14 . Comienzo una guerra con abejas diminutamente mortíferas

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Cada uno con un color distinto pintado en el marco circular. El color de los puntos cardinales. O de las subdivisiones del dios Kukulcán si quería ser más técnica.

— ¿Por cuál? —intervine.

Dudaron durante un momento en el que supe que ni siquiera indicaciones pedimos. Excepto los que la anciana nos dio sin pedir. Allí era cuando agradecía no haber sido lo suficiente mal educada como para mandarla a callar.

—La primera entrada es negro.

—La casa de la oscuridad —asintió Yunuen.

Antes de que le preguntara de qué estaba hablando, él avanzó por la puerta. A su figura le siguió la de Nahil, mis pulmones ya respiraban con normalidad, pero había algo manando de esa puerta que me provocaba calosfríos.

Entré dudando de que fuera la correcta. La anciana me había advertido de que la elección incorrecta nos llevaría a la perdición, y si eso pasaba, Vickie moriría y la semilla nunca sería entregada. Lo que aún no entendía era, ¿por qué rayos era tan importante que llegara al Xibalbá? Sólo era una semilla que seguramente tardaría mucho en crecer.

Si era cierto que el árbol de la vida iba a morir, entonces todos moriríamos y ya. En seis días ni la historia quedaría.

Dejé la línea de pensamientos agobiantes y me apresuré a seguir a los chicos, pues los perdí de vista momentáneamente, ellos esperaban al final del túnel, observando a su alrededor.

Me acerqué y pude ver como el túnel terminaba abruptamente. Después solo un universo con sus estrellas y soles y planetas aguardaba. Un camino salía de nuestros pies, rocoso y como cualquier otro camino de tierra extendiéndose, era el mismo que había visto en mi sueño, cuando Vickie caminaba a la casa. Eso significaba que ya estábamos cerca. Pero aún la casa no se veía, quizá todavía no estábamos tan cerca.

Apresuré el paso ante la atenta mirada de los chicos, que luego de ver que el suelo era real, me siguieron.

Los pasos sonaban exactamente como si camináramos sobre una eterna ventana. Desde allí podía ver como las estrellas se movían y formaban imágenes de batallas mayas, suponía. El sol brillaba débil y oscuro, de hecho no creía que aquello tan parecido fuera el sol. O al menos el nuestro. Era una versión oscura del sol. La luna brillaba al otro lado, pero también en un color tenebroso.

Nunca me había sentido tan continuamente en Halloween. Ni cuando los comerciantes decoraban sus tiendas un mes antes de que la fecha llegara. Y no era solo eso, también los túneles y la parte oscura de la cuidad, en la que muy pocas personas vivían. De hecho, a pesar de ser una ciudad tan grande, pocas personas lo habitaban, solo como unas doscientas si calculaba bien, sin embargo mis cálculos dejaban mucho que desear.

Sus calles tendían a verse vacías y un tanto fantasmales. Claro que no se comparaba al lugar en el que me encontraba ya.

¿Qué tenía ese sitio como para modificar de esa manera el orden natural de las cosas?

— ¿Soy la única a la que no le gusta eso? —la mirada de Nahil tenía un tinte de miedo.

—Yo te apoyo —dijo Yunuen—. Pero creo que Itzel se siente como yo dentro del agua.

—Siempre preferí la noche, pero esto es más tenebroso de lo que me gusta, pececito —me burlé.

Unas estrellas cercanas se movieron convirtiéndose en abejas y formando una flecha y un atlat. No les presté mucha atención hasta que la flecha fue disparada directo a nosotros. Pero se veían lejanas y pequeñas, así que seguí caminando. Pero un surco pasó frente a nosotros, era la flecha. Imaginé que fallaron en su disparo y empuñé la lanza. De nada me sirvió pues en cuanto les lanzaba tajos, ellas se desintegraban y luego se unían de nuevo para tomar nuevas formas.

El llamado de la diosa muertaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant