7 . Una sesión de yoga que conecta con ancestros

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Para la hora en que desperté, dos luego de que me encontrara con la profesora, era una sorpresa que las chicas ya se hubieran levantado y estuvieran preparándose para ir a las actividades. Los días en que viajábamos de ese modo, siempre compartíamos habitación, y la costumbre era que nadie movía un dedo hasta que los profesores llegaran con alarmas de incendio.

—Apresúrate para que vayamos a comer —sentencio Vickie mientras me arrojaba la toalla a la cara.

—Voy.

Después de cambiarme e ir a desayunar en compañía de Vickie, subimos al bus para marcharnos. Mili soltaba risitas burlonas desde atrás y hacía gestos ridículos con las manos cuando la miraba. Algunas veces me cansaba de ella más que de costumbre, y justo sentía la necesidad de hacer que se tragara sus burlas. Entonces explore mi medio para ver que podía lanzarle a la cabeza.

— ¿Qué haces? —gruñó Vickie.

—Nada. Solo quiero ver si rompo algo —dije sin pensar.

—Ni se te ocurra, te conozco desde que andábamos en pañales. Sé que estas planeando algo en contra de Mili.

— ¿Entonces para que me preguntas? —murmuré molesta.

—Si mueves un dedo de tu asiento considérate muerta. ¿Entendido?

—Oh vamos, te fijaste lo que nos hizo, merece pagar —dije en un intento de súplica.

—Luego, pero ahora no, o terminaremos dentro del bus y no te va a gustar —amenazó.

Rodé los ojos y me acomodé en el asiento. Por lo menos tenía la satisfacción de que Vickie me ayudaría a hacerle una pequeña bromita que hiciera llorar a la chica muecas raras en cuestión.

Después de un rato llegamos al frente de un portón donde nos hicieron bajar, no tenía idea de a qué rayos íbamos allí. Pero era lo de menos. Me acomodé los auriculares y seguía al grupo.

Al profesor de historia no le gustaba que los anduviéramos puestos, así que me solté el cabello para ocultarlos.

Una mujer castaña nos esperaba en la cima de la montaña. El pasto era verde y los rayos del sol le daban una apariencia sedosa. Esa parte carecía de árboles. Lo cual no contrastaba bien contra el follaje extenso de las ruinas.

—Siéntense sobre la hierba formando un círculo —indicó con voz casi hipnótica.

Podía escucharla a través de la música, y en cuanto dejó de hablar le subí el volumen. Ella siguió dando instrucciones que yo solo seguía al observar a mis compañeros. Victoria y Charlie estaban a mis lados. Las poses me daban una sensación de calma que pocas veces había sentido.

Cerré los ojos y suspiré de alivio, habíamos llegado hasta allí sin que el profesor de historia nos regañara, lo cual era un enorme logro. Pero hablé muy pronto, pues el señor de alguna manera, y quizá fuese porque todos estaban de pie mientras yo movía mi cabeza al ritmo de una canción de Linkin Park, se dio cuenta de que yo no estaba escuchando a la señora. Y lo noté porque él tiró de los auriculares sin ninguna consideración.

Mis compañeros rieron mientras él los guardaba en su bolsillo. Eran los únicos que andaba, me resentí.

—Concéntrese como ha dicho la señora Greta —me riñó.

Obedecí a regañadientes. Ya de pie, la señora dijo que imitáramos sus ridículas posiciones. Aquello era más similar al yoga que a cualquier otra cosa que hicieran los mayas.

—Recuéstense sobre la hierba —susurró.

La verdad es que sus palabras hacían que mi mente se quedara colgada de algo, porque me quedé confundida de repente. Los lugares pasaban como borrones de los paisajes. Era como viajar a la velocidad de la luz, y no es porque antes hubiera viajado así, pero era lo que imaginaba.

El llamado de la diosa muertaWhere stories live. Discover now