Carta 20

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La señora Vernon a lady De Courcy
Churchill    

Acabamos de recibir la visita de un huésped inesperado, querida madre. El caballero llegó ayer. Cuando estaba con mis hijos mientras almorzaban, escuché el ruido de un carruaje en la puerta, y suponiendo que tardarían en requerir mi presencia, me apresuré a abandonar el cuarto de los niños y comencé a bajar. A medio camino vi a Frederica correr escaleras arriba, blanca como el papel, y entrar precipitadamente en su dormitorio. Por supuesto yo fui tras ella y le pregunté qué le ocurría; ella me dijo entre sollozos: "¡Ay, ha venido! ¡Sir James está aquí! ¿Qué voy hacer ahora?". Aquello no era una explicación, así que le pedí que me contara por qué estaba tan atemorizada. Justo en aquel momento nos interrumpió una llamada en la puerta, se trataba de Reginald, al que lady Susan había enviado para que hiciera bajar a la joven. Frederica me dijo muy compungida: "Es el señor De Courcy. Mamá lo ha enviado a buscarme, debo ir con él".

Nos dirigimos los tres juntos a la sala de estar; yo me daba cuenta cómo Reginald miraba sorprendido el semblante aterrorizado de Frederica. Al abrir la puerta encontramos a lady Susan acompañada de un joven de aspecto atildado a quien nos presentó como sir James Martin; se trata del mismo caballero que, según dicen, tanto se había esforzado por separar de la señorita Manwaring. Sin embargo, no parece que hubiera destinado dicha conquista para sí misma, o quizá desde entonces había decidido cedérsela a su hija, pues al parecer sir James está ahora desesperadamente enamorado de Frederica, y es evidente que cuenta con todo el apoyo de lady Susan. Sin embargo, yo estoy segura de que la pobre niña lo detesta, y, a pesar de que tanto la persona del caballero como sus modales son muy correctos, el señor Vernon y yo tenemos la impresión de que se trata de un joven sin carácter. Frederica parecía tan avergonzada y aturdida cuando entramos en la estancia que no pude sino compadecerme de ella. Lady Susan se deshacía en atenciones con su visitante, y sin embargo, creí percibir que no sentía el menor placer de estar con él. Sir James habló sin parar y me pidió disculpas cortésmente por haber tomado la libertad de venir a Churchill, al tiempo que reía más de lo debido. Repitió una y otra vez las mismas cosas, y en tres ocasiones le contó a lady Susan que unos días antes había visto a la señora Johnson. De vez en cuando se dirigía a Frederica, pero su atención estaba centrada en su madre. La pobre niña permaneció sentada sin atreverse a abrir los labios, con la mirada baja y mudando de color a cada instante, mientras Reginald observaba lo que ocurría en completo silencio.

Finalmente, lady Susan, que parecía impaciente de hablar en privado conmigo, me rogó que la dejara acudir a mi vestidor. Yo la conduje allá, y tan pronto como la puerta estuvo cerrada, me dijo; "Jamás me ha sorprendido nada tanto como la llegada de sir James; ha sido algo repentino e inusitado, por lo que debo pedirte disculpas, querida hermana. Aunque, como madre, su visita debiera parecerme de lo más halagüeño, pues este hombre está tan enamorado de mi hija que no podía seguir viviendo sin tenerla cerca. Sir James es un joven de temperamento afable y excelente carácter; quizá sea demasiado hablador, pero bastarán uno o dos años para que se corrija. En todos los demás aspectos, no hay duda de que es un buen partido para Frederica, por lo que siempre he contemplado con agrado esa alianza; tengo el convencimiento de que tanto tú como mi hermano darían con gusto su aprobación. Yo nunca había mencionado a nadie la posibilidad de este matrimonio, pues pensaba que mientras Frederica continuara en el colegio sería mejor que nadie lo supiera, pero ahora que he comprendido que mi hija no tiene edad para vivir encerrada en un colegio, y que he comenzado a considerar su boda con sir James como algo no muy lejano, me proponía comentar el asunto contigo y con tu marido en los próximos días. Estoy segura, querida hermana, de que sabrás perdonar mi largo silencio y estarás de acuerdo conmigo en que, mientras las circunstancias continúan siendo inciertas, nunca está de más la cautela. Cuando dentro de unos años tengas la felicidad de entregar a tu pequeña y dulce Catherine a un caballero, cuya familia y carácter sean intachables, comprenderás lo que ahora siento; aunque, ¡gracias a Dios!, ustedes no tendrán tantos motivos para alegrarse, pues Catherine dispondrá de una fortuna propia, lo que no es el casa de mi Frederica, quien se verá obligada a hacer una buena boda si desea tener una posición desahogada".

Terminó su explicación pidiéndole que le deseara suerte en esa empresa, y yo así lo hice, aunque de manera torpe y balbuciente, pues la súbita revelación de un asunto de tal importancia casi me había hecho perder el habla. Lady Susan, sin embargo, agradeció efusivamente el interés que mostraba por el bienestar de ella y de su hija, y continuó diciendo: "No suelo sentirme inclinada a hacer confesiones, mi querida señora Vernon, y jamás he tenido el menor talento para fingir algo que no siento; por esa razón confío en que me creerás cuando te digo que, a pesar de los muchos elogios que había escuchado sobre ti antes de conocerte, nunca pensé que llegaría a apreciarte de este modo. También querría que supieras que tu amistad me resulta particularmente gratificante, ya que tengo motivos para pensar que algunas personas quisieron predisponerte en mi contra. Ahora sólo desearía que todos aquellos --quienes quiera que sean-- a los que debo agradecer tan amables propósitos tuvieran la oportunidad de vernos ahora y comprendieran el cariño que nos une. Pero ya no te entretendré más. ¡Que dios te bendiga por tu bondad hacia mí y mi hija y conserve tu felicidad y la de los tuyos!".

Mi querida madre, ¿qué se le puede responder a una mujer que expresa esas cosas? ¡Aquella seriedad, aquella expresión tan solemne! Y, sin embargo, sospecho que no dijo más que falsedades. En cuanto a Reginald, creo que no sabe qué pensar del asunto. Cuando llegó sir James, pereció sumamente sorprendido y confuso. La estupidez del joven y el desasosiego de Frederica captaron toda nuestra atención, y a pesar de que una pequeña charla privada con lady Susan parece haber surtido efecto, estoy segura de que aún se siente dolido por el hecho de que ella permita a un hombre así deshacerse en atenciones con su hija.

Sir James, sin el menor empacho, se invitó a sí mismo a pasar unos días en Churchill, como si confiara plenamente en que no nos parecería extraño; aunque de pronto pareció consciente de su descaro, y se disculpó diciendo que se estaba tomando las libertades propias de un familiar, para después concluir, entre risas, que deseaba convertirse pronto en auténtico familiar nuestro. Incluso lady Susan pareció un poco desconcertada por su atrevimiento; no me extrañaría que en el fondo de su alma estuviera rezando para que se fuera.

Pero debemos ayudar a la pobre Frederica si sus sentimientos son los que creemos su tío y yo. No podemos permitir que sea sacrificada a la ambición ni que viva atemorizada por ello. La joven que ha sabido apreciar de un modo tan especial a Reginald De Courcy, a pesar de que éste parece no haberlo advertido, merece mejor suerte que convertirse en la mujer de sir James Martin. Yo creo que podré descubrir la verdad en cuanto pueda entrevistarme a solas con ella, aunque tengo la impresión de que está tratando de evitarme. Confío en que no haya nada malo en este asunto y en que me haya equivocado al juzgarla. Cuando se encuentra junto a sir James se comporta con seriedad y timidez; pero no veo nada en ella cercano a la aprobación.

      Adiós, mi querida madre, siempre tuya,

                                                                                                    Catherine Vernon

Lady SusanWhere stories live. Discover now