Capitulo 6

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Lou bajó la mirada a los pies del nuevo dueño de su alma y rozó sus dedos en el borde de los zapatos Converse. El chico automáticamente apartó sus pies.
—Levántate —le ordenó.
Lou se estremeció con el sonido de su voz. Obedeció de inmediato y lo miró humildemente. Se detuvo con la vista en su pecho, se imaginó lo increíble que sería abrazarlo.
—Perdóname —le suplicó.
—¿Te parece que eso me limpiará los zapatos? —masculló entre dientes.
—Iré por pañuelos —murmuró Lou dirigiéndose a la salida.
El chico la detuvo antes de atravesar el jardín y la haló hacia él.
—Quiero que lo limpies ahora, y quiero que lo hagas con tu camisa —dijo a unos centímetros de su rostro.
Sus ojos plomos brillantes apocaban el sol detrás de su cabeza. Lou sentía como la mirada de él le penetraba hasta el fondo de su alma. Ella asintió. Se arrodillo en el pasto y miró sus zapatos a la par de la bandeja con los restos de ensalada y una salsa verde misteriosa. Ella estiró su camisa hasta los zapatos del chico, pero él la detuvo con un gruñido.
—Quítatela —demandó.
Lou dudó un segundo, no traía nada debajo más que el sostén, claro. Pero, no podía oponerse a las órdenes, su interior no permitía negarse, además ella había sido la culpable. Se sentía torpe y avergonzada, y no tuvo otra que deslizar su camisa por su cabeza y limpiar los zapatos medio desnuda.
Frotó el calzado con su camisa blanca, y esta se manchó de rojo. No le importaba en ése momento qué iba a vestir luego, sólo quería enmendar su error.
Al chico le pareció curiosa la reacción tan obediente de Lou, al punto que se apartó de nuevo.
—Ahora, vete —le dio la espalda.
Lou tardó unos segundos en levantarse. Miró la espalda ancha y el cabello perfecto de él.
—Volveré a traerte la comida enseguida —le prometió en un susurro.
—No me traigas nada, y no te vuelvas a aparecer por aquí, ¿entendido?
Lou asintió como si el chico la estuviera viendo. Tomó la bandeja con los pedazos de cristal del suelo y se marchó. Miró hacia atrás un par de veces mientras salía, él no se movía de su sitio.
—¡¿Pero qué ha pasado?! —jadeó Lila al ver los destrozos y la camisa manchada de rojo.
—Él no ha querido la comida —dijo Lou temblando.
—Te la ha tirado, ¿cierto? Siempre es lo mismo —renegó Lila.
—No, él no ha sido. Fue un accidente —se disculpó.
Lila puso la mano sujetando su frente y resopló.
—Es lo usual, Lou. Ve a comer —se retiró Lila.
Lou entró en la cocina y vio a las mujeres comentando y comiendo. Las chicas se sentaban aparte y cotilleaban entre ellas.
—Sírvete lo que quieras, Lou. Ya todos están servidos. Total, lo tiraremos a la basura —le dijo Margaret desde la mesa en la que comía.
Lou se horrorizó.
—¿A la basura? ¿Por qué? —preguntó desconcertada.
—Sanidad. No podemos dar comida recalentada. Ideas prejuciosas de los padres de estos niños ricos —se encogió de hombros.
—¿Puedo llevarme lo que sobre?
—Todas nos llevamos cierta cantidad para nuestras familias, el director nos lo permite. Si tú quieres puedes llevar también —le ofreció con una sonrisa.
—¡Excelente! —exclamó Lou emocionada.
Lou se sentó a la par de Margaret y devoró desesperadamente lo que sobraba de los paires, para ella era un manjar de los dioses. Le picaba la lengua por preguntar sobre el chico del jardín. Quería saber quién era, qué hacía ahí, por qué estaba solo; todo de él, absolutamente todo. Pero, se sentiría una entrometida, aunque eso no era muy importante, sino el hecho de que se jugaba el trabajo si se metía más de la cuenta.
—Bueno, de regreso al trabajo —dijo Margaret levantándose de la mesa con su plato vacío.
—¿Qué nos toca hacer ahora? —preguntó Lou.
—Bocadillos, en dos horas regresan los alumnos —respondió el chico.
Lou ayudó en la cocina lo necesario, pero Jared no apareció en la cafetería durante el resto del día, lo que decepcionó a Lou. Ella deseaba verlo, él era muy agradable, muchísimo, y era el único con el que, hasta el momento, se sentía cómoda.
Luego de un largo y pesado día de trabajo de limpieza en la cocina, todas las mujeres se prepararon para ir a casa.
—Hasta mañana, Lou —se despidió Margaret.
—Adiós —le sonrió ella saliendo de la cafetería.
Lou atravesó los pasillos de la universidad cargando los tappers llenos de comida. Escuchó murmullos del otro lado de una puerta. Se acercó y se asomó por la ventanilla que había en la puerta. Vio un salón de clases repletos de alumnos, entre ellos Jared. Este estaba en la primera fila poniendo atención en clases mientras una chica le hacía un masaje en los hombros sentada detrás de él. La chica se asomó por su hombro sin quitarle las manos de encima y susurró algo en su oído para después lamerle el lóbulo de la oreja. Jared sonrió ante el acto de la chica y volteó hacia ella. Antes de llegar a los ojos de la chica, Jared se estacionó en la ventanilla de la ventana donde observó a Lou, su sonrisa se desvaneció e hizo un gesto de culpabilidad. Jared quitó las manos de la chica de inmediato y puso las manos en su cabeza.
Lou no comprendió la reacción de Jared, y tampoco la chica que tenía detrás. Lou siguió su camino hacia la salida del lugar cuando se encontró con una mujer de tez morena, cabello castaño, muy alta y muy sexy entrando a la oficina del director con una minifalda. Atravesó las rejas y se encaminó hacia algún parque que encontrara cerca. El refugio sólo era para ir a dormir, así que debía hallar algo que hacer mientras tanto; buscar un trabajo por las noches, tal vez.
Iba caminando por una acera a unas cuatro calles cuando encontró un pequeño parque infantil. Le gustó el ambiente, así que decidió quedarse ahí. Se sentó en una banqueta frente a los toboganes donde se resbalaban los niños y los padres esperándolos en el final. Lou comenzó a sentir hambre, además el olor de la comida no ayudaba. Cruzó las piernas entre sí en posición de yoga y abrió los tappers envueltos en papel aluminio y comenzó a comer. Sentía la comida deliciosa, era lo mejor que había comido en toda su vida. Mientras se atragantaba de pan, vio a lo lejos a una ancianita tirada en la tierra sobre una mantita a cuadros y un vasito plástico en la mano. La señora estaba sola y triste, y dada su apariencia, no tenía para comer. Lou aún tenía hambre; miró lo que le quedaba de comida y lo tapó de nuevo, tragó lo que tenía en la boca y se levantó. Caminó hacia la viejecita y se sentó a la par de ella.
—Disculpe, ¿va al comedor social? —le preguntó Lou.
—No, mis amigas dicen que a las señoras de mi edad las mandan a un asilo, y que ahí no las tratan muy bien; si voy al comedor social, me mandarán ahí —le contestó la viejecita con su voz temblorosa. Las arrugas de sus ojos se solapaban como lava seca, su piel estaba seca y lastimada.
—Mire, yo puedo darle comida todos los días. Por ahora, sólo tengo este poco —le mostró la comida que le quedaba.
A la viejecita se le iluminaron los ojos y tomó tímidamente la comida que Lou le ofrecía. Comenzó a comer mientras sus ojos se mojaban de agua.
—A nadie le importa las viejas como yo, quieren deshacerse de nosotros, más bien —dijo llorosa.
—No se preocupe, no voy a dejarla —Lou puso una mano sobre sus hombros frágiles.
—¿Cómo te llamas, hija?
—Lou. ¿Cuál es el suyo? —Lou acarició la piel rugosa de sus brazos.
—Frida —susurró la señora.
A Lou se le pusieron los pelos de punta y un aire de recuerdos atravesó su mente como una espada afilada.
—No pasa nada. Yo estaré con usted —prometió Lou.
—Dios te bendiga, hija.

Ya eran las diez de la noche, Lou seguía en el parque con Frida. El frío soplaba sin compasión y la cobija que tenía la viejecita no daba para ambas. Frida le pidió a Lou que fuera a refugiarse al albergue, ella podría soportar una noche más, como las que ha sufrido los últimos cinco años antes que su familia la abandonara. Lou se negó por completo, pero tuvo una idea.
Ambas durmieron dentro de una oficina de cajeros automáticos. Incómodamente, pero al menos se acompañaban la una a la otra.
Antes de que amaneciera, Lou se levantó y se fue a hacer cola al comedor social, incluso antes de que este siquiera se abriera. Se sentó a la par de la puerta y esperó que el sol saliera, y las puertas del comedor se abrieran. Lou fue la primera en entrar y en servir. Salió rápidamente dejando la enorme fila que rodeaba la manzana.
Llegó a la oficina de cajeros y sólo habían quedado los cartones; Frida ya no estaba. Lou se apresuró hacia el parque, donde encontró a Frida justo en el lugar donde la había encontrado el día anterior. Se acercó y se arrodilló frente a ella.
—Hija, pensé que te habías ido al refugio —dijo Frida con la mirada cansada.
—No, fui al comedor; le traje esto —le mostró la comida.
Era pan, yogur natural y un poco de fruta. La viejecita comió y pidió a Lou que lo hiciera también, pero ella se negó diciendo que ya comería en su trabajo. También llevó un poco de pasta y leche. Lou le pidió que lo comiera de almuerzo, que ella llegaría casi al anochecer con la cena. También, le pidió que no se alejara del lugar, que ella volvería.
Lou corrió hasta el refugio, sacó la ropa que había guardado bajo su cama y se vistió. Caminó hasta la universidad y se decidió a comenzar de nuevo con un día de trabajo.   

Malas Decisiones (Tercera temporada de Niña Mal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora