Capítulo XVII || Lilith.

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En un abrir y cerrar de ojos, ambos nos hallabamos volando, apresuradamente, por entre los altos edificios. El batir de nuestras alas, amortiguado por los sonidos de la ciudad. Con cada kilómetro avanzado, el paisaje citadino se alejaba más y más para darle la bienvenida a las copas de los árboles, las montañas y los sonidos de la naturaleza. Astaroth iba adelante, guiándome con su vuelo aparatoso y problemático; cuando su cuerpo empezó el descenso, hice lo mismo.

A la distancia, un aullido de dolor se escuchó, proviniendo de lo que parecía ser un viejo establo en una antigua granja abandonada. Para cualquier persona que escuchara podría tratarse de un animal herido y moribundo, pero ambos, Astaroth y yo, sabíamos mejor.

El pasto caliente y las pequeñas rocas crujieron tras nuestro aterrizaje, y continuaron acompañando nuestra caminata hasta el establo casi en ruinas.

—¿Qué crees que pasará allí dentro? —preguntó Astaroth.

—No tengo ni idea —admití, un poco avergonzada—. Algunos ángeles han estado presente en exorcismos y todos han dicho cosas diferentes.

—Es que no todos los rituales funcionan con todos los demonios —una sonrisa ladina se dibujó en su rostro—. Eso es lo divertido. Ver a los sacerdotes intentar y fallar.

Pisadas se oían en nuestra dirección y al voltear, un hombre rechoncho y de baja estatura, con bigote y barba mal cortados, una sudadera gris y un pantalón de jean, con manchas intermitentes de lo que parecía ser tierra y aceite automotriz, pasó a nuestro lado, caminando rápidamente, casi trotando, y empujó la puerta de madera fuertemente. La estructura chilló ante la rudeza del hombrecito.

—¿Qué se supone que están haciendo? —preguntó alzando la voz.

Astaroth y yo nos adentramos en el establo, quedándonos apartados del centro del espectáculo.

El lugar se encontraba sucio, y desordenado, con maleza creciendo en todas direcciones y libremente, la madera, raída dejaba que estelas de sol iluminaran el lugar. Particulas de polvo flotando a su merced, visibles en los penetrantes rayos de luz que formaban intrincados diseños abstractos.

En el centro del lugar, estaba una chica de mirada furiosa, sucia y con moretones por todo su cuerpo. Tanto en el piso, como en el techo del establo, habían dibujos esotéricos. Trampas demoníacas. No se habían tomado la molestia de amarrarla, ella no iría a ninguna parte gracias a su estado de rehén en la trampa.

—A-auxilo, por favor —lloró la poseída en cuánto vio al hombre entrar, cayendo de rodillas contra el suelo.

—¿Cuándo pensaban decirme que iban a exorcizar en mi propiedad? —el hombre, con los brazos cruzados, movía su cabeza de un lado a otro, hablándole a ambos hermanos, ignorando completamente la súplica de la demonia.

—¿Dónde más lo haríamos, Billy? —el más bajo respondió, rodando los ojos.

—En la iglesia de Murray, con Vincent. Necesitan un paramédico.

—Ella está muerta de todas formas —soltó el más alto.

Hubo silencio en el ambiente tras la declaración del chico. Lentamente, el hombre se acercó al hermano más bajo, quien parecía ser el que estaba enfrascado en hacer el exorcismo a cualquier costo.

—¿Me estas diciendo que ella está muerta? —señaló a la chica semidesnuda con un movimiento de cabeza. Ambos asintieron.

—¿Y qué planeas hacer con el cuerpo? —el silencio del más bajo hizo que el hombre levantara una ceja.

—Lo dejaremos en una carretera y llamaremos a la policía.

—No empiecen sin el padre Murray. Iré a llamarlo —el hombre se dió la vuelta, iniciando su marcha hacía la salida.

La Apuesta.Where stories live. Discover now