5 . Una vieja farsante nos arruina la salida

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El chico moreno del moto taxi con el alacrán, nos llevó de regreso al hotel. Cuidando de irnos antes que nuestros compañeros. Llevábamos las hojas que habían repartido en todo el recorrido, que eran las que al final presentaríamos. Hubiésemos podido encargarlas a nuestras compañeras, pero solo daban una por cada nombre en la lista. Los maestros se creían que con ese truco todos los estudiantes asistían, pero la verdad era que siempre se quedaban algunos. Por diversas razones.

Para el momento en que el profesor nos mandó a llamar por medio de una molesta Charlie, ya estábamos cambiadas con una pijama para que pareciera que nos la habíamos pasado el día frente a la televisión. Él observó con desdén nuestras cabelleras despeinadas y profirió un sonoro bostezo, como si nuestra simple presencia le diera igual. Bufé mirándolo y Vickie me dio un codazo. La profesora de matemática me sonrió.

—Podrán asistir a la celebración de esta noche y a las actividades de mañana —dijo ella. Sus mechones de cabello oscuro eran salpicados por los últimos rayos del sol. Ambos disfrutaban de la tarde en un salón del hotel, uno de esos en que los jóvenes que trabajaban allí atendían con fervor.

—Si vuelven a dar problemas, se perderán lo que sea que vaya a hacerse después —sentencio el profesor de historia.

¿Por qué no podía ser bajito, calvo y con un serio problema de higiene? Al menos así Vickie no estaría prendada de él. No lo adularía mientras no la escuchaba en clase. Tampoco se pasaría la vida estudiando historia para que él la quisiera. En fin, si hubiese podido hacer que lo cambiaran por otro maestro lo habría hecho.

Asentimos apresuradas y regresamos a cambiarnos de ropa. La vestimenta de Victoria no cambio mucho al que andaba de día. De hecho ella siempre vestía de negro y el único cambio era su suéter de un oscuro gris. Era como una tradición.

Ella decía que amaba el negro por sobre todas las cosas. Ni siquiera podía ver cosas de colores pasteles porque bufaba, extrañamente se convertía en claustrofóbica y salía huyendo del lugar.

Yo me puse mi típico jean negro con blusa blanca y collares de plata. Amaba que los collares colgaran de mi cuello, era una sensación de estar en equilibrio. Sin ellos tenía problemas con el vértigo.

Ya era costumbre que anduviéramos así, como si en cualquier momento fuésemos a una exploración. Eso por las bolsas cruzadas al estilo de mercenarias en busca de tesoros. Tampoco sabía que obsesión tenía con los piratas.

No tomó mucho tiempo para que el bus se detuviera cerca del bullicio. La oscuridad de la noche daba lugar al festival más hermoso, pero no el que se celebraba abajo, en la tierra, si no el espectáculo que daban las estrellas en conjunto con la luna llena. Al verla me sentía inspirada y fuerte, como si fuera capaz de realizar cualquier cosa y con un ánimo que ya deseaba para el estudio.

Odiaba los setentaisiete, pero era tan difícil cuando los números me traicionaban a la hora de responder las preguntas. Cambiaban de sitio y cuando me entregaban los exámenes descubría que aquel siete por el que la ecuación no cuadraba, era en realidad un cinco y era la ecuación más fácil del examen.

Uno de mis pies se resbaló luego de que mis pensamientos me llevaran lejos. Justo donde solían llevarme luego de que pensara, viera o escuchara de números.

—Ya deja de tontear. Mira, tienen una representación de un rito —dijo emocionada mientras me dejaba botada.

Cojeé hasta llegar a su lado, tenía la tendencia de caminar muy aprisa cuando le convenía. Muchos hombres vestidos únicamente con una especie de falda, de un material desconocido para mí, bailaban alrededor de una fogata.

— ¿Rituales así realizaban? —grité para que me oyera a través de la fuerte música de los tambores.

—No lo creo, los únicos rituales que se sabe son antiguos, conllevaban sangre.

El llamado de la diosa muertaWhere stories live. Discover now