Tan sólo un encuentro casual

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Cuatro neumáticos se detuvieron frente a Oxford después de un día empacando todo lo necesario para pasar una semana en Inglaterra. Durante el fastidioso vuelo, el avión estaba impregnado del entusiasmo de Samantha por conocer la universidad donde habían estudiado sus padres; en secreto, deseaba ver con sus propios ojos aquel lugar donde su madre pasó los mejores momentos de su vida.

No fue demasiado difícil lograr entrar en la gran estructura de la universidad, ya que Natalia había sido una de las mejores alumnas años atrás. Cuando ella le daba un recorrido a su hija a través de los largos y hermosos pasillos que alguna vez fueron su día a día, una dulce voz la llamó por su nombre.

- Natalia Stracciatella.

- ¿Amy Brown? - se impresionó al ver a una señora mayor con el rostro conocido.

- ¡Esto es increíble! ¿Qué haces aquí, hermosa? - abrazó a la ex alumna.

- Pues lo mismo digo de usted.

- Soy la bibliotecaria ahora - sonrió.

- Eso es maravilloso. Esta es mi hija, Samantha.

- Es un placer conocerla - extendió su mano a la anciana.

- El placer es mío, jovencita. Tu madre fue una joya en esta institución.

- Eso he oído - rieron las tres.

- ¿Quieres conocer la biblioteca, Samantha? - preguntó amablemente Brown.

- Claro que si, eso sería fantástico - dijo Samantha emocionada.

- Te veo en un rato, cielo - Natalia se despidió.

La nostalgia invadió el corazon de Natalia cuando se topó con aquellas escaleras que tan sólo pensar en subirlas, quitaban el aliento. Sin embargo, no le importó convertirse en una persona asmática, por lo que subió una última vez a apreciar la vista.

Cuando pudo sentir la fresca brisa que acariciaba su piel y hacía que su cabello enrulado se tambaleara alocadamente, recordó aquel primer beso que le hizo saber cuan enamorada estaba de ese chico malo que escondía tanto tras sus historias.

No pasó demasiado para que la soledad debilitara a Natalia y antes de que las lágrimas amenazaran por salir ella decidió marcharse y buscar a su hija. Ella ni siquiera sabía que le esperaba la peor batalla entre su corazón y su cerebro; acomodar los músculos de su rostro para intentar que construyeran una sonrisa fue misión imposible cuando, a lo lejos, visualizó ese cabello castaño sobre unos ojos azules preciosos; esos que la atrapaban como sirena cantando a un marinero. Otra vez, ahí estaba él causando un terremoto en sus sentimientos mientras hablaba tranquilamente con un estudiante, pero no tardó mucho en percibir aquellos ojos cafés sobre sí.

- ¿Nat? - caminó hacia ella.

- Ho-ho-hola - pudo apenas decir.

- ¿Desde cuando eres tartamuda?

- Desde... Olvídalo. ¿Qué estás haciendo aquí?

- Doy clases aquí.

- Pero esta no es la facultad de ciencias políticas.

- Lo sé. Pasaba por aquí a leer un rato. Estoy libre ahora mismo. ¿Tú qué haces aquí?

- Yo... Traje a mi hija, ella deseaba conocer Oxford.

- ¿Sólo tienes una?

- No, tengo morochos.

- Wow. Dos por uno. Suena genial.

Condenados por el amor |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora