Capítulo 23: Un nuevo miembro de la tribu Blanco.

3.1K 258 8
                                    

Es mi cuarto día de trabajo y estoy pintando la segunda pared.

Me encanta.

Me encanta muchísimo.

Saco uno de los millones de cuencos que me traigo limpios cada mañana y le echo pintura base blanca añadiendo poquito a poco colorante azul hasta que encuentro el color perfecto.

Qué maravilloso todo.

Suenan dos golpecitos en la puerta y miro extrañada mi desvencijado reloj, sujeto a duras penas por dos tiras raídas de cuero lleno de pintura. Mi reloj de trabajo.

Qué raro, no son ni las doce.

Roberto no llegas hasta por lo menos la una, cuando pasa a saludar (es un caballero) y Lena se fue ayer a un viaje de un par de días a Barbatos para hacer lo que se supone que haga en su trabajo (también es adorable).

- ¡Diana!- oigo tras la puerta y río.

Le pongo un trozo de film transparente a la pintura para que no se cuartee, dejo los pinceles a remojo en agua y abro la puerta, sólo asomando la cabeza.

Vale... no conozco al señor que está frente a mí.

Es un hombre de unos cincuenta y alguno, perfectamente trajeado, con el cabello negro peinado hacia atrás, unos ojos azules más que reconocibles y con una estatura exagerada. Bueno, está bastante claro quién es.

Pero, por si acaso no me he percatado del increíble parecido, los gemelos me lo explican mientras cierro con cuidado tras de mí para que no vean nada e intento limpiarme las manos en la sucia camiseta que uso para pintar.

- ¡Es el yayo!

- Soy Alberto, me han hablado mucho de ti.

Dios, si tiene esa voz baja y sensual que tienen sus hijos. Qué familia más... frustrante, joder.

Le enseño las manos como disculpa para no acercarme a saludar.

- Encantada.- digo, en cambio, esbozando una sonrisa.

- ¿Por qué no bajas con nosotros a tomar un refrigerio?

Clava esos ojos en mí y siento cómo mi corazón se acelera por los nervios. En serio, es lo menos parecido a un abuelo que he visto en mi vida. ¿Pero con cuántos años tuvo a sus hijos? Es alucinantemente guapo.

- No debería, tengo mucho trabajo.

Sonríe y parpadeo como una gili...mema.

- Venga, necesitas tomarte un descanso.- dice, y no parece haber lugar a réplicas.

Me encojo de hombros y cierro con llave el cuarto de la bebé antes de seguirlos por el pasillo.

- ¿Yayo, qué es un refr...refregerio?- pregunta el que creo que es Jaime.

El aludido ríe, mostrando esa dentadura de anuncio de dentífricos.

- Refrigerio, Jaime- ¡bingo!-, es una forma de ofrecerle a nuestra invitada algo que la ayude a soportar este calor.

- ¡Helado!

Por ejemplo.

- ¿Podemos tomar helado?

Cómo desvían cualquier tema a lo que les interesa... es divertidísimo.

- Podéis tomar helado, pero no se lo contéis a vuestra madre, que luego me regaña.

Asquerosamente adulta: la reina de la mala suerte.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora