Capítulo 21

2.2K 79 1
                                    

Tal y como había acordado con mi hermano unas horas antes, me esperaba sentado en un banco del andén mientras leía un periódico. Una gran sonrisa se dibujó en mi boca y una ola de alivio al volver a estar en casa recorrió mi cuerpo.
Cogí la pesada maleta y bajé corriendo del tren.
Mi hermano despegó la mirada del periódico y la centró en mi. Sus ojos comenzaron a brillar y una pequeña risa salió de su boca.
—Hola Nerea— dijo mientras corria hacía mi.
—Hola hermanito— respondí abrazándolo más fuerte que nunca.
La sensación de tranquilidad y alivio al estar de nuevo en casa, junto a mi familia era inmensa.
—¿Estás bien?— preguntó colocando sus manos en mis hombros.
—...si.
Había pasado la mayor parte del viaje llorando. Estaba feliz por estar aquí de nuevo pero el pensar que Antoine y yo habíamos roto me producía todo tipo de sentimientos, y ninguno bueno.
Cogió mi maleta y fuimos hasta el coche que se encontraba aparcado a unos pasos de la estación.
Durante el viaje hasta casa, le conté a mi hermano todo lo ocurrido los días que había estado en Madrid, incluido todo lo que había pasado en las últimas horas.
—¿Sabes quién se casa?— pregunté emocionada.
Se frotó la barbilla pensativo mientras miraba al techo del coche.
—No, ¿Quién?
—Tienes que adivinarlo— dije con una risa vacilona.
—Dímelo— masculló impaciente.
—...¡Nora!— grité finalmente cuando llegamos a casa.
—¿En serio? ¿Con quién?
Mi hermano y Nora habían sido novios hace unos años pero decidieron que lo mejor era no estropear una amistad como la suya así que decidieron ser solo amigos.
—Con Koke— dije dando saltitos en el césped de casa.
Mi hermano abrió la boca formando una "O" y silbó a pesar que ninguno de los dos lo pudiera oír.
Omití la parte en la que le contaba que era yo la dama de honor ya que sino me haría volver hoy mismo -si no fuera porque la estación de tren iba cerrar dentro de una hora- y además, no era el mejor momento. Esperaría unos días y se lo diría.
Cogió la maleta y la dejó en el porche de casa. Aceleré el paso y me coloqué junto a él.
—Tenemos nuevos vecinos— dijo mientras señalaba la casa de al lado y abría la puerta.
Me giré y pude ver a un chico, de más o menos mi edad jugando con una pelota. Su pelo era castaño con destellos dorados, su piel era morena y sus ojos eran de un color verde que te conseguían atravesar.
Mi hermano entró en casa con la maleta a cuestas mientras que yo me quedaba petrificada con la belleza del chico de la casa de al lado.
De pronto, dejó de prestar atención al balón con el que llevaba unos minutos haciendo varios toques y nuestras miradas se cruzaron.
Mi corazón se detuvo por unos instantes al poder mirar esos preciosos ojos verdes.
Sonrió mientras jugueteaba con el balón en las manos y levanto uno de sus brazos saludándome. Miré hacia atrás no muy segura de que ese saludo fuese para mí pero al ver que no había nadie más en diez metros a la redonda levante débilmente la mano mientras una sonrisa inocente se dibujaba en mi boca. Miré al suelo al notar que mis mejillas iban a explotar del calor y entré rápido en casa.
—¡Cariño!— gritó mi madre desde el sofá con la copa de champán en la mano.
—No ha ido muy bien la cita de hoy— me susurró mi hermano al oído a lo que yo asentí.
Me acerqué a mi madre y le di un fuerte abrazo.
—Siento mucho lo vuestro— dijo mientras le comenzaba a temblar un poco la voz debido al alcohol. —Tranquila que encontrarás al hombre perfecto— dijo colocando una de sus manos en mi mejilla.
Tenía gracia porque siempre decía lo mismo respecto a ella y luego nunca conseguía encontrar a nadie; era bastante complicado estar con mi madre más de cinco minutos y que no te volviera loco.
Asentí con la cabeza y miré a mi hermano que acababa de dejar mi maleta en mi cuarto y bajaba alegre por las escaleras. Subí a mi habitación y una mezcla de tristeza y alegría recorrieron mi cuerpo.
Me tiré a la cama y sin apenas deshacerla, ni apagar la luz, me dormí vencida por el cúmulo de emociones experimentadas hoy.
---
Los primeros rayos de sol atravesaban la ventana directos a mis ojos. Miré la hora del reloj que se encontraba todavía sobre la mesilla de noche, con bastante polvo encima, a decir verdad. Eran las ocho y media de la mañana. Me di la vuelta e intenté volver a dormirme pero ya que parecía imposible, me levanté, me puse lo primero que encontré en el armario, que no era mucho ya que la mayor parte de mi ropa estaba en mi maleta y bajé a la planta de abajo.
Un silencio inundaba la casa solamente interrumpido por los cantos de los pájaros y los ronquidos ensordecedores de mi madre. Cogí un croissant y un zumo y salí afuera.
Una brisa mañanera hizo que el bello de mis brazos se moviera debilmente y que descolorara algún que otro mechón rebelde de mi pelo.
Me senté en el jardín y miré hacia la carretera hasta llegar al lugar donde hace unos días, Antoine me encontró. Lo añoraba, de hecho para que voy a mentir, lo añoraba más que a nada en este mundo, sus preciosos ojos azules, los oyuelos que se formaban a cada lado de la boca cuando sonreía, sus tiernos y apasionados besos, sus abrazos que me hacían sentir protegida; echaba de menos todo sobre él.
—¿No es un poco pronto para que estés aquí sentada?— dijo una voz totalmente desconocida a mi oído.
Me giré instantáneamente y de nuevo, mi corazón dejó de latir por unos segundos. Sus ojos verdes me miraban fijamente sin pestañear y sus carnosos labios se encontraban a tan solo unos centímetros de los míos. Como un acto reflejo, me alejé unos centímetros y el pareció darse cuenta ya que también se alejó lo suficiente como para que todavía pudiese oler su aliento con sabor a menta.
—Hola— susurró con una sonrisa torcida.
—Hola— respondí tensa mientras un sentimiento de culpabilidad daba vueltas en mi cabeza al estar tan cerca de un chico después de haber roto con Antoine hacía tan solo unas horas.
—¿Cómo te llamas?
—Nerea.
—Encantado Nerea yo soy Alex— dijo tendiéndome la mano.
Creo que me apretaba tan fuerte la mano que la sangre conseguía subir hasta las mejillas que estaban ardiendo.
Hasta ahora, había estado tan ofuscada observando su belleza que no me había dado ni cuenta que hablaba el mismo idioma que yo.
—¿De dónde eres?
Me sorprendí al oírme preguntar eso ya que no sabía de dónde habían salido esas palabras.
—De España, y por lo que veo tú también— afirmó recostándose en la hierba colocando las manos debajo de la cabeza y mirándome cada dos segundos de reojo.
—Si, soy de Madrid, para ser exactos— dije rodeando mis piernas con mis brazos para intentar dejar de temblar ya que desde que había aparecido mis manos no dejaban de sudar y mi cuerpo entero no paraba de temblar y estaba segura que de frío no era.
—Yo también soy de Madrid, a mi padre le han trasladado aquí— dijo haciendo una pequeña mueca.
—A mi hermano lo trasladaron aquí hace unos días pero yo me marché con mi novio a vivir. Ayer rompí con él y he vuelto de nuevo— solté de sopetón.
Ni siquiera sabía porque le estaba contando todo esto pero supongo que necesitaba desahogarme con alguien y él fue la primera persona que pillé.
—Lo siento— dijo finalmente después de unos segundos.
Nos quedamos mirándonos  durante lo que pareció ser una eternidad hasta que la voz de resaca de mi madre retumbó desde el porche.
—Me tengo que ir— dije levantándome y frotando mis manos sudadas en los pantalones vaqueros.
Comencé a caminar sin siquiera mirarle pero me cogió de la mano y me detuvo.
—Espero verte pronto— dijo mirándome de nuevo con sus penetrantes ojos verdes.
Asentí con la cabeza, le dediqué una pequeña sonrisa y entré en casa. Me recosté en la puerta y me senté en el suelo.
A pesar de que no lo quería admitir gran parte de mi, estaba comenzando a sentir cosas por ese chico de ojos verdes pero otra gran parte de mi -casi mayor- seguía enamorada de Antoine como el primer día.

"Sin ti no soy nada" TERMINADA [Antoine Griezmann]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora