[Capítulo 3]

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El sol era abrasador. Amy se recogió el cabello en una coleta para evitar el sudor en la nuca, pero ni eso podía quitarle la capa pegajosa que se había formado sobre su piel.

Deseaba con todas sus fuerzas una botella con agua, pero Logan no la dejaba ir a ningún otro lado que no fuera una funeraria.

Aparentemente estaba con las baterías recargadas. Se movía de un lugar a otro a la velocidad de un rayo. En varias ocasiones Amy lo perdía de vista, lo que provocaba que Logan terminara enojándose con ella porque decía estar retrasándolo.

— ¿Podrías ir un poco más rápido?

— ¡Hace calor! —Se excusa—. Se supone que ahora tendría que estar recostada a la sombra con un ventilador en mi cara pero no, estoy aquí ayudándote. Agradece eso.

Logan se detiene de pronto. Su tono de voz cambia completamente.

—No sabía que estabas pasando tanto calor.

— ¡Estoy muriendo! ¿Qué no lo sientes?

Él simplemente negó con la cabeza.

—No siento el calor... solo frío.

Amy agachó la cabeza apenada. A veces tenía que recordar morderse la lengua antes de hablar.

—Lo lamento. Lo olvidé por completo.

—No importa. —Asegura con la cabeza gacha.


Después de un par de horas caminando y yendo a varias funerarias se dieron cuenta que lo que estaban haciendo no les servía para nada. En ningún lugar de la morgue decía si alguien era huérfano o no, las casillas solo tenían números y eran demasiados como para intentar buscarlos en el fichero.

Logan comenzaba a perder las esperanzas y Amy no tenía ni idea de cómo hacer para levantarle el ánimo. En eso una idea surca su mente como una estrella fugaz; rápida pero inolvidable.

Podrían ir a un orfanato, Logan podía meterse en la oficina de registros y allí tendrían anotados los nombres de los recién fallecidos. La idea le agradó al joven y se pusieron manos a la obra. Amy le sugirió que para empezar fueran a un orfanato (el único que ella conocía), y si no le llegaba a gustar ningún cuerpo podían seguir buscando.

Ni bien llegaron al lugar, Logan se adentró atravesando la puerta como si ésta estuviera hecha de aire.

En su interior el lugar era enorme, tan así que no tenía idea de por dónde empezar a buscar. Se acercó a la recepción y observó a la mujer teclear frente al computador. Parecía estar haciendo una ficha con cada uno de los recién ingresados.

Eso le levantó el ánimo porque significaba que aquellas fichas terminarían en un fichero y en ese lugar se encontrarían las partidas de defunción.

Tomó asiento en un gran sofá verde y esperó. Durante la espera tuvo tiempo de ver todo lo que sucedía. Habían muchos niños, demasiados. Eran muy ruidosos y por más que le decían que se callaran ellos no guardaban silencio.

Aburrido, se reclinó contra el mullido respaldo. Estiró los brazos resignado y su mirada se elevó al reloj que colgaba detrás de la recepcionista. Treinta minutos malgastados en nada. No valía la pena esperar, si quería que las cosas avanzaran debía tomar cartas en el asunto.

Decidido a buscar por su cuenta el fichero, caminó hacia una puerta cercana a la recepción, cuando de pronto algo lo detuvo.

Ante sus ojos una pareja se adentraba en el sombrío interior. Eran jóvenes, tal vez él de treinta y ella de veinticinco. Ambos lucían muy felices, puesto que ese día iban a adoptar.

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