Capítulo 8: el diablo ha entrado en la guarida, cambio.

5.4K 310 12
                                    

Cierro los ojos con una mueca disgustada. Vale, ya es malo que me bese y corresponda, pero que me deje a medias es totalmente intolerable.

- Desde luego que no.
Sus brazos se estrechan alrededor de mi cintura a pesar de mi mirada fulminante.

- Qué pena, porque yo a ti sí.- contesta desenvuelto.
- No digas tonterías.
Mi garganta se cierra con un clic cuando Álvaro se inclina sobre mí para clavar sus grandes ojos cielo en los míos.

- Hablo en serio, desconfiada.
- Sí, vale, estupendo.- le doy la razón como a los tontos, evitando su mirada- ¿Puedo preguntar dónde te has metido toda la semana?
No me hace falta mirarlo para saber que su sonrisa debe medir unos dos metros y medio (aproximadamente).

- Estuve de acampada con mi hermano y mi cuñado.
- ¿Se puede saber cuántos hermanos y cuñados tienes?- pregunto, torciendo los labios.
- Dos hermanos, Roberto y Loretta y dos cuñados, Lena y Saúl.
Eso encajaría con el nombre que me ha dado Pablo.

- ¿Loretta? ¿De dónde es ese nombre?
Pone gesto pensativo durante unos segundos antes de sacudir la mano con impaciencia y estrecharme contra él.

- Eso mismo se pregunta ella.
Sin poder evitarlo, recorto los pocos centímetros que nos separan y aspiro el olor de su cuello con una media sonrisa de tonta. Es tan… atrayente.

- ¿Lena es con la que estabas el otro día?- pregunto en un susurro, absorta en la piel bronceada de su garganta.
- ¿Ya me crees?
Arqueo la espalda cuando su mano se desplaza con lentitud por mi columna en una caricia tormentosa.

- Me lo ha confirmado Pablo.
De pronto, toma mi mentón con un par de dedos y lo alza hacia su mirada molesta. Vale, ¿ahora por qué está enfadado? ¿No era él el que quería que se lo preguntara a su amigo? ¿Me he perdido algo?

- ¿Cuándo has hablado con él?- exige saber.
- Esta tarde, ¿por qué?
- ¿Habéis quedado?
Enarco una ceja con escepticismo.

- ¿A qué viene este tercer grado?
Niega con un cabeceo.

- Tú sólo contesta.
Está comportándose como un troglodita.

- No, no he quedado con él, ha venido a verme al bar.- respondo firmemente.
- ¡Que ha venido a verte!
¿Estamos tontos?

- Sí, eso he dicho.
- ¿De qué habéis hablado? ¿Te ha intentado besar?- hace una pausa y dibuja una mueca disgustada-… ¿Os habéis enrollado?
Dios, ¡es completamente imbécil!

- Te dije que no iba a volver a hacerlo.
- Lo recuerdo.- replica con sarcasmo.
- ¿Entonces qué coño me estás contando, Álvaro?
- Sólo pregunto.
¿Se piensa de verdad que soy tan tonta como para creerme eso?

- Y una mierda, no estás preguntando, estás acusándome.- clavo en él una mirada tóxica- No me he enrollado con él, pero aunque lo hubiera hecho no es de tu incumbencia.
Me deshago de su agarre de un tirón y saco las llaves del coche del bolsillo de mi bolsa.

- Diana, espera.
Sin contestarlo, me meto en el cacharro de Ford y arranco ante su mirada seria. Me muerdo el labio inferior para no sacarle la lengua en un gesto infantil e impropio de alguien de mi edad. Dios, sólo él consigue que me comporte como una niña.
Conduzco el coche hasta el edificio de mi guarida y aparco ilegalmente en la curva de la calle. Ya lo cambiaré luego.
O no.
Estoy cansada y de mal humor. Así que supongo que acabará siendo un “no”.
Subo a trote las escaleras y cierro la puerta de mi apartamento tras de mí con un suspiro de alivio, como si me hubiera librado de algún tipo de asesino psicópata provisto con un hacha o una sierra mecánica o algo.
Nos estamos desviando.

- Simon, pequeño obeso, ¿Dónde estás?- pregunto a la nada.
Ni rastro de la bola peluda. Se habrá ido de juerga por ahí. No es ningún tonto.
Me doy una rápida ducha antes de vestirme con unos estrechos pantalones cortos y una camiseta blanca de tirantes.
El timbre de la puerta me hace soltar una maldición nada amable por lo bajo. Maldita loca, tiene el don de la oportunidad.

- No pienso ir por ahí ahora, Kira.- gruño al abrir de un tirón la frágil puerta.
- Qué bien, porque yo tampoco.
Enfoco la mirada hacia arriba (de lo que sería la estatura de mi amiga) para ver el gesto divertido y molesto a la vez de Álvaro.

- ¡Me has seguido, maldito acosador!
- Correcta la primera parte, cielo, en lo de “maldito acosador” no estoy tan seguro.
- Ya te lo aseguro yo.- replico- ¿Se puede saber cómo has sabido cuál era mi piso?
Se apoya con indolencia contra el marco de la puerta en una postura que le hace parecer más un héroe de tebeo que un hombre normal y corriente.

- Hay abajo unas señoras muy amables que me lo han indicado.
Las viejas cotillas. Les cortaré la lengua una a una y las meteré en sus guisos repugnantes.

- Já, esas no han sido amables en su vida, seguro que las has convencido con una de tus irresistibles sonrisitas tontas.
Sus ojos brillan juguetones mientras suelta una carcajada.

- ¿Crees que mi sonrisa es irresistible?- pregunta, inclinándose sobre mí.
Uh, uh. Fallo. Fallo garrafal.
Joder, ¿Cómo se me ocurre decir eso?

- Creo que eres un aprovechado y un tramposo. Ahora, lárgate.
- ¿Ni siquiera me vas a invitar a entrar?
Dios, qué hombre más fastidioso.

- No.
Con una facilidad pasmosa, pone las manos sobre mis caderas y me alza antes de darme tiempo a protestar, dejándome a un lado para poder pasar.

- ¡Suéltame, idiota, y sal de mi casa!- protesto, enfurecida.
¡¿Pero quién se ha creído que es?!

- ¡Vete ahora mismo o gritaré, Álvaro!
Abro la boca para enfatizar mis palabras, pero la cierro, dócil, cuando toma mi barbilla con una mano y desliza sus labios hacia mi oído.

- Te haré gritar, pequeña, pero no para que me vaya.

Un escalofrío perfectamente perceptible se pasea por mi cuerpo y mis manos se agarran sin control a sus anchos hombros para no perder el equilibrio.

Asquerosamente adulta: la reina de la mala suerte.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora