Carta 17

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La señora Vernon a lady De Courcy
Churchill    

Mi querida madre:

El señor Vernon regresó el jueves por la noche acompañado de su sobrina. Lady Susan había recibido ese mismo día una nota suya informándole que la señorita Summers se había negado a permitir que Frederica continuara en su internado. Estábamos, pues, preparados para su venida y los esperábamos con impaciencia durante toda la tarde. Llegaron mientras tomábamos el té, y puedo asegurarte que jamás he visto a una persona tan asustada como Frederica cuando entró en el salón.

Lady Susan, que había estado llorando y dando muestras de gran agitación ante el encuentro, la recibió con total entereza, sin que la traicionara el menor sentimiento de ternura. Apenas le dirigió la palabra, y cuando Frederica estalló en sollozos al sentarnos, la obligó a salir de la estancia con ella y no regresó hasta pasado algún tiempo, tenía los ojos enrojecidos y estaba tan afectada como antes. No volvimos a ver a su hija.

No te puedes imaginar lo preocupado que estaba el pobre Reginald al observar el disgusto de su querida amiga, y lo tierno y solícito que se mostró con ella. He de reconocer que estuve a punto de perder la paciencia cuando casualmente me di cuenta de cómo lady Susan lo miraba con expresión de completo desvalimiento. Esa patética representación duró toda la velada, y su exhibición de pena fue tan ostentosa y falsa que terminé convencida de que estaba fingiendo y que, en realidad, no sentía nada.

Ahora que conozco a su hija estoy más indignada que nunca con ella. La pobre niña parece tan infeliz que me parte el corazón cada vez que la miro. Es obvio que lady Susan es demasiado estricta con ella, pues Frederica no parece tener una naturaleza que necesite ser corregida con severidad; en realidad tiene un aire tímido y un dejo de tristeza en el semblante.

Es muy hermosa, aunque no tanto como su madre, y lo cierto es que no se parece en nada a ella. Su aspecto es delicado, pero su belleza es menos deslumbrante que la de lady Susan. Se asemeja más a los Vernon, con su rostro ovalado y sus ojos oscuros y llenos de dulzura; tiene un encanto muy especial cuando habla con su tío o conmigo, pues no sabe cómo agradecer la amabilidad de nuestro trato. Su madre ha querido darnos a entender que tiene un carácter muy difícil, pero yo jamás había visto un semblante que refleje más bondad e inocencia que el suyo.

Cuando observo la relación existente entre ambas --la gran severidad de lady Susan y el silencioso abatimiento de Frederica--, no puedo evitar pensar, como lo ha hecho siempre, que la primera no siente verdadero afecto por su hija y que nunca ha sido capaz de hacerle justicia ni de tratarla con cariño.

Aún no he tenido ocasión de conversar con mi sobrina; es muy tímida, y he creído advertir algunas maniobras de lady Susan para impedir que pase mucho tiempo conmigo. Continuamos sin saber por qué decidió escaparse. Su tío tiene tan buen corazón que teme contrariarla y no le hizo preguntas embarazosas durante el viaje. Ojalá hubiera ido a recogerla yo en su lugar, seguramente hubiera descubierto la verdad durante los cincuenta kilómetros de recorrido.

A petición de lady Susan, el pequeño piano se ha trasladado a su vestidor, y Frederica pasa allí la mayor parte del día. A eso le llama "practicar", pero rara vez escucho el menor sonido cuando paso cerca; ignoro qué es lo que hace durante todas esas horas; es cierto que hay muchos libros en la estancia, pero no todas las muchachas que han vivido en estado salvaje los primeros quince años de su vida saben leer o quieren hacerlo. ¡Pobre criatura!, la vista desde su ventana no resulta nada edificante, pues se trata del césped que hay junto a los arbustos, donde puede ver pasear a su madre mientras conversa animadamente con Reginald. Una joven de la edad de Frederica debe ser muy infantil para no sentirse herida por semejante conducta. ¿Acaso no resulta imperdonable el ejemplo que está dando esa mujer a su hija? Pues, a pesar de todo, sucede que Reginald sigue pensando que lady Susan es la mejor de las madres y que Frederica es una muchacha despreciable. Él está convencido de que no tenía ningún motivo para querer escapar del internado. Yo no podría asegurar lo contrario, pero dice la señorita Summers que durante su estancia en Wingmore Street la joven nunca había dado la menor muestra de maldad u obstinación hasta que descubrieron su plan. Yo no puedo ser de la opinión de mi hermano, pues me resisto a creer en la versión de lady Susan, quien afirma que Frederica decidió fugarse porque no le gustaban las restricciones del internado y estaba harta de las enseñanzas de los maestros. ¡Pobre Reginald, esa mujer ha logrado trastornarle el juicio! Ni siquiera se atreve a reconocer la belleza de Frederica, y cuando le hablo de ello sólo me responde que le falta viveza en la mirada.

Unas veces piensa que es poco inteligente, y otras que el único defecto es su mal genio. En pocas palabras, cuando una persona vive engañando a los demás, es imposible que todas sus ideas y opiniones resulten consecuentes. Lady Susan considera necesario culpar a su hija para poder justificarse, y es probable que en algunas ocasiones le convenga sacar a relucir su maldad, y en otras lamentar su falta de agudeza. Reginald se limita a repetir lo que ella dice.

      Afectuosamente,

                                                                                 Catherine Vernon

Lady SusanWhere stories live. Discover now