba.

—Sólo quería ser amable. —respondí llevando una de las fresas a la boca.

Me dispuse a salir camino a la cancha, pero la voz potente y demandante del entrenador Dave me detuvo al instante. Ese hombre era alto, de hombros anchos, brazos malditamente musculosos, expresión ruda y ojos amenazantes. Era como tener a La Roca frente a mí, intimidante, poderoso.

— ¡Alto ahí, princesita! —ordenó, me giré lentamente y él me sonrió. Aprendí que cuando este hombre gigante sonreía era mala señal—. ¿Sabes, White? Tengo un poco de hambre y, casualmente, se me antojaron unas fresas.

Me observó con expresión dura, inquebrantable. No retiré mis ojos, siempre intentaban mantenerle la mirada y estaba vez no sería la excepción.

—Si quiere puedo traerle un vaso. —sugerí, él sonrió más abiertamente y negó tan mecánicamente con la cabeza que me hizo pensar que hablaba con un robot.

—No, White, no me has entendido —espetó el hombre—. Quiero tu vaso de fresas.

¿Qué? Mi cara de confusión le divirtió, en su rostro se instaló una mueca de victoria. El entrenador se entretenía haciendo sufrir a sus estudiantes, hasta el mismo director Miller le tenía cierto respeto.

—Pero es mío, ¿Qué hay de malo con que se compré uno? —interrogué, eso le hizo borrar su sonrisa. Matteo abrió los ojos casi asustándome.

No dije nada malo, ¿o sí?

—Estás en mi territorio, campeón —me recordó—. Y si yo quiero tu vaso de fresas con crema debes entregármelo, ¿comprendes, White?

Observé al hombre, esperando que desmintiera lo que acababa de decirme, pero no lo hizo, mi vista viajó a Matteo y él me decía con sus ojos de cachorro asustado que era mejor darle el vaso. Mi vaso.

—No. —respondí pues me ganó la valentía.

Fue algo que no pude evitar, era algo que se podría interpretar como quien era el macho alfa, premio que ya era del entrenador, pero yo tenía mi orgullo y darle mi patético y sabroso vaso de fresas con crema, era permitirle jugar con mi dignidad.

Pequeña promesa © [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora