Cαριтυℓσ 37:

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Tres horas más tarde Laila yacía en una lujosa bañera, tomando un aromático baño de burbujas ante una maravillosa vista de arena blanca y palmeras. Se sentía vacía después de la sacudida emocional que había sufrido en la noche anterior, pero, curiosamente, también se sentía más calmada.

Por primera vez en su vida, había sido capaz de pensar en su madre con objetividad, y cuando pensaba en Abigail, lo hacía desde la resignación, no desde la desesperación.
Y en cuanto a ella misma...

En la habitación estaba su vestido, listo para la noche. Era el más simple de todos los vestidos de su nuevo armario. Azul claro y veraniego, en lugar de sexy. Y eso iba mejor con su estilo. Lo último que quería era que GongChan pensara que intentaba repetir lo de la noche anterior.

Si no hubieran quedado atrapados en una isla, no hubiera vuelto a verlo al día siguiente. Y claramente él estaba molesto por tener que volver a verla al día siguiente.
Habían llegado a KingFisher justo antes de la comida.

GongChan bajó del barco inmediatamente, intercambió algunas palabras con el personal y se marchó, sin mirarla ni un instante siquiera.

A juzgar por su lenguaje corporal, estaba claro que no quería pasar otra noche en su compañía.
Laila sintió una punzada de dolor. Aunque supiera quién era él y cuáles eran sus reglas, ella sí era humana.

Enojada consigo misma, salió de la bañera y agarró una enorme toalla. Se envolvió en ella y se sentó en el borde, mirando al vacío del suelo.

Alguien llamó a la puerta y el corazón le dio un vuelco, pero sólo era Susy, que había entrado con una sonrisa.

-El señor Gong requiere su presencia para tomar una copa en el club náutico a las siete.

Laila se sorprendió mucho y el pulso se le disparó. No podía tener tantas ganas de librarse de ella si la invitaba al club náutico, un entorno muy romántico. Construido sobre pilares de madera, el suelo de cristal se extendía sobre el agua de la cala, y los clientes sentían que caminaban sobre el mar. Durante el día, nadaban hasta allí para tomarse una copa, y por la noche se transformaba en un lugar para una cena romántica, con velas, música suave y alta gastronomía. Era un paraíso para los amantes.
Y él quería que se vieran allí.

Laila se secó el cabello y abrió el armario. Sacó el llamativo vestido rojo en el que se había fijado el primer día.

La vieja Laila jamás se habría puesto ese vestido, pero ella ya no era esa persona. Se sentía diferente.

Con las manos temblorosas se puso el traje, se lo alisó en las caderas y se miró en el espejo. Se maquilló y se puso unos zapatos color rojo a juego con el vestido.

Contempló su reflejo en el espejo una vez más. Apenas se reconocía a sí misma. En un impulso, sacó una de las flores de un jarrón que estaba sobre la mesa, cortó el tallo y se la colocó en el cabello, asegurándola con una horquilla.

Segura de sí misma, sensual y emocionada, agarró el bolso y caminó a lo largo del camino que zigzagueaba hasta el club náutico, sonriendo para sí e imaginando la reacción de GongChan al verla.

Pero su ilusión duró justo hasta el momento en que lo vio.

Estaba apoyado sobre la barra del bar, el magnate millonario de siempre... Poderoso e imponente, mantenía una conversación con un hombre alto y apuesto que a Laila le resultaba ligeramente familiar. «Oh, no...».

Enseguida se dio cuenta de que ese hombre era el misterioso cliente de GongChan, y el motivo por el que le resultaba conocido era que lo había visto en alguna que otra película americana. Una estrella de Hollywood...

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