Capítulo 25: 'Callaos ya'.

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Acaban durmiendo en mi casa, las cinco apretujadas en mi cama, asándonos de calor, lo que unido a las cervecitas que bebimos anoche hacen que me despierte con un dolor de cabeza muy serio.

- Oh, joder...- murmuro al levantarme.

Dejo a las pipiolas dormir mientras voy a la cocina a preparar unas tortitas bien calóricas con sus siropes y sus natas montadas.

Las trato como a reinas.

Simon está tumbado frente al frigorífico, su sitio favorito, y tengo que apartarle con la pierna para poder sacar las cosas.

- Quita, granuja.

Me tomo un ibuprofeno y me pongo a mezclar los ingredientes mientras canturreo una canción inventada.

- Si te viera Álvaro meneando el culo así, te fornicaba aquí mismo.

Me giro con una sonrisa hacia Kim, que se sienta cómodamente en el suelo para acariciar a un desperezado Simon. Mi gatito ronronea de felicidad.

Ay, ojalá fuese gato.

Una a una, van apareciendo en la cocina, como si se guiaran por el delicioso olor de las tortitas recién hechas.

Desayunamos en el salón, sentadas sobre el parqué, con Simon rondando a nuestro alrededor como un buitre carroñero. Engullimos like a cerdas.

Qué delicia.

Hasta que suena el timbre de la puerta y tengo que ir hacia allá. Por suerte, no abro del todo, porque si no habría tenido problemas.

- ¿Qué coño haces tú aquí otra vez?- pregunto a mi adorable hermano.

- Ver si ya tienes mi dinero.

Consciente de que tengo los ojos de mis amigas clavados en la nuca, salgo al rellano, sujetando la puerta entreabierta a mi espalda.

- No te voy a pagar ni un solo duro, Gustave.

Sus labios se curvan en una sonrisa muy turbia.

- Ay, hermanita, deberías replantearte eso.- replica.

Le reviento.

- No me amenaces.

- Sólo digo que te denunciaré si no me das mi dinero.

- ¡No es tu puto dinero, Gustave!- exclamo finalmente, levantando los brazos.

Da un paso más hacia mí y retrocedo.

- Se te agotan los días, y cuando eso ocurra tendrás que contratar a un buen abogado, porque te sacaré más de lo que me debes.

- No os tengo miedo ni a ti y a le bichon.

Sonríe de nuevo.

Da miedo cuando hace eso.

- Le has reconocido.- dice, deslizando los dedos entre su cabello caoba.

- Cómo no, ahora vete.

Extiende la mano y toca mi mejilla sin borrar del rostro esa expresión que me da tantísimo repelús. Giro la cara con una mueca, apretando los párpados para que no se me escape alguna lágrima traicionera.

- Lárgate.- gruño antes de cerrar la puerta.

Una vez dentro, me apoyo en la pared y me dejo caer al suelo.

- Di, ¿estás bien?

Asiento con un cabeceo, pero sigo ahí sentada como una mendiga, mirando el infinito.

Asquerosamente adulta: la reina de la mala suerte.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora