Capitulo 4

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La noche en el albergue fue fría, oscura e incómoda. Pero, para Lou fue como una cuna acolchada. Era mejor aquél lugar en comparación al colchón mugriento y fino del suelo de su pesadilla en Uxbridge. Además, nadie la había lastimado. Tuvo varias pesadillas; la muerte de su madre, el abandono de su padre, y la peor: los golpes inhumanos de aquél hombre que se había adueñado de ella cuando su madre falleció.
Durmió en una habitación de cuatro camas dobles, todas mujeres y algunas con bebés. Lou conciliaba el sueño cada hora de por medio, viendo atentamente el reloj enorme que marcaba las cinco de la mañana. No quería quedarse dormida y llegar tarde a su primer día de trabajo. Aún no sabía cómo iba a asearse para ir, así que a las seis de la mañana se levantó de la litera y salió de las habitaciones.
Vio al final del pasillo una puerta con un rótulo blanco escrito en marcador la palabra ¨Donaciones¨. No dudó en acercarse, pensó que tal vez ahí alguien podría ayudarla a encontrar un baño donde lavarse la cara siquiera.
Una mujer de cabello castaño recogido en una coleta bostezaba detrás de un mostrador. Se notaba que apenas había llegado, el día comenzaba.
—Hola —dijo la mujer.
—Buenos días —le contestó Lou mientras se acercaba.
—¿Cómo te llamas? No te había visto por aquí —frunció el ceño. Se sentó frente al mostrador y sostuvo su rostro apoyado sobre sus manos.
—Me llamo Lou, vine anoche... ¿Aquí es donde vienen a donar cosas? —dijo Lou viendo hacia las espaldas de la mujer.
Varios cestos, cajas y repisas contenían ropa, juguetes y zapatos a montones.
—Sí, son las donaciones para el albergue. Dime, ¿qué necesitas? —le ofreció una sonrisa.
Lou no estaba acostumbrada al gesto. Pensaba que todo el universo se regía por las reglas de su propio mundo de dolor.
—Sólo tengo el vestido que traigo puesto —susurró Lou.
—Pues, ven. Encontraremos algo para ti —aseguró la mujer.
Lou rodeó el mostrador y miró las enormes pilas de ropa.
—Verás, mi trabajo junto con otra chica es dividir la ropa por tallas, así es más fácil regalarla a los que la necesitan —la mujer miró a Lou de pies a cabeza y asintió. Caminó hacia una pila y extendió algunas piezas—. Esto te quedará —le extendió un par de camisas.
—Gracias —las tomo tímidamente.
—Toma, lo que no te quede lo traes de vuelta para alguien que si pueda usarlo —le acercó un par de pantalones—. Y estos —le dio un par de zapatos negros sin tacón.
—Muchas gracias. Una pregunta, ¿aquí dan de comer?
—No, pero en la otra calle hay un comedor social. Te hago una pequeña constancia con la firma de este albergue y tendrás los tres tiempos de comida asegurada —le sonrió.
—¿Es enserio? —jadeó Lou.
—Claro, también tenemos diferentes propuestas de actividades que te ayudarán a conseguir dinero —la mujer caminó de regreso al mostrados.
Lou caminó detrás de ella escuchándola atentamente.
—¿Cómo qué? —preguntó Lou curiosa, no quería un oficio como el que le había propuesto el vagabundo.
—Ah, hay muchas opciones; recolectar artefactos metálicos y venderlos a la chatarrería, botellas de plástico, vidrio o latas de bebidas para reciclar, tocar la guitarra en los puntos de metro, ayudar en el comedor social; hay muchas cosas Lou, que pueden darte un poco de dinero —dijo la mujer mientras escribía sobre un papel. Lo arrancó y se lo extendió a Lou.
Ella lo tomó y lo examinó. Sonrió al saber que, a partir de ahora ella tendría donde dormir y donde comer.
—Muchas gracias.
—El desayuno se sirve a las siete, atrás del papel está la forma de llegar ahí desde aquí —le informó.
Un par de mujeres se acercaron al mostrador. Lou se dio cuenta que ya todos se habían levantado.
—Debes irte ahora, las colas son un poco largas —le dijo la mujer para luego desviar su atención en las dos mujeres.
Lou miró el papel y la ropa, y sintió como la vida no era tan cruel después de todo, y que ahora la vida le parecía hermosa. Sus únicas preocupaciones eran la comida y el sueño, y ahora tenía ambos cubiertos.
Se dirigió de regreso a la habitación y se puso la camisa blanca que le había donado la mujer, unos pantalones que le quedaban un poco grandes de las piernas, pero sabía que si comía diario, pronto los iba a rellenar. Los zapatos le quedaban bien, y eran más cómodos que los que había comprado el día anterior. Salió del refugio y caminó hasta el comedor social.
La fila que se abría desde la entrada daba la vuelta hasta la esquina de la manzana. Lou se posó detrás del último de la cola que avanzaba a paso de tortuga.
Lou sintió que la observaban. Miró detrás de ella y la camioneta color plata que la había llevado al refugio la noche anterior estaba aparcada con los vidrios arriba. Las ventanas se vinieron abajo, y el rostro amigable de ojos color malaquita se asomó con una sonrisa.
—Buenos días, Lou, ¿nos acompañas a desayunar? —le preguntó Lí desde la camioneta.
Lou estaba un poco confundido con el ¨nos¨ que había utilizado el director. Su forma de ofrecerle desayuno fue más una petición que un favor, así que Lou le devolvió una sonrisa y se acercó a la camioneta.
—Buenos días, director. ¿Cómo me encontró? —le preguntó.
—Casualidad —masculló entre dientes luego de unos segundos—. Sube.
La puerta de atrás de la camioneta se abrió dándole paso a su entrada. Lou se asomó y miró a una mujer cabello castaño oscuro con ojos grises sonreírle abiertamente; esa no era la esposa del director. Le fingió una sonrisa de regresó y subió a la camioneta. El aire acondicionado con olor a pino fresco fue agradable para su olfato.
—Hola —la saludó la mujer.
—Hola —le respondió ella tímidamente.
Lou miró hacia el frente los ojos profundos del director a través del retrovisor. Luego plantó sus ojos en el chico que se sentaba al lado de él. Pudo ver sus manos gruesas y sus muñecas adornadas por un par de ligas negras, el contorno de su cabello castaño claro era lo único que le pudo ver.
—Lou, ella es Danielle, es la mejor amiga de mi esposa —le informó viéndola por el espejo.
—Mucho gusto, señora.
—Y él es mi hijo, Jared —le señaló a su lado.
El chico se volteó hacia ella y le sonrió amistosamente.
—Hola, Lou —susurró Jared.
Jared tardó en voltear la mirada. Lou le había agradado a primera vista.
—Papá, ¿me puedo pasar atrás? —le susurró Jared a Lí casi inaudible.
Lí le lanzó una mirada burlona a su hijo. Lo conocía muy bien.
Llegaron a una cafetería a unas cuantas calles de la universidad y bajaron los cuatro. Para Lí y su familia la cafetería era decente, para Lou era la casa blanca. Se quedó boquiabierta al entrar y ver la enorme variedad de bocadillos que ofrecía tras los cristales. Se le hacía agua la boca. Su estómago comenzó a gruñir pidiendo compasión.
—Pediré un croissant —dijo el director sin siquiera ver los mostradores.
—¿Tú qué quieres, Lou? —le preguntó Jared acercándose a ella.
—No traigo dinero —dijo avergonzada. Ella pensó que ¨acompañar¨ estrictamente se refería a hacer presencia.
—Eso no es problema, elige lo que quieras —le ofreció con una sonrisa. Jared no despegaba la vista de los labios finos y rosados de Lou.
Ella se sonrojó ante la oferta. Le avergonzaba y al mismo tiempo extrañaba que alguien quisiera pagar por sus necesidades. Lou negó con la cabeza desconcertada.
—No te avergüences, Lou —tomó la barbilla de Lou y la alzó para mirarla a los ojos.
Ella miró fijamente los ojos castaños de Jared y sintió paz dentro de ellos.
Jared soltó su barbilla para tomarla de la cintura y arrastrarla por los vidrios.
—Mira —señaló a través del cristal—, ése es mi favorito. Pastel de manzana, te gustará —Jared deslizó la mano por la cintura de Lou hasta rodearla por completo.
—Se mira delicioso —murmuró Lou embelesada en el postre.
—Oye, Romeo, decídete —dijo Danielle desde una mesa junto a Lí.
Lou miró hacia atrás hacia la mujer de ojos grises. Jared sólo sonrió por lo bajo y quitó el brazo de la cintura de Lou.
—Dos platos de pastel de manzana —pidió.
Lou miró como la mujer de la cafetería sirvió dos deliciosos pedazos del pastel sobre dos platos pequeños y los deslizó sobre el mostrador.
—¿Café? —preguntó la mujer.
Lou se comenzaba a derretir, no sabía nada de las variedades de café, pero al menos podía arreglar cafeteras.
—Dos cappuccino —pidió Jared, luego miró a Lou—. Puedes ir a sentarte, si lo deseas —le murmuró en un tono suave.
Lou estaba asombrada por la amabilidad y la dulzura con la que Jared se dirigía hacia ella. Pero, la ponía nerviosa, como acariciar a un gato arisco. Ella no se movió hasta que la mujer les entregó el par de cafés. Jared tomó una bandeja y ahí depositó todo el menú. Lo cargó hasta la mesa y le ofreció una silla a Lou. Lí miraba a Jared burlonamente, sabía lo que estaba haciendo.
Lou habló poco mientras devoraba el delicioso pastel, ni siquiera se tomaba la molestia de masticar mucho cada bocado. Sentía que comía el manjar más delicioso que existía, mucho mejor que el pan duro que le daba el hombre ebrio.
—Gracias por el desayuno, estuvo muy delicioso —agradeció Lou mientras salían de la cafetería.
—Cuando gustes—le dijo Jared abriéndole la puerta trasera de la camioneta.
Ella entró y él se deslizó a su lado. Danielle subió al asiento del copiloto y Lí le lanzó una mirada de complicidad. Ambos sabían que Jared se sentía atraído por Lou.
—Así que, ¿te veré todos los días en la cafetería? —murmuró Jared sin despegar la vista del rostro de Lou.
—¿Trabajas en la universidad? —jadeó Lou.
Lí soltó una risita desde el volante y Jared sonrió con la vista baja.
—Estudio ahí —le aclaró.
—Oh sí. Qué torpe soy —bufó.
—Oye —Jared atrajo la barbilla de Lou hacia él —, no vuelvas a llamarte así, ¿bien?
Lou asintió perdida en los ojos de Jared, él también le agradaba. Lí se aclaró la garganta y ambos salieron de su trance. Danielle abrió la puerta.
—Dile a Jane que pasaré por ella cuando salga y no le cuentes lo que acabas de presenciar —le pidió.
Danielle rodó sus ojos y salió del auto. Este arrancó de la oficina de criminalística y volvió a la carretera.
No tardó en atravesar los portones góticos y estacionarse en un parking privado rodeado por árboles cortados en un óvalo perfecto.
—Llegamos —anunció Lí.
Lou abrió la puerta y bajó del auto, al igual que los demás.
—Jared, muéstrale la cocina a Lou; yo tengo que hacer una llamada —le pidió Lí a su hijo.
Jared sonrió satisfecho, sus ojos se iluminaron y mordió su labio inferior al mirar a Lou. Rozó sus dedos en la cintura de ella y la guio por la enorme compuerta de vidrio que ampliaba hacia un pasillo enorme. La gente caminaba y correteaba de un lado hacia otro, murmurando, riendo y leyendo; los universitarios.
—¡Hey, Jared! —lo saludó una chica pelirroja en cuanto entró.
—¡Hola, Allison! Excelente foto la de tu perfil —le contestó simpáticamente.
—¡Eh, Jared, hermano! —lo saludó un chico alto y delgado. Hicieron un saludo con las manos.
—¡Maxi! ¿Cómo te fue ayer?
—Genial. Tenías razón, te debo una —le gritó alejándose.
—Hola, Jared —lo saludó una chica con voz suave y sensual, cabello castaño y labios gruesos llenos de brillo labial.
—Kimberly —asintió Jared.
—¡Jared, ven acá! —le gritó un chico a lo lejos.
Lou y Jared voltearon hacia él. Jared le hizo una seña de lejos, y el chico se encogió de hombros.
Lou estaba realmente confundida, sentía que Jared no la trataba especialmente, sino que así era su personalidad, lo que no le disgustó para nada. Todo lo contrario, le agradó aún más.
Jared no deshacía la sonrisa suave de su rostro conforme caminaba con Lou. De repente, Lou se dio cuenta que Jared ya no caminaba a su lado, algo lo arrebató repentinamente. Ella se volteó y un par de chicas lo arrinconaban contra unos casilleros. Él sonreía incómodo y las chicas merodeaban frente a su rostro a escasos centímetros.
—Vamos, Jared, no te hagas el difícil —jugueteaba la rubia.
—Estem... Joyce, tengo que irme —mordió sus labios mirando en todas direcciones.
—Esta noche, Jared. Joyce, tú y yo... todos los chicos matarían por una oferta así —la otra chica con el tono de cabello rubio más oscuro se acercó a los labios de Jared.
El chico alejaba su cara incómodo y miró a Lou, quien esperaba incómoda con la vista hacia el suelo.
—Eh, enserio, chicas; Tengo que irme, les texteo luego —se zafó rápidamente de la encrucijada. Se acercó a Lou y siguieron caminando.
—Perdona eso último —frunció sus labios.
—Está bien, se nota que eres... popular —Lou alzó una ceja.
—¡Nah! Sólo soy un poco sociable —dijo modesto—. Mira, aquí es la cafetería —abrió la puerta metálica y ambos entraron.
Lou se quedó pasmada al ver el enorme comedor lleno de cristal y metal.
—Aquí está la cocina —le indicó una puerta.
Ambos la atravesaron y dentro estaban cuatro mujeres mayores, dos chicas y un chico.
—Buenos días, señoras —saludó Jared.
—Hola, Jared. ¿Cómo amaneciste? —le pestañeó una de las chicas.
—Reluciente, pero no tanto como tu sonrisa —le guiñó un ojo.
La chica soltó una risita tonta y la de su lado hizo cara de disgusto.
—¿Quién es tu amiga? —le preguntó una de las mujeres.
—Su nombre es Lou, mi padre la contrató ayer, les ayudará en lo que deseen. Es muy eficiente, eh.
—Bueno, si tu padre lo ordena, eres bienvenida Lou —le sonrió otra de las mujeres.
—Gracias —contestó Lou.
—Mira, ella es Margaret, Dana, Lila y Denise. Las chicas son Kim y Valerie. Él es Thomas —dijo al señalar al chico.
—Hola, espero serles de ayuda —murmuró.
Se escuchó el timbre resonando por todos los rincones de la universidad.
—Tengo que irme —anunció en voz alta, pero luego se acercó a Margaret, al parecer la que poseía más mando y se inclinó hacia su oído—. Trátenla bien; ella es... especial —le susurró.
Margaret le asintió con una sonrisa. Jared se acercó a Lou y plantó un beso en su mejilla.
—Nos vemos luego, Lou. Te lo prometo —susurró en al oído antes de salir por las compuertas.  

Malas Decisiones (Tercera temporada de Niña Mal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora