PRÍNCIPE DE LAS TINIEBLAS 6

343 43 0
                                    

CAPÍTULO SEIS

Mis pies se mueven antes de que mi propia mente registre la acción, me dirijo hacia la playa, donde la Diosa comienza a manifestarse; según da un paso fuera del agua, su piel nívea va cubriéndose mágicamente con una delgada tela que se adhiere a su cuerpo como una segunda piel, el nacimiento de su cola de pez es reemplazado por un par de piernas cubiertas con pantalones cortos.

Estoy frente a ella en un santiamén, sujetando su nuca e inclinando su cuello hacia la derecha para hacerle espacio a mis afilados colmillos. La siento tener un escalofrío, la escucho jadear mi nombre.

Envío una orden a mi cuerpo para detenerse, pero no lo hace.

Es demasiado tarde.

La bestia en mí ha tomado el control.

Cuando hundo mis dientes en su carne, perforando cada fina capa de piel, libera un gritito entre placentero y doloroso. Al primer sorbo de su sangre, gruño, aferrándome a sus caderas con ambas manos, tratando de mantener el último resquicio de control que me queda. La esencia dulce recorre mis arterias mezclándose con mi propia sangre; es caliente y adictiva, deseo tomar más y más. Succiono como si no pudiera tener suficiente.

De pronto pasan imágenes a través de mí como una película. El recuerdo de la primera vez que la probé.

La realización de quién es esta chica me llena.

Mía.

Mi compañera.

Me alejo, no sin antes cerrar la herida con varias pasadas de mi lengua; doy un paso atrás y sostengo su rostro pálido entre mis manos, sus ojos cristalinos me observan con detenimiento. La bestia sigue al mando y sonrío al tiempo que bordeo el contorno de sus labios con la yema de mi pulgar, no puedo resistir el impulso de inclinarme hacia abajo y unir su boca a la mía.

El contacto con sus labios es suave, familiar. Me sigue el ritmo sin inmutarse, dejándose llevar por unos breves minutos hasta que necesitamos recuperar aliento.

-Lo siento, douceur [1]-murmuro con toda la intención-. Lamento haber dudado de ti. -La incertidumbre brilla en sus ojos, me escudriña y parece ver a través de mis palabras, alivio la embarga y se deja caer contra mí, envolviendo sus brazos a mi alrededor.

-Estaba tan preocupada, no tienes idea de lo que sentí. Mi corazón se rompía en pedazos cada vez que te miraba y el vínculo se desvanecía con cada hora que transcurría. No vuelvas a hacerme esto, ¿me oyes? -Prácticamente ordena a la vez que retrocede y golpea mi pecho, le permito desahogarse, es lo mínimo que puedo hacer luego de lo impactante que fue esta experiencia para ella-. Arath, tus ojos -señala y parpadeo, obligando a la bestia a retroceder, colabora ahora que tiene a su chica consigo, poco a poco mis rasgos regresan a la normalidad.

-Todavía siguen viniendo a mí los momentos que compartimos -murmuro-. El Everest. Aquella ocasión en Durdle Door y el sótano. París -añado con una sonrisa, atrayéndola hacia mí para abrazarla-. He estado a punto de perderte varias veces, dos a causa de Hascibe y una por mi culpa, por no reconocerte.

-No es tu culpa. -Me excusa con lágrimas en los ojos-. Alguien provocó esto -insiste; nos atacaron a Braden y a mí, y por consiguiente a nuestra otra mitad-. Me alegro que no haya sido permanente. Intenté contener cuánto me afectaba que no supieras quién soy, temí no recuperarte.

-Nos habría destruido -me lamento.

-Afortunadamente no fue así. -Parece pensar en algo-. ¿Por qué viniste aquí? ¿Qué te impulsó a alimentarte de mí? Eso fue lo que desencadenó tu memoria, ¿cierto? -habla sin parar. Busco una de sus manos y la entrelazo con la mía, la insto a caminar por la arena, lo suficientemente lejos del agua para no provocar su cambio.

Diosa de La LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora