Conclusión

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Debido al encuentro de unos y a la separación de otros, esta correspondencia se vio interrumpida, en detrimento de la Oficina de Correos. Poca pudo beneficiarse el Estado de las cartas entre la señora Vernon y su sobrina, pues la primera no tardó en adivinar, por el estilo de las masivas de la joven, que lady Susan supervisaba su contenido y, posponiendo sus preguntas hasta ,legar personalmente a la ciudad, dejó de escribir con frecuencia.

Mientras tanto, después de que Reginald le contara con su habitual franqueza los detalles de su relación con lady Susan, haciendo que su opinión sobre ella se degradara aún más, aumentó su deseo de separar a Frederica de una madre así y encargarse de su cuidado; y a pesar de que tenía pocas esperanzas de conseguirlo, decidió hacer cuánto estuviera en sus manos para lograr el consentimiento de lady Susan. La impaciencia la empujó a pedir a su marido adelantar el viaje a Londres, y el señor Vernon, que parecía vivir únicamente para complacer a los demás --tal como ha quedado demostrado a lo largo de la historia--, no tardó en encontrar un asunto del que ocuparse en la ciudad. Obsesionada por su idea, la señora Vernon visitó a lady Susan poco tiempo después de su llegada a Londres, y ésta la recibió con tantas muestras de alegría y de cariño que se vio obligada a hacer un esfuerzo para no apartarse de ella con espanto. Ninguna reminiscencia de Reginald, ningún sentimiento de culpa; su mirada no reflejó el menor embarazo. Se encontraba de un humor excelente y dedicó toda clase de atenciones a sus cuñados, como si estuviera deseosa de mostrar cuánto agradecía su amabilidad y disfrutaba con su compañía.

Frederica tampoco parecía haber cambiado; sus modales apocados, así como la timidez de su mirada en presencia de lady Susan, convencieron a la señora Vernon de que su situación no había mejorado y la animaron a llevar adelante su plan. A pesar de ello, lady Susan se mostró sumamente cariñosa. La persecución a sir James había llegado a su fin, y sólo mencionó su nombre para aclarar que no se encontraba en Londres. Durante toda su conversación pareció únicamente preocupada por la educación y el bienestar de su hija, reconociendo con entusiasmo que Frederica estaca cada día más cerca de convertirse en la joven que cualquier padre soñaría tener.

La señora Vernon no salía de su asombro, al ser ahora perfectamente consciente de la hipocresía de su cuñada, y pensó que no resultaría nada fácil conseguir su objetivo. Cuando lady Susan le preguntó si creía que Frederica presentaba un aspecto tan saludable como en Churchill, ya que a veces temía que Londres no le sentara tan bien, la señora Vernon pareció recuperar la esperanza. En lugar de tranquilizar a la madre, se apresuró a proponer que la joven regresara con ella al campo. Lady Susan no supo cómo agradecer su bondad; pero tenía tantas razones para no separarse de Frederica... y, puesto que todavía no había decidido cuáles serían sus planes para la temporada, quizá pronto pudiera acompañarla personalmente; así, pues, concluyó declinando la amable invitación. La señora Vernon, sin embargo, insistió en su ofrecimiento y, a pesar de que lady Susan se negó una y otra vez a permitir la marcha de su hija, al cabo de unos días su resistencia pareció disminuir.

Afortunadamente, la amenaza de la gripe adelantó lo que inevitablemente terminaría por ocurrir. Los temores maternales de lady Susan despertaron en ella el deseo de apartar a Frederica el riesgo de contagio. Si había algo en este mundo que le diera verdadero pavor era que su hija contrajese la enfermedad. Así que la joven volvió a Churchill con sus tíos, y tres semanas después lady Susan les comunicó su matrimonio con sir James Martin.

La señora Vernon se convenció entonces de lo que antes sólo se había atrevido a sospechar, y era que bien podría haberse ahorrado todas sus súplicas, pues lady Susan había estado decidida desde el principio a que sus hija volviera a Churchill. En teoría, la visita a Frederica iba a ser de seis semanas, pero su madre, a pesar de enviarle una o dos cartas sumamente cariñosas para invitarla a regresar con ella, se apresuró a complacer a todos consintiendo en que prolongara su estancia en el campo; transcurrieron dos meses, cesó de lamentar su ausencia, y transcurrieron cuatro, sus noticias dejaron de llegar.

Así, pues, Frederica se quedó a vivir con sus tíos hasta el día en que Reginald De Courcy pudiera ser inducido a amarla; y teniendo en cuenta que el joven debería superar su relación con lady Susan, su promesa de no volver a enamorarse y su odio al sexo femenino, hizo que aquel desapego durase un año, cuando unos tres meses hubieran sido suficientes para la mayoría de los hombres, pero los sentimientos de Reginald eran tan exaltados como firmes.

Es imposible saber con seguridad se lady Susan fue feliz o no en su segundo matrimonio, pues, ¿quién podría creer lo que ella afirmara? Eso sólo se podría juzgar en función de sus probabilidades. No había nada en contra de su felicidad, excepto sus marido y su conciencia.

Sir James parece haber tenido peor suerte de la que merece la simple necedad. Por esta razón dejo para él toda la compasión que sea posible sentir. En cuanto a mí, confieso que sólo puedo tener lástima por la señorita Manwaring, quien --a pesar de haber venido a la ciudad de haber gastado una fortuna en ropa, quedándose en la miseria durante dos años con el único fin de conquistarlo-- vio defraudadas sus expectativas por culpa de una mujer diez años mayor que ella.

Lady SusanWhere stories live. Discover now