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—¡¿Qué?! —contesto al teléfono sin mirar el identificador.

—¡Vaya! ¿Qué te trae de tan mal humor? —inquiere Kya, preocupada.

—Solangel —me quejo, recostada del balcón mirando el patio trasero de la mansión, donde se encuentra la alberca. Mi dedo índice se balancea como si marcara el ritmo de una melodía, siendo el agua mi instrumento. Lazos de líquido transparente se mueven sin parar siguiendo mis directrices.

—¿Ahora qué hizo?

—Fue a decirle a su mami que quería acompañarnos —le digo, aplicando a mi tono un toque de fastidio.

—Ah, y su mami le preguntó a tu papi, a este le pareció una buena idea y ahora tenemos que soportar a esa chiclosa todo el fin de semana.

—Ya ves —subrayo mi animosidad.

—Su presencia no impedirá que la pasemos bien —asegura—. Habrá tanto qué hacer que no tendremos que preocuparnos por sus maquinaciones malévolas.

—Confiaré en ti —sostengo, mi estado de ánimo cambiando según avanza la conversación—. Hará frío allá.

—Sí, investigué un poco y, en la cima, la temperatura alcanza más de veinte grados bajo cero.

—Prepararé unas pociones para mantenernos calientes.

—Si eso no funciona, tendremos quién nos haga entrar en calor. —La sugestión es palpable en aquella frase.

—Habla por ti, Braden podrá abrazarte todo lo que quiera... Aunque, espera, tú no lo necesitas, lobita.

—Puedo fingir no ser capaz de controlar mi temperatura. —Ríe con travesura—. Y no será únicamente tu hermano, el mío confirmó que se unirá a la aventura.

—¿Hablas en serio? —chillo, entre nerviosa y excitada por la idea. Olvido mi práctica de controlar el agua y corro hacia mi habitación.

—¡Auch, idiota! —reprende—. Oídos sensibles, ¿recuerdas?

—Lo siento, pero es que... ¡Arath! Nadie me dijo que iba con nosotros.

—Te lo estoy diciendo ahora.

—Pero es que... ¡Tenías que avisar antes! —En mi cuarto, una maleta con lo esencial, se encuentra abierta sobre mi cama.

—¿Para que pudieras empacar tus mejores conjuntos? ¿Para que tuvieras tiempo de prepararte mentalmente y no parecer tonta ante él?

—¡Sí! —digo rápido—. Espera, no —añado más deprisa—. ¡No! —Escucho su risa. Cierro la maleta antes de llevar a cabo lo que insinuó mi mejor amiga, porque mentiría si dijera que no lo pensé.

—Sabía que te gustaba.

—No es cierto, apenas lo he visto una vez.

—¿Y qué?

—Pues, que no es posible que me guste, punto.

—Claro, lo que tú digas —se burla.

—¿Sabes qué? Tengo cosas que hacer, hablamos luego.

—Huye, cobard...

Cuelgo y reprimo un grito bochornoso, me lanzo en el lado desocupado del colchón y escondo mi cabeza bajo una almohada.

«Arath Cerati no me gusta. Para nada».

Quizás si me lo digo las veces suficientes, acabe creyéndolo.

***

—Señorita Kayde —me llama Olivia, la ama de llaves.

—¿Sí? —Bajo el libro de pociones y alzo la mirada, la ninfa de agua mira hacia abajo mientras habla. Detesto esa costumbre de la Corte, la servidumbre tiende a evitar enfrentar directamente a los miembros de la familia real.

Diosa de La LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora