3 . Una casa con grabados de oro

1K 77 10
                                    

—Hace como una hora pasaron con una alarma para que saliéramos a desayunar. Me preocupé cuando no te vi en tu cama —dijo Victoria con un panecillo a medio masticar.

—Te digo que me quedé dormida fuera.

—Solo tú eres capaz de ser tan despistada —mustió.

—Vaya, muchas gracias —ironicé.

El tipo del rayo láser solar me había dejado tan torpe que me había tenido que cambiar zapatos muchas veces porque tomaba los que no eran míos. Demasiado despistada, decía Victoria mientras riendo me veía recoger el desastre provocado.

Vickie, como le decía desde el jardín, me lanzaba miradas de odio. Y más cuando el profesor de historia se pasaba frente a nosotras canturreando, "pobrecillas que no van al viaje y reprobarán". Se le subían los colores al rostro y apretaba la fruta.

— Ya cálmate, iremos —dije con seguridad.

— Tu destino será el mismo de la fruta si no vamos.

Tragué el bocado con fuerza y me apresuré a terminar mi comida. Mi mente se ocupó de maquinar cualquier plan sin importar lo loco que sonora. Teníamos que ir, fuera como fuera. Cuando le había dicho que se calmara porque lo resolveríamos, me refería más bien a libertad docente, a salir juntas sin tener que rellenar hojas para examen. Pero era mejor que esas dulces ilusiones se esfumaran de mi cabeza.

Luego del almuerzo, el profesor de historia se apresuró a subir a nuestros compañeros al bus y marcharse. Decía que cada minuto contaba cuando se trataba de aprendizaje. Pero siempre su voz sonaba irónica y divertida.

—No quiero caminar —dije viendo como los buses se alejaban.

Victoria me lanzó una mirada amenazante y emprendió el camino. Sus pasos a pesar de ser un poco lentos, iban al mismo ritmo, no importa si subíamos una montaña o la bajáramos. A mi amiga le encantaban todas esas historias que trataban de mitología. Se pasaba los días enfrascada en la lectura. Casi podía asegurar que conocía cada página en internet donde se hablara de mayas.

Yo iba tras ella. Observando las rocas a la orilla de la carretera, sintiendo el aire que me arrastraba hacia delante luego de que un vehículo pasara a toda velocidad, y escuchando una canción en mis audífonos.

Pero desde la noche anterior, sentía que algo había cambiado. Quizá había sido yo, luego de acceder a hacerme daño, o después de que el chico raro apareciera. De cualquier forma, sentía todo más cálido.

Incluso mis pisadas sobre el asfalto.

De pronto Vickie levantó una mano señalando con cierto gesto de incredulidad reflejada en el rostro. Soltó una ligera risita. Aunque fingiera que no estaba cansada, estaba segura que ese largo trayecto había logrado menguar su fuerza.

—Ah, mira, ya sufro alucinaciones, una parada de moto taxis.

Miré a donde apuntaba. Un logotipo con un escorpión negro bordeaba una moto taxi, las demás solo eran rojas. Pero entonces si yo también los veía, debían ser reales, ¿no? A menos por supuesto, que fuera una alucinación colectiva.

— ¿Quieren que las lleve a algún sitio? —preguntó un chico moreno de cabello castaño que relucía contra el sol.

— ¿Eres una alucinación? —murmuré.

—No lo creo, pero puede que sea un fantasma —murmuró llevando una de sus manos a la quijada—. Aunque para ser sinceros, la última vez que traté de cruzar una puerta sin abrir, choqué.

—No te hagas el gracioso y llévanos a las ruinas de Copán —sentenció Vickie. Los chicos rieron a carcajadas.

—Estás afuera de las ruinas. ¿Desde dónde vienen caminando?

El llamado de la diosa muertaTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon