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Lavo mis dientes y me ducho de prisa, con los nervios a flor de piel. No logro sacar la imagen de mi mente y puedo escucharlo moverse de un lado a otro en la alcoba. Un cajón se abre y se cierra, una puerta cruje y luego se va.

Una cosa es sentir su aura, otra muy diferente es saber con exactitud lo que está haciendo. Es como si mis sentidos hubiesen aumentado, ¿es parte del ritual o por haber tomado su sangre? Que, por cierto, ¡ew! No puedo creer que tragué eso.

Termino de secarme y envolverme en una enorme bata cuando lo siento y escucho volver, salgo para encontrarlo con una toalla atada a la cintura y el pelo húmedo, sentado al borde del colchón. Debió ducharse en otro cuarto de la... espera, ¿dónde estamos?

—En el Monte St. Michel —responde, como si escuchara mis pensamientos. Aguarda un segundo, ¿puede hacer eso? ¿Leer mi mente?—. No, nena, no puedo meterme en tu cabeza, todavía.

—¡¿Qué?! —Se ríe.

—Por ahora, alcanzo a percibir tus emociones, lo único que hago es tratar de interpretarlas, dándole forma a tus pensamientos. Puedes hacer lo mismo conmigo, si te concentras.

«¿No es eso como una violación de privacidad o algo así?»

Su ceño se frunce, supongo que también captó eso. Claramente.

—Aprenderás a controlarlo —constata.

—No quise... —Sacudo la cabeza, no hago más que meter la pata cuando estoy a solas con él—. No me malinterpretes, por favor. —Camino hacia él, me detengo a un palmo de distancia—. En la torre, me tomaste desprevenida. Jamás se me habría ocurrido que me mostrarías algo así. No quiero que pienses, nunca, que yo no te aceptaría tal y como eres.

—¿Es así? Sentí tu miedo.

—Si fueras como yo, joven e inexperto, y vieras a la persona de la que te has enamorado transformarse en una criatura oscura, primitiva, de la cual posee el mínimo control, ¿no tendrías ni un poquito de miedo?

—Si lo pones así... —Alcanza mis manos, suspira—. No quiero que tengas miedo de mí, Luna.

—No eres tú quien me asusta.

—No te haría daño.

—Lo sé. Solo... dame tiempo para acostumbrarme.

—Bien, dime cómo te sientes.

—Me encuentro bien, teniendo en cuenta lo que pasó. Esa loca desquiciada causó muchos estragos, ¿cómo es que alguien tan vil comanda el Inframundo?

—Su reinado ha sido el segundo más largo de la historia. Ya conoces el dicho, hierba mala nunca muere.

—No hasta que alguien la arranque desde la raíz —replico—. ¿Kyanna se encuentra bien? —inquiero, si había veneno en mi herida, probablemente en la suya también.

—Sí, solo a ti te inyectó el veneno.

—Quería matarme.

—Pero no lo consiguió, ni lo hará —habla seguro, instándome a sentarme en su regazo.

—¿Hay... sufrimos muchas pérdidas? —Temo la respuesta.

—No, ninguna. Los sanadores actuaron rápido y teníamos buenos combatientes. Los heridos de gravedad se pondrán bien.

—¿Mis hermanos?

—Están bien, todos están bien —tranquiliza.

—¿Y ella... la Reina? —Seguro que volverá a terminar lo que empezó—. ¿Por qué te quiere a ti?

Diosa de La LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora