Capítulo 2: Buenos días, Round two.

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Como habéis podido deducir por mi interesantísimo segundo apellido, mi madre es francesa. Bueno, era francesa. Una parisina bohemia que con diecisiete años se fugó para casarse y vivió infeliz la mayor parte de su matrimonio con mi padre antes de matarse junto a él en un accidente de coche cuando yo tenía doce años.

Sí, una historia trágica. Trágica y larga.

-                     Señorita Díaz, hoy le toca a usted la pose.

Qué asco.

Me deslizo con desgana al asiento central de la clase, alrededor del cual están ya dispuestos los lienzos de cada uno de los compañeros. Odio el momento de la pose. ¡A mí me gusta dibujar, no hacer de modelo!

-                     ¿No podemos hacer hoy un desnudo?- bromea Julio, uno de los tontos de la clase.

-                     ¿Hará la misma gracia todos los días, señor Cortázar?

Este hombre es buenísimo.

-                     Bueno, chicos, después de esta desagradable interrupción, sigamos con lo nuestro- me mira un momento y entorna uno de los ojos negros- señorita Díaz, colóquese recta, la mirada al frente y la expresión solemne.-se dirige ahora hacia los demás- Hoy quiero un ejercicio perfecto de expresión facial.

Hago lo que me pide y se me hiela la sangre al comprobar a quién tengo justo delante. Mantengo el contacto con sus ojos azules, permaneciendo el gesto grave, casi de funeral.

-                     Muy bien, no aparte la mirada del señor Blanco.

Yuhu. Lo que yo quería.

El ruido apresurado de los carboncillos sobre el papel rugoso me tranquiliza y relajo los hombros con un suspiro, sin atreverme a arquear un solo grado la espalda o desviar los ojos de Álvaro.

Ahora es cuando me empieza a picar todo. ¿Nunca le ha pasado a nadie que cuanto más quieto se debe estar más picores o incomodidades sientes? Es como cuando te vas a hacer un escáner o algo parecido, te meten en la máquina claustrofóbica esa y te es imposible estarte quieto, te pica un dedo de un pie, sientes resecos los labios y se te mete la tela del camisón de hospital por donde no debería.

-                     ¿Podrías alzar un poco más la barbilla, Diana?- escucho una voz incomprensiblemente dulce.

Enfoco para asegurar que es él, aunque no se parece para nada a su tono divertido, engreído y desquiciante. Será pelota asqueroso… ¿intenta hacerse el bueno frente al profesor?

Levanto unos centímetros el mentón tal y como dice, permaneciendo ahora en línea perfectamente horizontal con su mirada. Es lo que tiene sentarse en un taburete más alto que las sillas. Porque si no es por eso no llego ni de coña.

-                     Estupendo.

Evito una mueca al observarlo esbozar una amplia sonrisa que deja ver un hoyuelo en su mejilla derecha. ¿Veis por qué no me gusta posar? Me distraigo.

Hora y media después, me siento derrotada sobre mi silla, dejando caer la frente contra la mesa. ¡Dios, qué horror!

Me voy a enterar de cuándo me toca la próxima pose para no venir. Cómo me duele la espalda, las piernas, el cuello… ¡todo!

Asquerosamente adulta: la reina de la mala suerte.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora