03:30am - 09/08/45.

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Hoseok y yo caminábamos a paso lento hacia nuestras casas, que se encontraban al sur de Daegu, ambas en la misma calle que tenía hermosos cerezos a sus alrededores, llenándose de color rosado en primavera y en verano, dejando que los delicados pétalos de rosa se filtraran en mi ventana. Despertar con el fresco aroma a naturaleza era uno de mis momentos favoritos del día.

Con nuestras mochilas sobre nuestras espaldas, y nuestros pensamientos en las nubes, hablábamos de todo y de tanto, jamás me cansaba de escuchar todo lo que Hobi tenía por decirme, era algo que me encantaba hacer además de observar sus pequeños detalles que expresaba, arreglándose el cabello nerviosamente cuando se apenaba o aclararse la garganta antes de tornarse serio en algún tema.

Admiraba a ese chico, su forma de ser, de hablar, de caminar y de vivir, parecía tan especial, que estar junto de él siempre me hacía feliz, siempre me emocionaba hasta los huesos.

- Le he dicho a mi padre que podríamos salir a un viaje de campo a las afueras de la ciudad, algunos aviones pasan ahí por las noches.

- ¿No te dan miedo? – le pregunté asombrado. Desde que los japoneses habían llegado al país todo se volvía más peligroso y brusco, los aviones jamás traían buenas nuevas, solo sembraban dolor y terror.

- No, me gustan, aunque tal vez las razones por las que bailan en el cielo no sean las correctas...

- ¿Cómo?

- Los aviones no son malos, Tae, lo único malo en ellos son las personas que viajan en ellos... pero incluso para ellos es la razón correcta para pelear.

- No entiendo... ¿cómo destruir calles enteras puede ser bueno? ¿No has oído la radio? Alemania va ganando la guerra...

- Me niego a creer que ganará. ¿Sabes porqué? – negué con la cabeza, esperando pacientemente a que continuara. – Porque son las minorías las que cambian al mundo, Tae. Somos nosotros, quienes en un futuro detendrán las guerras, las enfermedades... viajaremos al espacio y acabaremos con las fronteras, solo hay que esperar a que estos chicos... - señaló a los niños que jugaban futbol al final de la calle – se despierten del sueño que tienen. Despertando haremos grandes cosas, cosas que jamás imaginamos.

Me enamoré de él en ese preciso momento, de golpe, como si aquellas palabras me hubieran quitado un pañuelo de los ojos. Tal vez quererlo era incorrecto, pero en esos tiempos de guerra, que algo tan hermoso naciera en mí me hizo sonreír.

Voltee mi mirada hacia él, su piel brillaba con los rayos del sol que se filtraban entre las ramas de los cerezos, su cabello peinado lucia sedoso, y sus ojos parecían igual de profundos que la noche, con un millón de constelaciones guardados en ellos.

La forma en la que lo veía era diferente... algo nuevo y emocionante. Algo que cambiaba lentamente en mí.

- ¡Carreras hasta el puente! – gritó de momento mientras partía a correr a toda velocidad hacia la dirección en donde se encontraba el puente que conectaba nuestra calle con la ciudad. - ¡El último se avienta al río!

Observé como se alejaba de mí, soltando risas en voz alta y extendiendo sus brazos como un pájaro en libertad.

Corrí detrás de él, riendo y siendo feliz, alejándome de aquellos arboles de cerezos, empezando a divisar el viejo puente frente a nosotros, del cuál corría un río debajo de él. Aumente la velocidad cuando vi que Hoseok se acercaba más y más a la meta, no quería meterme al agua fría y ganarme un regaño por parte de mi madre.

With the universe upon us.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora