25. Almas

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La iglesia era mucho más grande de lo que había imaginado, y el sermón, bastante más agresivo.

«Sólo los hermanos que se atreven a congregarse en este y otros templos sabrán la auténtica verdad. Los Sagrados Muros nos protegen de los monstruos y no debemos enfadarles venerando falsas promesas. ¡Somos libres! ¡El pueblo todavía se tapa los oídos ante nuestras palabras! Más allá del Sagrado Muro de Mitras las gentes siguen tolerando herejías muy graves, oh, sí, lo que oís, mis hermanos. Es una vergüenza para todos los que conformamos este grupo de mensajeros.»

Levi comprobó que ninguno de sus compañeros estuviera mirando alrededor para poder hacerlo él sin que se notara demasiado. A pesar de haberse quedado al final del gentío, las palabras del sacerdote resonaban por toda la enorme sala sin necesidad de alzar demasiado la voz, aunque el hombre lo hacía igualmente. Era gracias a la forma semicircular en la que los oyentes estaban dispuestos de pie alrededor de él, con las capas granate ocultando parte del rostro como símbolo de respeto hacia las deidades y como igualdad entre ellos mismos.

«¡Aquellos que osan atravesar los Sagrados Muros no tendrán nunca el perdón del Culto ni de Dios, pues están cometiendo el mayor de los pecados: un ataque directo y agresivo contra nuestra fe y nuestra seguridad!»

Fingió admirar los enormes retablos de oro que representaban los tres Muros en la pared principal tras el sacerdote y le dio un codazo a Conrad. Conrad le dio uno a Petra y Petra a Hanji. La sala, además de enorme, tenía dos extensiones más de ella a cada lado que llevaban al interior y las escaleras, y solo constaba del color mármol y el dorado excepto por las pinturas en aquella pared, lo que le hacía poseer un aspecto todavía más inmaculado y pudiente. Regio, incluso. Olía a cera y a perfume, lo cual se agradecía a pesar de toda la gente que había allí, pero de forma demasiado empalagosa.

«¿Qué les diríais a esos herejes que nos roban y nos quitan a nuestros hijos, hermanos míos? ¿Qué debemos hacer?»

Levi no creyó nunca que llegaría a oír tal sarta de improperios y amenazas en un templo, aunque fuera con muchos eufemismos. El público congregado, jóvenes y mayores, gritaban iracundos y sus palabras le taladraban los oídos con rabia.

No conocía más que de oídas lo que adoraban y no llegaba a entenderlo, pero lo único que sabía con seguridad era que por culpa de ellos su madre no supo explicarle todo lo que habría querido. Por ellos había perdido casi todo lo que le había pertenecido alguna vez a su pueblo, y el sentimiento de que le faltaba una parte de su identidad se hizo más fuerte. Echaba de menos algo que no había conocido.

—¿Ahora? —Conrad se inclinó para preguntar a Hanji.

—Dos minutos.

Se movieron cuando el resto lo hizo. La reunión terminó con una extraña paz en el ambiente después de la cantidad de odio que se había escuchado, y los presentes se dispersaron para marchar o prolongar alguna conversación de pocos minutos. Entonces ellos aprovecharon para empezar su plan. Los cuatro se alejaron de la sala principal y se adentraron por una de las alas que llevaba a un ancho pasillo. Conrad y Levi encontraron los baños y se ocultaron tras la puerta, dejando que sus compañeras lidiaran con los miembros del Culto que se encontraran por el corredor y que no tardaron en llegar. De ese modo nadie repararía en que eran cuatro los que se habían adentrado en el edificio y no dos.

—Buenas tardes, ¿qué se les ofrece por aquí? —Un hombrecillo las saludó con confusión.

—¡Buenas tardes! —Hanji abrió los brazos y sonrió ampliamente—. Eso es, hace un día espléndido gracias a la gran Sina, ¿verdad?

—Oh... Oh, sí que lo hace, hermana —El hombre no convencía, pero al menos lo intentaba—. Su entusiasmo me contagia el ánimo, aunque no les había visto por aquí antes.

Pioneros (𝐒𝐍𝐊)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora