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—¡Lilly! ¡Ya levántate! Se te está haciendo tarde.

—¡Ya estoy despierta! 

Con un quejido, la mencionada arrojó las sabanas y rápido se d irigió a la silla donde había dejado su uniforme.

Ya solo faltaba una semana para que las clases terminaran, y gracias a que los moretones y cortes se habían difuminado algo, Lilly por fin tenía permitido volver a la escuela con normalidad.

La chica aun no podía creer que no se había ido a extraordinario de biología. Todas las guías y consejos que le habían dado Sonia, Ignacio y Antonio le habían sido de mucha ayuda para lograr su cometido. Incluso su madre admitía que le estaba haciendo bien juntarse con ellos, a pesar de que todavía tenía que presentar el extra de matemáticas.

No le importo. En esos momentos se sentía demasiado feliz como para dejar que esas cosas nublaran su cabeza.

Desde que se había dado cuenta de sus sentimientos, algo en ella comenzó a cambiar. Siempre que venían sus amigos a verla, le dedicaba varias miradas a Antonio y evitaba sentarse junto a él.

Un par de veces, tanto Sonia como Graciela le insinuaron que sabían lo que le estaba pasando, pero siempre terminaba haciéndose la desentendida y cambiaba la conversación.

No quería hablar con nadie de eso, ni siquiera con su madre. Sobre todo con ella, porque era quien sabía lo que tenía planeado hacer con el chico hacía unos meses. Estaba segura de que no sabía que se trataba de él, pero aun así lo que menos quería eran consejos.

Suficiente tenía con ese descubrimiento como para aumentar el factor vergüenza.

—¡Lilliana! ¡O te apuras o te vas sola! No puedo estar esperando a que...

—¡Ya terminé! Ah contigo. Te pasas de exagerada.

Lilly bajo corriendo hasta pararse frente a su madre, con mochila incluida. La señora se limitó a alzar una ceja y señalar la cocina al tiempo que decía a media voz.

—Ya te dejé el desayuno preparado. Apúrate a comer mientras me pinto.

La chica asintió y atendió a las palabras de su madre.

Apenas habían pasado diez minutos cuando las dos salieron de la casa y subieron al auto. Como siempre, su madre llevaba un termo repleto de café cargado y un par de bocadillos en un tupper.

—¿Qué vas a hacer hoy después de la escuela? Hace mucho que no vamos a comer algo a la plaza.

—¿Subway...?

Su madre torció la boca, pero después de unos segundos asintió y le sonrió.

—De acuerdo, pero solo porque eres tú.

—¡Genial!... Este va a ser un buen día.

Lilly entró a la escuela con una sonrisa boba en el rostro y lista para que dieran las dos de la tarde.

—Vaya, parece que alguien se paró del lado correcto de la cama este día.

La voz de Erika consiguió borrar parte de la sonrisa que tenía la castaña, pero no por eso se dejó intimidar por la chica. Aún y cuando estaba acompañada por dos de sus amigas, le dedicó una mirada breve y suspiro.

—Bueno, la verdad es que me siento muy bien hoy así que sí. Se podría decir que me encuentro de lo mejor.

—Oh, ¿Nos les dije?... Qué lindo es ver que te llevas tan bien con tú nuevo novio.

En la secundaria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora