3 . Una casa con grabados de oro

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—Desde el hotel —dije, pero pareció que les conté un chiste por sus expresiones—. ¿Pasa algo? —gruñí ya cansada de verlos reírse de nosotras.

—En el hotel hay un punto de taxis que viajan hacia aquí por cuenta del hotel.

El chico sonrió, en sus mejillas aparecieron dos hoyuelos. Sus ojos achicados más de lo que parecía posible. Me recordaba mucho a una película maya que pasaron en la escuela, ese chico parecía un prototipo de los gobernadores. Era alto y de un cuerpo esculpido, incluso a través de una camiseta de lo más normal, podía verse.

También me recordaba al chico que se creía dios del sol. Sobre todo por esa mirada llena de vida. Era como ver un niño pequeño al cual le has regalado una gran caja de confites.

Estuvo platicando con nosotras hasta que pude levantarme de su moto taxi ya descansada. Entramos a la caseta donde nos informaron que ya no quedaban más guías que pudieran ayudarnos. Así que tendríamos que continuar por nuestra cuenta.

— ¿Dónde crees que estén?

—No sé, pero seguro se estarán matando del aburrimiento—Vickie rodó los ojos—. ¿Todavía tienes ese mapa que traías?

—Sí, déjame buscarlo.

Y empezó a sacar libretas, como tres. No sabía por qué rayos traía tantas, ni que en las tiendas de Copán no hubieran. Luego sacó otros objetos personales que me tiró encima. Cuando sacó el mapa yo ya cargaba muchas cosas que no creía que quedaran dentro de manera natural.

—Dice —murmuró.

—Tráelo aquí —dije quitándoselo—. La última vez que tuviste un mapa en tus manos, nos llevaste por el lado contrario.

— ¿Y vas a seguir restregándomelo en la cara?

—Fueron los cuarenta minutos más cansados de mi vida y tenía hambre, así que sí. Toda la vida, y si es posible cuando sea fantasma.

Ella bufó. Entendía dónde estaba ubicado cada punto como si fuera una pirata experta en buscar tesoros. Claro que no teníamos una bendita idea de dónde estaba el grupo ya.

— ¿Y si le hablamos a Lily?

—Llámale tú, no me agrada mucho —contestó.

Y así fue como acabé marcando cientos de veces a su número sin contestación. El sol comenzaba a calentar y debíamos encontrar a nuestros compañeros antes de que terminara el recorrido y no pudiésemos copiar nada.

Aunque yo mantenía la esperanza de que nos entregaran hojitas muy bien ilustradas. Odiaba copiar, sobre todo cuando copiaba lo que me parecía importante, y en examen salía lo que pensaba que no era importante. Típico.

—A penas son las diez, no habrán ido muy lejos —comentó Vickie.

—Caminemos entonces.

Seguimos el sendero que indicaba el mapa. Según él, debíamos cruzar por las canchas donde se llevaba a cabo el juego de pelota y luego a través de una pirámide. Valía la pena apreciar el trabajo que un montón de hombres y mujeres habían realizado. Estar allí era como rendirles homenaje, como expresarles que podían haber pasado muchos años, pero su legado se mantenía presente.

— ¿Llevas en que anotar? —preguntó Vickie.

—Obvio —respondí—. Que no.

—Lo supuse —reprochó—. Tu papá me dijo que verificara que copiaras y pusieras atención.

—Claro, sobre todo porque tú pones mucha atención —reproché.

Los árboles estaban demasiado lejos como para cubrirnos. Aunque no podía quejarme de la vista. Era increíble cómo ellos habían construido toda clase de monumentos sin las facilidades que teníamos. Victoria había comentado que los mayas a pesar de tener ciertos recursos que tenían para hacer su obra más fácil, no las utilizaban porque para ellos lo importante eran el esfuerzo y la dedicación que se ponía sobre una obra.

—Descansemos —rogué cuando cruzamos cerca de un arco.

Me tiré sobre las raíces de un árbol y un águila se posó en una rama cercana. Podría jurar que la cosa me observaba con detenimiento. De hecho levantaba la cabeza al tiempo que yo lo hacía y eso me perturbaba. Sus parpados gelatinosos se mantenían casi inmóviles y comenzó a soltar un chillido aterrador. Metal limado con un corta uñas mientras te comes un limón muy ácido.

—Hay que alejarnos sigilosamente —susurré sin despegar la vista del animal.

—Déjalo estar, ¿quieres?

—No digas que no te lo advertí —dije para luego correr hacia la pirámide más cercana.

El águila se asustó y se posó sobre otra rama, contradictoriamente, más cercana a mí. Al parecer Vickie no iba a moverse porque el animal estuviera acosándome. Incrédula observé al águila volar hacia mí. Hice señas con las manos y ruidos para ahuyentarlo.

—Parece que le gustas —se burló Vickie.

Y esperaba no estar entrando en locura porque el animal hizo un sonido horrible hacia ella. Como si se quejara de lo que había dicho. Pero aun así me guiñó el ojo, me guiñó el ojo para luego alzarse en vuelo. Chilló ahuyentando a unas aves y se alejó en el cielo.

—Ni que me gustabas a mí —gruñí observando cómo desaparecía de mi vista.

Luego de un rato de caminar a través del fuerte sol, Vickie propuso que fuéramos al museo. Que tal vez estando allí podíamos pedir alguna clase de información. Para cuando llegamos allí, el sudor me perlaba la frente y agradecía haberme puesto bloqueador, pues llevaba una camisa negra manga corta e iba a parecer parrilla de estufa.

Encontramos a nuestros compañeros frente a una casa roja ubicada al centro del museo. Los demás murmuraban cosas como, "dioses, es genial". Pero a mí lo único que me impresionaba era ver los gravados sobre esta. Brillaban contra la luz de los focos e imaginaba que cuando había estado al aire libre, lucía contra los rayos de sol.

Sabía que era una imitación de la verdadera, pero el que hicieran hasta aquellos detalles tan minuciosos llamó mi atención. Parecían reales.

—Oiga —llamé a la guía—. ¿Y qué dicen estas inscripciones? —dije señalando las paredes de la casa.

— ¿Qué inscripciones? —preguntó confundida.

— ¿Estás bien? —murmuró Vickie.

—Sí, solo quiero saber qué significa.

—Allí no hay nada Itzel —dijo calmada.

La guía me observó con recelo y se alejó a seguir respondiendo las preguntas de mis compañeros. Llevaba su cabello castaño recogido en un moño y las pecas que salpicaban todo su rostro la hacían ver como una muñeca morena.

—No es divertido —mustié y seguí viendo en interior de la casa.

—No digo que lo sea.

—Vickie.

Pero justo entonces apareció el profesor de historia a supervisar. Tomé la mano de Vickie y nos escondí, si nos veía, nos dejaría encerradas al día siguiente. Y no quería tentar a mi suerte, meter en problemas a Vickie solo podía significar más problemas.

—Viene hacia aquí —susurró mientras tironeaba de mi brazo.

—Corre.


¡En qué problemón se han metido estas dos! ¿Les ha pasado? Porque a mi no por suerte. Dejen en dorado la estrella y díganme qué tal les parece la historia hasta ahora.

P. D. ¿Pueden ver las inscripciones en la casa de la imagen de arriba? Es el templo de Rosalia, el que los chicos veían.

 ¿Pueden ver las inscripciones en la casa de la imagen de arriba? Es el templo de Rosalia, el que los chicos veían

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El llamado de la diosa muertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora