1. Un viaje para recordar

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Aquel momento era de esos en los que sabes que todo está cambiando. Como el grado de movimiento de tres papitas fritas girando hacia su destino. La sal siendo enviada hacia diversas direcciones. O el cabello de mi archienemiga, Mili. Quien al notar el impacto en su frente y la grasa impregnada soltó un chillido que no podía ser sacado desde otro lugar que no fuera el mismísimo infierno.

Casi de forma automática, ella me tiró el plato de chocolate que sostenía con su mano derecha. Me apresuré demasiado en celebrar a mis ágiles reflejos. Pues el pastel se impactó de lleno contra la cara del profesor de historia, que apareció tras de mí.

— ¡Ya basta!

Su rugido alcanzó a ser escuchado hasta los asientos traseros. Todos se quedaron inmóviles y sin emitir ni una sola palabra. La mirada del profesor se dirigió hasta mí, y sonrió, mostrando en totalidad sus dientes amarillentos y sus ojos tomaron un tono cobrizo. Macabro más bien.

Levantó una de sus manos para quitar los restos del pastel que aun caía de su cara. Pedazos que fueron a dar directo a mi ropa y lo fulminé con la mirada.

— Al que siga molestando, que le quede claro algo —rotó su cabeza y sus huesos crepitaron—. No irá al recorrido. Y saben lo que eso significa, quedarse encerrado en una habitación. Así también como perder la nota de la clase y por ende, perder el año escolar.

— Tonta —escuché susurrar a Victoria, que iba a mi lado—. Te dije que pararas.

Pero no era mi culpa que al profesor se le ocurriera entrar al bus en ese momento. Era culpa de él por no permanecer todo el camino al lado del conductor.

Con su aspecto casi rubio, con sus ojos de esas tonalidades azuladas y los labios relucientes, uno pensaba que era igual de lindo por dentro, pero no. Era de esa clase de maestros que todos alguna vez hemos tenido y que nos amargan la vida de vez en cuando. O siempre, como en nuestro caso.

Los ojos me ardían por sostenerle la mirada, así que al fin asentí y desvié la vista. Él achicó sus ojos incrédulos, no confiaba en mí. Iba a reclamarle, pero entonces sentí un objeto golpeando mi pierna con fuerza y grité.

Uno diría, es normal chica. A todo el mundo le pasa que de repente siente dolor y grita. Pero el anormal de mi maestro de historia me tapó la boca. Parecía molestarle el que yo expresara mi dolor.

— ¿Pero qué? —vi la cara consternada de Vickie volteando hacia atrás.

Justo donde Mili en silencio se retorcía de la risa. Cuando su mirada chocó con la mía, elevó una ceja e hizo unos chasquidos con la lengua.

— Veo que quieren ser las primeras voluntarias —sonrió el profesor hacia nosotras.

— ¡Yo no hice nada! —soltó Vickie.

— Mili me golpeó. Con eso, vea —señalé una lata de refresco que se encontraba rodando aún por el movimiento del bus.

— Yo realmente no quisiera que se quedaran —dijo suspirando como de mala gana—. Pero me temo que debo dar el ejemplo, se quedarán del recorrido.

— ¡Profe!

— Profe nada, Itzel —llevó su mano a la altura de mi rostro y chasqueó los dedos, haciéndome retroceder un paso—. Y esto va para ustedes —se volteó al resto—. Si escucho el más mínimo sonido, estarán tan castigados que sus padres no los verán hasta que cumplan cincuenta.

Y se marchó a la parte delantera del bus. Mili me lanzaba risitas fingidas desde su asiento más adelante. Un nudo se instaló en mi pecho, si una mano no me hubiese sostenido probablemente Mili tampoco asistía al recorrido.

El llamado de la diosa muertaWhere stories live. Discover now