—No soy parte de la Corte, dichas cortesías no son necesarias.

—¿A qué debo el placer? —Noto cómo intenta con fuerzas no mirar con detenimiento a Solangel.

—Lo sé todo —suelta la rubia de improvisto, su impulsividad y nervios haciéndose cargo—. Sé que eres mi padre.

Lejos de lucir alarmado, el Conde sonríe.

—¿De verdad? Mi niña, he esperado por tantos años a que tu madre por fin te contara.

—No lo hizo, lo descubrí por mi cuenta.

—Querida... lamento esto. Por años, me he conformado con observarte de lejos, quise tantas veces ignorar mi promesa de mantenerme al margen, pero por tu bien debía contenerme. Que sepas que estoy muy arrepentido, debí luchar por ti, por ser parte de tu vida. Cometí un error, la paternidad era algo para lo que no estaba preparado, soy mucho más joven que tu madre. No sé qué tanto sabes de lo sucedido... —Ambos, mi hermana y el Conde, se van a un lugar apartado a mantener su conversación en privado.

Tímidamente me acerco a un dragón blanco con los ojos morados, me recuerda a Arath. Es una bestia hermosa.

—Ten cuidado —advierte el vampiro, uniendo su mano a la mía y observando con curiosidad al dragón, este inclina su cabeza, invitándome a acariciarlo. Me doy cuenta de que es más pequeño que los demás, no habrá alcanzado la adultez, asumo.

—Sus ojos son como los tuyos —señalo lo obvio—. Y sus escamas son tan pálidas, igual que tu pelo.

—No tengo más hermanos, ni mitad dragón ni mitad otra cosa, si es lo que estás insinuando —se carcajea, hago un puchero porque justo eso pensé.

¿Lorian habrá tenido más hijos? Solangel podría tener hermanos.

—¡Eso es! —alienta el Conde en tono alto, me doy la vuelta para ver qué sucede y mis ojos se abren sorprendidos. Mi hermana menor está allí, en medio de esa cama de césped, contorsionando su esbelta figura y emitiendo un destello de luz dorada, cegadora como un rayo de sol.

—¡Oh, por los Dioses! ¿Será que...?

—Está cambiando —completa Arath por mí. Ella es como yo, heredó el gen mágico de ambos padres, no de uno, como es común.

Solangel Kayde, hechicera dragón.

—Es bellísima. —Su piel escamosa es blanca como el yeso y piedras doradas hacen un camino desde la punta de su cola hasta la parte superior de su cabeza, deteniéndose justo entre sus ojos verdes.

—Luna Kayde. —Alguien me llama. Me giro ante la desconocida voz, aunque luce no mayor que el Conde Lorian, algo me dice que es, por mucho, más viejo. Sus ojos sabios y aura me transmiten eso.

—¿Señor?

—Roman, soy conocido como el Drakon.

—Es su líder —comprendo—. Y sabe por qué he venido.

—Has llegado lejos, muchos ni siquiera lo habrían intentado.

—No soy de las que se rinden, si quiero algo voy por ello —contesto con fiereza, aunque sin faltarle al respeto y, de hecho, me sonríe como si esperara esa respuesta.

—No se ha equivocado contigo.

—¿Quién?

—Ven conmigo. —Me libero del agarre de Arath, que durante la corta conversación se mantuvo en silencio.

—Ya regreso. —Él asiente y se dirige hacia su hermana y mejor amigo. Camino junto al Drakon, detrás de los dragones hay montones de cabañas, entramos a la más grande de todas—. ¿A quién se refiere? —pregunto sin rodeos.

Diosa de La LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora