Capítulo XV || Almas.

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El llamado de un alma, sólo una, siendo arracanda repentinamente de su cuerpo humano, es, en ocasiones, parecido a un llanto lastimero. Ahora, una sola alma puede hacerme salir apresurada en su persecución.

Mis alas chocaban con los cables de electricidad, presas de mi vuelo veloz y errático. Astaroth, detrás de mi, también chocaba de vez en cuando con alguno que otro obstáculo.

Aquello no era un alma. Eran muchas. Muchos llamados intermitentes, tirando de mí, con la fuerza de una grúa de carga, hacía el este, hacía lo que a distancia tenía fachada de ser una secundaria. Incluso con lo lejos que estábamos, el sonido intermitente de los disparos era claro.

El pequeño frenesí al que estaban siendo sometidas las personas que aún no habían precedido, parecía sacado de la ficción.

Corrían, escondiéndose en cualquier lugar. Las puertas de salida no era una opción: Estaban bloqueadas. Por las ventanas de se podían ver los cuerpos en charcos de sangre, y las estelas mortales en las paredes, dejando un recordatorio de dónde habían estado antes de morir, cuál artista regala al mundo su obra.

Almas saliendo de cuerpos por doquier. Con cuidado, ambos, el demonio y yo, iniciamos la recolección de almas que había dejado tal matanza.

-¿Quién crees que hizo esto? -pregunté, mi voz rebotando por las paredes del largo pasillo vacío de vida, Astaroth en el extremo opuesto.

Me encontraba de cuclillas, esperando la muerte de una mujer madura de cabello rubio y pecas en las mejillas.

—Algún gringo* sádico —sacudí la cabeza ante su respuesta, una pequeña risa escapándose de mis labios—. Te oí.

Pasos hicieron eco en nuestra dirección. Y dirigí mi vista hacia el origen del sonido. Un chico, alto, delgado y de cabello negro como la noche, caminaba despreocupadamente, un arma firmemente sostenida en una de sus manos. Gotas de sangre en su rostro y en su franela blanca. Lentamente, fue abriendo las puertas del pasillo. Un chirrido metálico acompañaba cada entrada que cedía al empuje del chico.

—Este es el loquito —Astaroth dijo, el calor de su cuerpo me advirtió de su cercanía.

Cuando una puerta no cedió ante la presión de sus manos, el chico propinó un disparo a la cerradura, y de esa forma, se dejó entrar a un aula.

Ambos, Astaroth y yo, lo seguimos dentro.

Una chica menuda, de cabello caoba largo, y una blusa rosa pálido holgada fue la primera en ser encontrada por el tirador. Arrinconada, como tal animal siendo cazado por un depredador, la chica temblaba contra la pared.

—¿Crees en Dios?

—Ella no cree —dije, en un susurro.

—No importa si cree o no —Astaroth se acercó a la pareja que nos daba la espalda—, va a mentir por su vida y él igual le va a disparar.

—Evan, por favor —susurró.

—¿Crees en Dios? —repitió la pregunta, haciendo una pausa enfática luego de cada palabra.

—S-si —dijo ella, con la voz en temblorosa.

Él asintió y se alejó de ella. Segundos después, la bala impactó contra su frente, y su cuerpo inerte cayó al suelo.

El sonido de pasos de Evan acercándose a la chica bajo la mesa larga y rectangular hizo que un pequeño charco de orina se creara allí donde su cuerpo tocaba el piso. Mientras tanto, cuando el armado tenía su atención puesta en la chica, un muchacho desgarbado, de lentes de alambre y rostro lleno de acné se arrastraba con cautela con dirección a la puerta antipánico, con un letrero en la parte superior que rezaba "Salida de Emergencia".

—No lo va a lograr —dijo Astaroth, señalando con su largo dedo índice al muchacho desgarbado.

Como si Evan hubiera visto la mano del demonio señalar, cambio su rumbo hacía el chico que intentaba ser sigiloso. Un sollozo escapó de los labios de la chica bajo la mesa, un sollozo tan sonoro que hizo que el chico tirado boca abajo en el piso, se detuviera en seco. El sonido de pasos se había detenido. Con suma lentitud, el chico acomodó sus lentes, que se habían deslizado por el puente de su nariz hasta casi caerse, y miró sobre su hombro. Abrió los ojos a causa de la sorpresa. Evan estaba parado detrás de él, con el arma apuntando hacia su cabeza.

La súplica se quedó atascada en sus labios pálidos porque al instante, Evan presionó el gatillo.

—Si lo tocas, morirá —mis ojos se fueron directamente a Astaroth—. Tócalo.

—¿Qué? —Preguntó. La sorpresa era evidente en su voz—¿Estas consciente de lo que me estas pidiendo?

Asentí, desviando mis ojos del demonio huesudo, fijándose directamente en Evan, y en su completo desinterés en la preservación de la vida humana.

Astaroth, con la mirada oscilante entre el chico y yo, se acercó sus manos a los hombros anchos, casi pude leer en su mente la vacilación.

¿Realmente iba a dejar que lo hiciera?

Vigilando mi reacción, Astaroth posó su manos, lentamente, sobre los hombros de Evan, quién al instante se estremeció notoriamente. Un grito escapó de su garganta, y cayó de rodillas, soltando su arma contra el frío piso de parqué.

La chica bajó la mesa, incrédula de lo que ocurría frente a sus ojos, se arrastró fuera de la mesa. Sabía que si quería escapar, está era su oportunidad.

Pasando al lado del cuerpo de la chica de rosa, corrió fuera del aula.

—Me detendré cuando quieras —advirtió Astaroth, quitando una de sus manos de los hombros de Evan.

Me encogí de hombros.

—De igual forma se irá al infierno.

—Esa es una forma muy macabra de pensar —me reprendió.

—¿Puedes callarte y terminar de una vez, maldita sea?

Si bien había oído lo que salía de mi boca, y estaba cien por ciento segura de lo que había dicho, se me hacía arduamente difícil creer que realmente habían sido mis labios el origen de aquello. Nunca, en toda mi existencia, había maldecido.

—Sus deseos son mis órdenes, señorita.

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*Gringo: Coloquial hispano para referirse a los ciudadanos norteamericanos. Proviene del anglosajón "Green Go", el cual era el nombre de un escuadrón militar estadounidense en México, los mexicanos adoptaron la expresión a modo de insulto, utilizando la forma en la que sonaban ambas palabras juntas.

La Apuesta.Where stories live. Discover now