Capítulo 12

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El departamento de misterios es un lugar frío, oscuro, lúgubre, lleno de pasillos interminables con estanterías infinitas repletas de bolas proféticas. Encontrar la profecía de la que hablaba Harry Potter va a parecer imposible sin saber qué número es. Voy caminando mirándolas todas por si alguna llama mi atención especialmente. Hasta que de repente escucho unas voces y comienzo a andar más deprisa para no perderme nada de lo que ocurra. Cuando las voces se escuchan más cercanas, apago la luz de mi varita para no delatarme y continúo acercándome hasta oír las voces con nitidez y ver las luces de las varitas. Son seis más otra varita que les apunta a ellos. Entre las voces reconozco la de Harry y... ¿Lucius? Ja, pelota... Todo lo que hace es para ganarse la confianza de Lord, no porque de verdad sienta hacerlo.

Comienzan a hablar de la profecía. Harry la tiene y Lucius la reclama. Se enzarzan en un cruce de palabras cada uno intentando ganar la partida y llevarse el premio gordo. Entonces siento una presencia detrás de mi. Un escalofrío me recorre la espalda cuando un aliento se posa en mi nuca.

-Mi niña.

El estómago se me encoje con aquel susurro.

La presencia se va y al momento siento un vacío que me hace derramar la primera lágrima. Me la limpio rápidamente con el dorso de la mano y vuelvo a prestar atención a la conversación a la que se suma la voz de una mujer. La misma voz que me ha susurrado hace segundos. Es una voz fría, casi ronca, y que con una histérica risa hace aparición refiriéndose a Potter con una burla.

-¡Bellatrix Lestrange! -profiere Longbottom apuntándola con la varita.

Un instinto protector me hace salir a escena y ponerme delante de mi madre, apuntándole a él.

-Cuidado con quien apuntas, Neville -le desafío.

Lanzo una mirada fugaz a Hermione, que me mira sorprendida. Lucius vuelve a insistir a Potter para que le de la profecía y cuando parecía que había logrado convencerle, Harry avisa a sus amigos para que comience una batalla campal en la que Neville se atreve a desafiarme y, del cual, me defiendo con facilidad, y a continuación consigo lanzarle por los aires varios metros. A Hermione la pierdo de vista y Lucius sale tras Harry. Entonces una mano me arrastra hacia atrás y me giro con brusquedad temiendo que sea alguno de esos gryffindor. Pero no. Es Bellatrix. Es mi madre. Su aspecto ha mejorado considerablemente si la comparo con la foto del periódico. Varios mechones rizados le caen por la cara y con su amarillenta sonrisa clava los ojos en mi, contemplándome de arriba abajo, y casi con desesperación acaricia mi mejilla con sus ásperas manos.

-Mamá -logro decir y la voz se me quiebra de la emoción.

Inclino mi cara hacia el lado donde su mano me sostiene, intentando que su calor me llegue con más fuerza.

-No sabes cuántas veces he soñado con oír eso -me confiesa en voz baja.

Sonrío y al mirarle noto que tengo los ojos vidriosos.

-¿Por qué has tardado tanto? -mi voz es casi un reproche.

-Ya estoy aquí y no me voy a ir más -me dice bajando la mano hasta mi hombro al que da un apretón.

-Prométeme que no te vas a ir más -le suplico agarrando la mano que le queda libre, donde sostiene la varita.

-Tienes que irte -contesta desviando la mirada hacia el infinito pasillo donde los hechizos no dejan de sucederse-. Nos veremos pronto, cuando acabe el curso te vendrás conmigo.

-¡Prométemelo! -le insisto tirando de su mano.

Logro que me devuelva la mirada y me sostiene la mano por encima de mi muñeca. Instintivamente me agarro a la suya sin comprender lo que esto significa. Con su varita, apunta a nuestras manos entrelazadas. Tira de mi y me acerca tanto a ella que nuestras frentes casi chocan. Me mira por encima, con los tacones que lleva es más alta que yo.

-Te lo juro -dice con una firmeza que no puedo más que creer en su palabra.

De su varita sale un nítida luz que se convierte en una fina línea que ata nuestras manos como si fuera una cuerda invisible e intocable. Ahora lo entiendo. Está haciendo el juramento inquebrantable, alguna vez oí hablar de él. Quien rompa el juramento será castigado con la muerte. Está jurando por su vida que permanecerá a mi lado para siempre.

-Ahora márchate, ponte a salvo...

-Sé luchar -la interrumpo con decisión.

-Por supuesto, eres mi hija. ¿Cómo no vas a saber luchar?

Sonrío con orgullo al escuchar esas palabras.

-Pero no me perdonaría jamás que te ocurriera algo.

-Pero quiero luchar a tu lado.

-Lo harás, pero cuando yo te prepare. Es la última vez que te lo digo: márchate ya.

Su mirada se vuelve seria y dura, y comprendo que es mejor no hacerla enfadar. Suelta mi mano y se dispone a marcharse, pero se lo impido poniéndome de nuevo delante suya. Ella me mira incrédula, por un momento pienso que me va a pegar un bofetón para conseguir que me vaya, pero no le doy tiempo a reaccionar porque me echo a sus brazos con desesperación y ahogo un sollozo que insistía en salir. Mi madre duda unos segundos, sorprendida de mi actitud, pero finalmente me envuelve en sus brazos con fuerzas y unos segundos después se separa de mi y me empuja fuera del pasillo. La veo marcharse con esa sombra oscura representativa de los mortífagos y me limpio las lágrimas que han logrado escaparse a pesar de mis intentos de controlarlas.

Con la sangre no se juegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora