Capítulo XVIII || Autopista al infierno.

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Nunca es bueno poner a prueba la paciencia de un demonio. La tolerancia y la asertividad no son cualidades que puedan ser enlistadas como parte del carácter variopinto de mi compañero antagonista; pero, siendo honesta, por la forma en la que Astaroth contestaba a mis preguntas, repetitivas e insistentes, sobre el exorcismo cualquiera pensaría que, irónicamente, era un santo. 

No sólo las contestaba, sino que me explicaba, y aunque sabía que ya estaba cansado y no debía faltar mucho para que me enviará a ingerir material fecal, no podía detenerme. Aquello había resultado casi hipnótico, completamente fascinante y tan poco parecido a cualquier cosa que hubiera presenciado en toda mi existencia.

Lilith podía hablar a través del cuerpo humano de quien había sido su anfitriona porque el vínculo entre ambos no se disuelve hasta que el demonio en cuestión es expulsado del plano humano, y sólo se mantiene mientras éste siga atrapado en la trampa demoníaca.

Los exorcismos siempre debían ser realizados rápido, ya que la fuerza energética de la trampa demoníaca se ve absorvida por la entidad en si, y ésta termina siendo liberada sin que los símbolos usados en su trampa vuelvan a surtir efecto.

El campo era abierto y ambos llegamos al acuerdo de que caminaríamos tanto como pudiéramos para disfrutar de la vista rural un poco mas. La ciudad y todas sus desgracias puede llegar a ser sofocante.

Los hermanos habían partido hacía ya tiempo con el cuerpo sin vida de quien había sido la anfitriona de Lilith, y pobre de quien encontrara el cadáver, ya que, al tener varias semanas fallecida, el estado de descomposición era bastante avanzado. El hedor que desprendía, por hablar de forma delicada, era, cuando menos, nauseabundo.

—¿Pueden atraparte en una trampa demoníaca?  —pregunté deteniéndome en un cruce de tierra, a mi izquierda, al otro de la calle, un semáforo de aspecto antiguo.

—No podrían ni aunque quisieran —rió.

—¿Por qué? —fruncí el ceño.

—En primer lugar, yo no voy por ahí poseyendo personas —negó con la cabeza, sosteniendo un de sus largos y negruzcos dedos en el aire, contando. Añadió otro dedo a su conteo—; segundo: eso funciona con la ligas menores. Conmigo no podrían siquiera saber que estoy en el lugar —levantó un tercer dedo—. Por último, disfruta el espectáculo.

Todo sucede tan rápido. Dos elementos colisionando.

A una velocidad completamente imprudente, un motociclista se acerca al cruce en forma de cruz. Al mismo tiempo, una camioneta con una mujer de edad media, y un adolescente de apariencia enojada se acercan por el carril paralelo. El motociclista no podrá detenerse. La mujer mira durante un instante al adolescente y eso fue suficiente.

No hubo un choque fuerte o desastroso. La mujer frenó tan pronto como vió aquella bala cruzarse en su camino. El vehículo de dos ruedas tan solo rozó el parachoques de la camioneta y perdió el equilibrio, enfrentándose al semáforo. El cuerpo no sale despedido en ninguna dirección: sólo se contorsiona de forma grotesca, dándole la muerte instantánea al conductor. Su alma, ajena a la circunstancia e ignorante de su fallecimiento, se levanta, como si nada hubiera pasado, y observa a la camioneta.

—Oh Dios —se acerca lentamente al vehículo, alzando la voz. La ambos pasajeros se encuentran en estado de shock—. Lo siento mucho. Les pagaré la reparación de los daños. Sé que fue mi culpa...

—Eso fue...

—Lo sé.

Suspiré profundamente. Otro vacilante.

—Casi me siento mal por él —dijo de pronto Astaroth.

Abrí mis alas y lo miré, interrogante.

—No tuvo tiempo de sufrir y odiar un poco antes de ser un puto dolor en el culo durante el resto de la eternidad.

Negué con la cabeza, divertida. Ya había llegado a extrañar un poco su sucia boca.

Extendió sus alas huesudas. —¿Nos vamos?

Asentí y extendió una mano hacía el frente, dejándome partir antes que él. —Las damas primero.

La Apuesta.Where stories live. Discover now