Capítulo 13

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"Si no hubiera infierno seríamos como los animales;

sin infierno, no hay dignidad"

Flannery O´Connor

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Castle se levantó temprano, pues aunque la conversación con Gates del día anterior, le había sosegado mucho, estaba impaciente por empezar el nuevo día. Había pensado mucho y a medida que pasaban las horas, cada vez se sentía más optimista. En principio se había sentido traicionado por Kate, Gates y todo aquel que hubiese participado en el plan que la apartó de su lado, pero con la cabeza más fría llegó a la conclusión de que ella no lo hubiese abandonado, si realmente no hubiese sido necesario. Ahora solo podía pensar en volver a estrecharla entre sus brazos, para no volverla a soltar nunca y en conocer a su niño.

Cuando salió de su casa, después de despedirse de su madre y de su hija, paró un taxi que pasaba por la calle. Estuvo a punto de darle al taxista la dirección del cementerio, cuando recordó que ya no era necesario ir allí. No pudo evitar sentirse un poco ridículo, por la cantidad de horas que había pasado hablando con una sepultura vacía. A saber que habrían enterrado en lugar de Kate y Jim. Tendrían que quitar las lápidas.

Llegó al juzgado y no le sorprendió ver allí muchos más periodistas y curiosos que en días anteriores. Menos mal que pudo llegar hasta la puerta donde se formaba la cola para entrar y su buena amiga Rosemary, que lo vio llegar le hizo señas para que se pusiera con ella.

-Es mi hijo – le dijo tranquilamente a los que la seguían en la cola – ya les avisé que estaba al llegar.

Castle sonrió y se agachó para besar cariñosamente a la señora en la mejilla.

-Gracias – le dijo al oído – más que mi madre eres mi hada madrina.

-¿Has podido verla? – le preguntó con curiosidad.

-Aun no, no sé si volverá a declarar hoy, si no es así espero poder verla pronto – dijo recordando lo que le había prometido Gates, la noche anterior.

Se abrieron las puertas y el público fue pasando al interior del recinto, a través del arco de seguridad.

Castle y Rosemary se sentaron en el mismo sitio de siempre y se dispusieron a esperar que comenzara el juicio. Estaba previsto que fuese a las ocho.

Llegaron los abogados, el fiscal y los componentes del jurado que fueron tomando asiento en sus lugares correspondientes. A continuación llegó el acusado, custodiado por dos policías y ya por último y como era habitual, entró el juez que fue anunciado por un alguacil, y dio comienzo la sesión.

Castle observaba a Bracken con odio, pensando que por su culpa había tenido que separarse de Kate durante meses, obligándola a esconderse, a saber en qué lugar del país, y que por su culpa también se había perdido el nacimiento y los primeros meses de la vida de su hijo. Solo le deseaba lo peor, que lo condenaran a cadena perpetua y que se pudriera en el más profundo de los infiernos.

El senador permanecía impasible, era más que evidente, que después de la impresión del día anterior, había vuelto a poner su habitual cara de prepotente, dispuesto a escuchar lo que de él se tenía que decir en ese día, y seguramente pensando que después de la sorpresa que se llevó, ya nada más podía sorprenderlo.

Pero estaba equivocado, si se le descompuso la cara cuando apareció Becket, cuando el fiscal llamó a declarar a Shannon Miles, casi le da un ataque al corazón. Castle a pesar de no perderlo de vista, había ido tomando algunas notas, y se apresuró a apuntar el nombre de la testigo.

Una mujer de unos treinta años, alta, rubia, muy atractiva y bastante exuberante entró en la sala. Levantó la mano y juró sobre la biblia, tal como habían hecho todos y cada uno de los testigos que habían pasado por allí.

Mi vida sin tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora