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—Con razón ese aroma —contesta al cabo de unos segundos que se me hicieron eternos, no parece sorprendido, más bien curioso—. Es potente y adictivo. Ellos no lo saben —asume, mirando a donde se encuentran nuestros hermanos.

—No puedo decirles a menos que asuma el cargo de heredera al trono —confieso y prosigo contándole un poco sobre la reunión, sintiendo que puedo confiar plenamente en él—. O soy una bruja del Congreso o soy una sirena de la Corte, no ambas.

—A menos que tengas la energía y el poder para sobrellevar ambos cargos. —Llega a la misma conclusión que yo.

—No creo que el tiempo me alcance para solucionarlo, mi cumpleaños está a la vuelta de la esquina.

—Cuando acabe el día, reúnete conmigo en el sótano. —Le conté lo sucedido aquella noche con Kyanna en una de las veces que hablamos por teléfono, está al tanto de todo. De pronto, se acerca y toma mi mano, llevándome con él lejos de la multitud.

—¿A dónde vamos? —pregunto, vamos en dirección opuesta a donde se encuentran los chicos y los puestos de comida.

—En todos mis años nunca he visto una sirena —admite, como si verme en esa forma fuera algo de otro mundo—. Tengo mucha curiosidad.

Nos encontramos a pocos metros de Durdle door cuando contesto:

—¿Todos tus años? Hablas como un anciano, Arath. Son solo cuatro años de diferencia. —Él sonríe, como quien oculta algo, sacude la cabeza y suelta una carcajada.

—Si te digo que le sumes otros cien, ¿saldrías corriendo?

¿Cómo? ¿En serio?

—Estás de broma. —Entrecierro los ojos, humedece sus labios y mueve de un lado a otro la cabeza—. ¡Oh, por los Dioses! —chillo, enrojeciendo de pies a cabeza—. ¿Cómo es posible? ¡Me estoy enamorando de un viejo chupasangre! —Al instante me lamento, «¡Trágame tierra!». Fue un pensamiento en voz alta, apenas un murmullo, pero es un vampiro y claro que me ha escuchado, me he dejado en evidencia. Aclaro mi garganta, miro a todos lados menos a él—. N-no quise decir eso. Es solo una expresión —digo nerviosa, me hundo un poco más. Sabrá que miento por los desenfrenados latidos de mi corazón—. Demonios, me callaré, tú solo ignórame —ruego.

—No podría. —Su tono es suave, lo siento cerca, a pocos centímetros de mí—. Te ves tierna cuando te sonrojas, te tiembla un poco la voz por los nervios y tu corazón salta estrepitosamente, me gusta causarte todo eso. —Coloca una mano bajo mi barbilla y alza mi rostro—. No te escondas de mí, Luna. Yo también siento cosas por ti, así que puedes quedarte tranquila porque no eres la única con sentimientos encontrados y, oye, no importan los años. Yo me siento joven aquí. —Sujeta mi mano y la lleva a su corazón, está latiendo muy rápido, parece estar sincronizado con el mío—. Ven, tienes algo que mostrarme.

Cuando estamos a milímetros del agua, lo detengo; las olas parecen detenerse, buscando el contacto con los dedos de mis pies.

—No puedo transformarme aquí en la orilla, estaré expuesta a cualquiera que pase por aquí. —Él escanea todo el lugar, las personas están a una distancia prudente, pero no puedo arriesgarme. Espero a que piense en algo y me quito la camiseta y el pantalón de mezclilla, bajo su atenta mirada los escondo detrás de unas rocas. Al volver con él, sujeta mi cintura desnuda con ambas manos.

Nos mueve a la velocidad del viento, dejando atrás la orilla de la playa, parándonos sobre la parte superior de Durdle Door.

—Puedes saltar desde aquí —dice, liberándome de su agarre, señalando el otro lado del umbral de piedra, que está desierto—. ¿Te parece bien? —Asiento—. De acuerdo, yo iré primero, no me decepciones —pide, antes de saltar, dando una vuelta en el aire mientras cae. Emerge a la superficie y retira el pelo mojado de su frente y ojos—. ¿Qué esperas? —me urge.

Diosa de La LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora