1-Primer día.

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SAMANTHA.

¿Debería ser callada y severa? ¿Debería ser yo? ¿Debería o no?

Mis nervios hacían de mi cabeza todo un lío.

Siempre fui de esas personas que pasaban horas y horas delante de un espejo. No para ver lo linda que era o si mi forma de vestir estaba bien. Sino, observaba el como debo actuar, mis muecas al hablar, mi postura y como me debía presentarme.

Quería caer bien el primer día, por lo menos a alguien.

Muchas veces me ponía a pensar que pasaría si alguna vez logro cambiar, cambiar... mi timidez o ansiedad o todo en mi. Pero caía en cuenta que era demasiado yo, y cambiar seria un proceso largo. Hice una protesta, apoyé mis manos frustrafa en el tocador y mire mi reflejo a través del espejo, niegue repentinamente cerrando luego mis ojos.

La puerta se abrió, alcé mi vista, entonces observe a una hermosa mujer de cabellera rubia, la tez de su piel era blanca y tensa, sus ojos color verde junto a su sonrisa encantadora dejaba ver unas pequeñas arrugas que se le hacía en el contorno de sus hermosos ojos. Mi madre. Una mujer hermosa, algo controladora y con el suficiente orgullo para dejar de hablarte si no haces lo que ella dice.

Susan Williams, madre de dos hijos y recién divorciada, me encantaría decir que era perfecta, porque así lo pareciera a simple vista. Pero sabía que nadie era perfecto. Se veía tan bien, la separación no había dejado huellas, parecía que jamás había llorado en todo el viaje. Su maquillaje logró cubrirlo.

—¿Samantha estas preparada?—. Su pregunta era potente y autoritaria. 

Asentí con mi cabeza, tomé mis cosas y salimos por la puerta de mi habitación.

Al bajar las escaleras dirigiéndonos hacia la planta baja, donde nos esperaba mi hermanito sentado en la isla de la cocina, desayunando su cereal; camino hacia él y en su coronilla deposito un beso.

Sonrió mirándome, estaba con un bigote de yogurt por haber bebido tiempo atrás.

Llevábamos una semana en el nuevo hogar, mamá ya había comenzado a trabajar, unos días antes de sacar los boletos con destino a Londres, había pedido su traslado. Algo que sabía de Susan era lo anticipada que era, para cuando llegamos a nuestro nuevo hogar, ya se encontraban empleadas limpiando la casa y hasta un chófer.

Se había preparado muy bien, como siempre.

Una de las empleadas de la casa, Alba era su nombre, comienzo a colocar el desayuno sobre la mesa, a punto de sentarme para comer, mi madre detiene rápidamente a la señora.

—Alba no desayunare, sírvele a los niños y luego llama a Hugo para que prepare mi coche ¿Me oíste?— cuestionó prepotente, ella asintió en silencio y siguió sirviendo con nuestro desayuno.

Se llama Amor |1/2|Onde histórias criam vida. Descubra agora