14 . Comienzo una guerra con abejas diminutamente mortíferas

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Era como tratar de golpear la arena cuando te la han tirado a la cara. Por más fuerza y rapidez que tuviera, no les hacía ni cosquillas.

—Hija de la noche, ¿lo olvidas? —bufó Nahil.

¿Pero qué rayos hacía yo? No tenía poderes asombrosos como para detenerlas. Aquellas cosas tenían vida propia, ¿cómo quería que les ahuyentara? ¿Qué les dijera, váyanse estrellitas abeja? Claro que el sol me había obedecido al hablarle, así que lo intenté.

—Váyanse lejos —ordené.

Más las cosas esas no hicieron otra cosa que atacarnos.

— ¡Las abejas son de Ah Muzenkab, no van a obedecerte!

Eran como mini estrellas, su brillo segador y la sensación de calor nos pusieron en desventaja. E incluso aún más lejos de poder defendernos decentemente. Las quemaduras dolían más con el aumento de ellas, Nahil que había estado tan pálida, ahora lucía bronceada por el calor cegador.

Corrí persiguiendo otras estrellas miniaturas que no nos seguían. No tenía una idea, pero esperaba al menos dar tiempo a los chicos para pensar en qué hacer. El agua ya nos funcionaría, mucho menos el bosque o la guerra. Ellos resistían todo eso, y ni siquiera teníamos agua. ¿O sí?

En medio de la carrera revisé en mi bolso, y allí encontré un bote pequeño de agua.

— ¡Yunuen! —le grité mostrándole el bote.

El chico asintió dirigiéndose a mí con las demás miniaturas. Destapé el bote y seguí corriendo para encontrarlos. Liberé el agua con fuerza para que toda se dispersara. Pero fallé estrepitosamente en el intento, pues fue más lento de lo que esperaba. Yunuen tuvo que utilizar sus poderes para vaciar toda la botella y luego atrapar a las mini estrellas abeja en ella. Se retorcían tratando de escapar a la laguna de agua que flotaba.

—Ya está —dijo.

Un rastro de sudor le perlaba la frente. Sabía que utilizar sus poderes siempre lo dejaba exhausto a menos que se tratase de lluvia. ¿Cómo no se nos había ocurrido?

—Has que llueva —solté.

El me miró extrañado unos segundos y luego pequeñas gotas lo mojaron y atraparon a las últimas estrellas. Por un momento parecía que su energía aumentaba, pero luego de unos minutos no pudo seguir soportando tenerlas prisioneras, por lo que ellas volvieron a dispersarse. Y su número creció.

Me desesperé por ayudarle cuando le atacaban, por lo que corrí hacia él sin importarme si me lastimaban en el proceso. Solo quería sacarlo del cetro de esos animales. Jaloneé su brazo y dando palmazos contra las mini estrellas abeja. Nahil me ayudaba, con su bolso ahuyentaba más cosas. ¿Era posible que aquellas cositas que a simple vista fueran de lo más tiernas nos fueran a matar?

— ¡Váyanse! —grité.

Yunuen movía el agua todavía intentando liberarnos, sentía pánico. Esas mini estrellas abeja quemaban como un sol real y los ojos ya me ardían de tanto forzarlos. Los cerré ya consciente de que aquello era imposible. Mis esperanzas cayeron más bajo que nunca. Era una ironía que nos quedáramos a unos metros de la entrada. Al menos Vickie estaba bien, o eso esperaba.

— ¡Váyanse! —repetí con la voz rota.

Tiré un manotazo y me permití observar mi brazo quemado, este cobró un brillo plateado. Era como escarcha peluda subiendo por mi brazo, me hacía leves cosquillas. Y mis fuerzas aumentaron. Eso sí, las mini estrellas abeja se concentraron en ir todas a mi brazo, se empujaban y luego eran consumidas por mi brazo. Unas quedaron fuera, pero se tornaron plateadas.

Las mini estrellas abeja transformadas volaron a los chicos y se posaron sobre sus heridas aún abiertas. Primero los cristales del coche, luego las quemaduras que las mismas había hecho. Y estas quedaron totalmente sanadas, como por arte de magia.

De un momento a otro sentí como se posaban sobre mis propias heridas, sanándolas.

—Se siente bien —mustió Nahil en voz baja.

Después, el brillo de mi brazo terminó de tragarse las mini estrellas y me desplomé en el suelo, cansada. Tenía un límite muy bajo y me arrepentía de no hacer ejercicio a menudo.

Los chicos me imitaron y la bandeja que sobrevolaba nuestras cabezas, se posó sobre el suelo.

— ¿Quién quiere comida? —chilló Nahil contenta.

No conocía a nadie más que en esa situación se hubiese sentado a comer y no a suspirar de alivio. Ella tragó su comida casi de un bocado y luego se recostó mirando hacia arriba. El universo se extendía hasta donde mis ojos ya no alcanzaban a ver. Me sentía como un astronauta en medio de aquello.


Otro capítulo más y esto se está cocinando. Clic a la estrellita y no se olviden de dejarme sus opiniones. Para más historias, visiten mi perfil, ya esta publicado el primer capítulo de Imperios de Oro. Bye.

 Bye

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El llamado de la diosa muertaWhere stories live. Discover now