Extra | Un millón de estrellas

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Oliver

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Oliver

No.

Me negaba a creer que esto en realidad estaba pasando.

¿En qué instante todo acabó?

¿En qué segundo todo se arruinó?

¿Cuál fue el momento exacto en el que la perdí?

Quise engañar a mi mente y fingir que no sabía la respuesta, deseaba consolarme con aquella mentira porque sí, era mentira.

Otra de tantas.

Yo conocía las respuestas de esas preguntas, sabía que yo lo había echado a perder.

Y esto era mi consecuencia, mi castigo.

Siempre supe que lo echaría a perder y, aun sabiéndolo, no hice nada para evitar que la bomba explotara entre los dos.

No podía esperar nada diferente a su rechazo.

Y tenía que aceptarlo.

Tenía que aceptar su decisión, respetar lo que Nicole deseaba, era lo menos que podía hacer luego de lastimarla.

Sabía que yo no merecía tener un final feliz y, a su vez, sabía que ella sí merecía tener un final feliz, uno en el que yo no tenía lugar.

Uno en el que ella no me quería a su lado.

Apreté mi mandíbula con fuerza, estaba tan enojado conmigo mismo, estaba tan molesto por haber sido tan estúpido de dejarla caer teniéndola en mis manos.

Estaba tan furioso por no cuidarla y protegerla como le juré hacerlo.

Mi corazón dolía al verla, sus gestos se veían tortuosos, lastimeros, en sus ojos brillaban las lágrimas contenidas y su labio inferior temblaba.

En serio odiaba con el alma haberle causado tanto daño.

Moría por abrazarla, moría por apretujarla entre mis brazos, contra mi pecho, uniendo lo que estaba rompiéndose entre nosotros.

Me moría por abrazar y jamás volverme a separar de ella.

Pero no lo hice, me contuve, apreté con fuerza mis dedos, sujetándome del borde de la gran roca en la que estábamos sentados, sentía la sangre caliente pasar por mis venas y controlé las inmensas ganas que sentía en pecho de gritar.

Suspiré, elevando mi mirada al cielo oscuro con pequeños puntos titilando sobre ambos, nos mantuvimos en silencio hasta que Nicole se puso de pie, pasándose el dorso de su mano por sus mejillas, en un vago intento de limpiarlas.

En mi pecho la sensación de gritar cambió por una de temor, de desolación.

Y lo entendí lo que seguía.

Sabía que había llegado el momento de marcharnos, sabía que ya no teníamos nada más que hablar, así que, luchando contra todo lo que sentía, dije:

Pequeña promesa © [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora