Capítulo VIII || Sana Curiosidad.

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—No es así.

—Sí lo es. Los humanos son estúpidos.

Estábamos en un cuarto oscuro, un sótano bajo una casa en los suburbios, con sólo un foco en el centro de una habitación y una computadora con una videograbadora pegada a la pared contra la que estábamos recostados, observando la escena frente a nosotros.

—Que no, ¿Podrías sólo escucharme?

—No. No quiero saber tu patética opinión sobre esto porque de seguro es alguna mierda condescendiente.

—Eso —Me había quedado sin palabras repentinamente. No había forma alguna en la que pudiera justificar el comportamiento del hombre que se estaba comiendo (vivo, amordazado y amarrado) a un pequeño niño que se retorcía del dolor mientras él lo grababa y lo transmitía en vivo a nivel mundial mediante un foro privado de Internet—... Es muy grosero.

—Mira como lloro por eso.

—Los humanos no son estúpidos, son curiosos.

—Osea, estúpidos.

—Es sana curiosidad, y en algunos casos se vuelve mórbida. No todos son así.

—El infierno esta lleno de los estúpidos con esa puta "sana" curiosidad —Astaroth tenía un punto válido, si, pero eso no quería decir que tuviera toda la razón al respecto—. Mira, hay una razón por la cuál los pecados han cambiado. Es porque todos estos hijos de puta se aburrieron del convencionalismo y de lo típico. Todos ellos merecen estar en el infierno, pagando por toda la mierda que hacen.

Sé lo que estaba haciendo. Tenía que convencerme de que así eran las cosas, y que la humanidad merecía ser condenada para que yo dejara de salvar almas y así ellos ganarían este territorio. Pero no lo iba a lograr.

—No todos son así —digo, cruzando mis brazos, reiterando de esta forma mi opinión. O al menos parte de ella.

—Es tú primera vez en la tierra, no es como que fueras experta en el asunto —rodó sus ojos.

—Escucha, nosotros sabemos, yo sé, que la humanidad esta llena de maldad. Son morbosos, perversos, traicioneros y oscuros. No hace falta que venga un demonio y lo diga para que de pronto todos nos demos cuenta de que es así. Hemos visto a los humanos hacer atrocidades a través de los siglos, y los conocemos. Pero así como son todo eso, y muchas cosas más, también son generosos, buenos, altruistas y honestos. No puedes condenar a todos por lo que algunos hagas, no es como esto funciona. Por eso estamos aquí, para evitar ese desbalance...

Chasqueo la lengua.

—No —negó con la cabeza—. Estamos aquí porque tú jefe —me señaló—y el mío estaban aburridos.

—Estamos aquí porque no todos merecen ir al infierno.

—Y no todos merecen subir —señaló hacia arriba—. Dime una cosa... ¿Qué harán con los representantes de sus escrituras? Aquellos que dedicaron sus días a hacer conocer las leyes de Dios y sus noches a follar los culos apretados de los niños en los que lograran poner sus manos. ¿A dónde los enviarías?

Lo miré fijamente por un momento. Aquello era injusto. Era hacer una distinción con la que aún no había tenido que lidiar.

—A dónde corresponda —respondí, sabiendo que no le daba una respuesta concreta.

—Eso creí —dijo, sabiendo exactamente lo que había detrás de esas tres palabras.

Cuando el niño finalmente falleció, Astaroth movió su cabeza, concediéndome el alma del niño, alma que al dejar de sentir tanto dolor se apresuró a salir del cuerpo mutilado, brillando de un color verde menta precioso.

—Nos vemos la semana siguiente —dijo el hombre, inclinado frente a la computadora. Su boca, cuello, camisa, manos y antebrazos se encontraban bañados en la sangre del pequeño—, grandísimos hijos de puta.

La pequeña alma ascendió y Astaroth y yo dejamos el lugar. Sabíamos que regresaríamos pronto. Yo por la siguiente víctima y él en espera de que el despiadado hombre muriera para llevarlo a un sitio que lo hiciera sentir como el hacía sentir a quienes traía aquí.

La Apuesta.Where stories live. Discover now