Capítulo 4

435 24 2
                                    

"¿En qué hondonada esconderé mi alma

para que no vea tu ausencia que como un sol terrible,

sin ocaso, brilla definitiva y despiadada?"

Jorge Luis Borges

.
Al lunes siguiente, Castle se despertó muy temprano en la mañana. La verdad es que dormía poco y mal. Se estiró en la cama y como a cada rato, desde que no estaba con él, la recordó, en esta ocasión dormida sobre su pecho, como más de una vez se quedara. Le dolía recordarla, la echaba muchísimo de menos y su ausencia le desgarraba el alma.

Llevaban cinco años casi sin separarse, cuatro como compañeros y uno como pareja, y el haber estado tanto tiempo juntos, y tan compenetrados en todos los aspectos, había creado entre ellos un vínculo de dependencia que ahora que no se tenían el uno al otro, se sentían como si les faltara una parte esencial de su vida.

La añoraba a cada instante, más de una vez había creído oír su voz o su risa. Habían pasado tantos buenos ratos en esa casa, que no había rincón ni lugar que no le trajeran algún recuerdo de ella. Suspiró pensando que se había vuelto un blandengue, pues no podía evitar recordarla, sin que se le saltasen las lágrimas y un nudo le atenazase la garganta.

Se levantó, se duchó y como siempre eligió vestuario de color negro. Ese era el día de su vuelta a la comisaría, aunque antes y como se había hecho costumbre, la visitaría en el cementerio. A Alexis no le había agradado mucho la idea de que volviese a aquel lugar, que consideraba tan peligroso y así se lo hizo saber a su padre. Tuvieron una discusión, pero Castle se mostró inflexible y le dijo que o hacía algo para encontrar a los asesinos de Kate o sería él quien terminaría matando a alguien. Se mostró tan decidido que Alexis no tuvo más remedio que claudicar, rogándole que fuese muy cuidadoso, a lo que él la tranquilizó diciendo con cierto halo de tristeza, que no pensaba salir de comisaría, que ya no tenía nadie a quien seguir.

A Martha tampoco le hacía especialmente feliz, pero pensó que ahora que su hijo tenía un objetivo en su vida por lo menos no se quedaría encerrado en casa y muriendo en vida por la pérdida de Kate.

Salió a la cocina donde Martha preparaba el desayuno.

¿Café? – le preguntó

Si, solo café.

De eso nada – dijo su madre – hoy no te vas de aquí sin que comas algo sólido.

Madre, ya sabes… – empezó a protestar.

Si, ya sé, pero no voy a consentir que te mates de hambre.

Es que no puedo comer, la comida no me sabe a nada – dijo con un suspiro – sé que debo alimentarme, pero más de una vez, me dan ganas de dejarlo todo. No creo que me queden fuerzas para seguir…

¡Ah muy bonito! – le interrumpió Martha – y Alexis y yo, ¿Qué?, ¿acaso no te importamos?

Claro que sí, pero Alexis ya es una mujer y tiene su propia vida y tú… tú eres la persona más fuerte que conozco y…

Deja de decir estupideces, ¿quieres?, todos lamentamos lo que le ha pasado a Kate y a Jim, pero tú no puedes dejarte morir, tienes que luchar, ¿crees que a ella le gustaría verte en este estado?, hijo mío pareces un sepulturero.

Es que no lo soporto, no soporto que ya no esté conmigo, la echo de menos en todo momento, cualquier cosa que veo, que leo, que huelo, que como, todo, todo me recuerda a ella, y duele, duele mucho – y ante la consternación de Martha empezó a llorar como un crío.

Se acercó a él y le abrazó. Richard necesitaba desahogarse, había llorado poco, apenas un par de veces y ella sabía que una pena tan grande como esa, no se alivia con un par de llantos. Tenía que llorar, llorar mucho, eso limpiaría su alma atormentada.

Mi vida sin tiWhere stories live. Discover now