—Adoro cómo suena mi nombre en tus labios, a veces me imagino... —se interrumpe, parece que estaba a punto de hacer una gran admisión.

—¿Qué? Dime, por favor. —Mordisquea su labio, no aparta la mirada de los míos—. ¿Arath?

—¿Mmm?

—Bésame —pido, atrevida. El contacto de su boca no se hace esperar, se amolda a la mía como si hubieran sido hechas para este acto exquisito.

El beso es lento, torturador, mi piel comienza a arder. Sus dedos realizan el recorrido usual por mis brazos, me doy cuenta de que lo hace tanto para controlarse a sí mismo, como para tranquilizarme.

En dado momento, me coloca de espaldas sobre el colchón. Su boca traviesa hace un camino de besos por mi cuello, sus dientes afilados rozan la tierna carne.

«Muérdeme».

El pinchazo llega, el sonido de succión lo acompaña. Enredo una mano en su pelo, manteniéndolo sujeto. Con la otra, hago trazos sin sentido por su espalda descubierta. Su piel, usualmente fría al tacto, se torna cálida. Alcanzo el borde de su toalla, justo cuando se aferra a uno de mis senos por encima de la bata, trago en seco, eso no me es suficiente. No después de lo que me ha enseñado.

Tiro de la insulsa tela esponjosa hacia abajo y a un lado, despejando el camino, el nudo en mi bata es deshecho y lo siguiente que sé, es que estoy sintiéndolo piel a piel en cada parte de mí.

La anticipación se mezcla con excitación.

El calor de su lengua húmeda mitiga el escozor que produce la mordida una vez que tiene suficiente de mi esencia, esa boca talentosa se mueve por mi garganta, baja por mi clavícula, su aliento sopla en un pico endurecido, cierro los ojos, ansiando que pruebe más de mí, pero demasiado tímida todavía como para verlo apoderarse de un pezón y juguetear con la punta de su lengua.

Eso es... ¡vaya! Expreso mi gusto audiblemente, sorprendiéndome y, a él sacándole un gruñido. Su caricia se profundiza, sus labios encierran el brote endurecido y chupa. Jadeo. Se traslada al otro pecho y repite la acción. Mi parte baja, íntima, nunca jamás tocada y mucho menos vista por nadie más que yo, se encuentra empapada debido a sus caricias.

Allí, entre los labios, se produce un pálpito. Y luego otro, y otro. Entonces comienza a doler de la manera más deliciosa, contoneo las caderas buscando inconscientemente la fricción que podría darme alivio.

—Luna, douceur, intento ir suave y despacio contigo. Si continúas moviéndote así, no podré controlarme —advierte, enfrento su mirada, no hay rastro del violeta, es todo rojo.

—No lo hagas. No te controles. Muéstrate a mí tal y como eres. Te querré de todas formas.

Aquellas palabras lo enloquecen, se adueña de mi boca, me besa con alevosía, muerde y succiona, me adiestra y sigo su ritmo, mi cadera se balancea, rozando algo increíblemente duro y suave a la vez.

«Eso... eso es...».

Shsh, no iré tan lejos hoy, ma lune —expresa en un susurro, presintiendo mi inquietud—. ¿Quieres parar ahora?

—No, sigue. —Mi voz sale poco más alta que un murmullo. Ahora, cuando me besa, lo hace más despacio. Después de prestarle atención a mis senos, sus manos viajan al sur, rozando el interior de mis piernas, instándome a separarlas y hacerle espacio.

Confiando en que se detendrá si cree que es demasiado, me dejo guiar. Sus dedos buscan mi núcleo, tocándome con suma delicadeza, un gemido sale de mí, cortando el beso. Nuestros ojos se encuentran, da con ese dulce punto, no sabía que fuera tan sensible, ni que fuera capaz de hacerme sentir así.

Diosa de La LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora