Capítulo 3

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*Druella*

Cuando perdí de vista a Draco me deshice de las cuerdas que me ataban de pies y manos y me quedé ahí, tendida en el suelo, mirando los rayos de sol que querían colarse por entre los huecos que las ramas de los árboles dejaban. No sé por cuánto tiempo me quedé así. Quizá solo fueron algunos minutos, pero a mi me parecieron horas. Sentía tanto dolor en mi cuerpo que parecía que no se esfumaría jamas. Cuando pareció que tras esas horas (o minutos) el dolor fue desapareciendo, tomé valor para arrastrarme hasta un árbol y sentarme con la espalda apoyada en su tosco y grueso tronco. Con mi varita hice un hechizo del que escuché hablar a Hermione una vez para curarme el corte del hombro y de la pierna. Funcionó. El hechizo con el que Crabe quiso hacerme vomitar no pareció funcionar del todo; sentí náuseas y mal general, pero no llegué al vómito. Finalmente, los receptores de dolor de mi cerebro volvieron a la normalidad y dejé de sentir la insoportable sensación de tortura física. Aún así, me sentía exhausta, como si mis huesos pesaran como el plomo.

Cogiendo fuerza de voluntad, logro levantarme y casi arrastrando los pies llego a la mansión. Estoy deseando subir a mi cuarto y tirarme en la cama, pero cuando veo las escaleras siento que va a ser misión imposible. Al fondo a la izquierda del hall escucho las insoportables risitas de mi primo y sus amigos, que están reunidos en una de las salas de reunión que la mansión tiene. A mi derecha veo a Lucius dirigiéndose con paso tranquilo hacia mi, con su típico (y falso) gesto altivo. Opto por ignorarle y comenzar a subir las interminables escaleras. Apenas llevo cuatro escalones cuando la voz de mi tío tras de mi me pone en alerta: se avecina nueva tormenta.

-¿De dónde vienes? Pareces recién salida del estiércol. Pensé que te habíamos dado una buena educación tu tía y yo, y podrías haber aprendido algo de Draco, él siempre va impoluto.

Me muerdo la lengua para no lanzarle una larga lista de improperios, mi cansancio me pide a gritos una cama y es lo que pienso hacer, no voy a darle el gusto a Lucius de hacerme quedar como la chica que se pelea con todos. Sin pronunciarme, sigo subiendo aquellos escalones infinitos. Apenas subo otros dos cuando vuelve a dirigirse a mi, parece que no ha tenido suficiente llamándome cerda.

-¿No piensas dirigirle la palabra a tu tío?

-¡No eres mi tío! -acabo gritando enfurecida.

Me vuelvo para mirarle y le lanzo una mirada fulminante. Las voces de Draco y sus amigos se silencian. No se escucha un alma en la mansión. El eco de mi grito se acaba perdiendo en la lejanía. Y lo que es peor: mi tía ha presenciado mi ataque de ira hacia su marido. En sus ojos veo claramente la tristeza y decepción que siente en este momento. Ella siempre es muy buena conmigo, y hasta he llegado a considerarla una segunda madre. Sé lo mucho que la apena que siempre me lleve mal con su hijo y con su marido, y esto ha debido de dolerle como si le clavaran un puñal en el pecho. Trato de pedirle perdón con la mirada, pero es tarde, acaba marchándose a otra sala de la mansión, cabizbaja, llevándose una mano a la boca supongo que para ocultar un sollozo delante de mi. Mi tío va tras ella, aunque antes me mira con resentimiento, como si de verdad le hubiera dolido lo que le he dicho. Segundos después aparecen Draco y su manada de buitres carroñeros.

-¿Contenta? Ya has hecho llorar a mi madre. No se qué ve en ti para tenerte tanto aprecio -habla con odio, poniendo énfasis en cada palabra.

-Tienes razón, Draco -respondo dándole la espalda, dispuesta a seguir mi camino de la vía dolorosa hasta mi añorada cama-. Yo tampoco sé que ve en ti para quererte como hijo.

Lánguidamente, sonrío con suficiencia por este último golpe bajo que he podido asestarle y que sé que le ha ofendido por su silencio.

Me costó el alma llegar a mi habitación, pero cuando al fin entré, llené la bañera de agua bien caliente y espuma y me metí dentro. Necesitaba relajar mi cuerpo, que las tensiones disminuyeran, que el cansancio desapareciera. En ese momento cientos de miles de recuerdos se me vinieron a la mente. Fui amontonando la espuma a mi alrededor, como esos recuerdos. Todos juntos y mezclados. Nuestra última relación íntima, en el baño de los prefectos, un ambiente como este en un lugar inmenso. Nuestro primer beso, cuando yo estaba borracha y no sabía lo que hacía. Nuestro baile de despedida, nuestros regalos de navidad. Inconscientemente agarro el colgante que me regaló y cierro los ojos. Su rostro aparece en mi imaginación. Me mira con una sonrisa, con ese brillo tan especial que desprenden sus ojos marrones, con un mechón de pelo castaño cayendo sobre su mejilla. Alargo mi mano para poder tocarla, pero lo único que consigo es rozar el aire. Abro los ojos y su imagen se esfuma. Dejo caer el brazo con desgana, salpicando el suelo de agua.

Con la sangre no se juegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora