Capítulo 43: Las consecuencias

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Me quedé en silencio. Casi que enseguida, Dafne me abrazó porque sabía que, aunque lo que había hecho era colocarme los pies sobre la tierra, era algo tan doloroso como recibir una bala en el pecho. Me refugié entre sus brazos y medité sus palabras. Era una verdad que no quería reconocer, pero tarde o temprano debía hacerlo.

-¡Chicas! -Larry sonó el claxon-. ¿Qué tanto demoran?

Dafne y yo nos separamos.

-Ya vamos -le avisó y volvió a verme-. ¿Estás bien?

Asentí no muy segura. Los gestos de mi mejor amiga se tornaron compasivos. Me tomó de la mano y me llevó hasta el carro. Apenas su hermano me vio, abrió la boca sorprendido. Sentía tanta vergüenza que no pude mantenerle el contacto visual.

-Vaya, Katheleen... Nunca imaginé que eras una chica fiestera.

-Sólo maneja a casa, ¿sí? -Dafne le dijo.

-¿A nuestra casa?

-Por supuesto, idiota. Ella necesita asearse y cambiar de ropa. ¿O quieres ser tú quien la lleve a su casa en este estado?

-¡Ni loco! -arrancó-. Tu mamá da mucho miedo, Kathe.

Larry colocó un CD de Queen para armonizar el camino. Tarareo, como si nada, un par de canciones. Ante sus ojos, debía ser una simple adolescente que se dio una escapadita, pero se le fue la mano con el tiempo y ahora estaba en problemas.

Yo, por el contrario, sí sabía lo que había hecho esa noche y mi autoconcepto estaba derrumbado. Me sentía humillada y sucia, pero, sobre todo, culpable. Culpable no por el dolor de cabeza que les debí haber dado a mis padres, ni mucho menos por lo que el resto pensara sobre mí, sino por mí misma. Me sentía culpable por el daño que yo misma me causé. Me sentía culpable porque me puse en último lugar y me permití caer tan bajo.

Al llegar a la casa de ellos, Larry se las arregló para distraer a sus padres mientras Dafne me colaba a su habitación. Apenas entré, tenía tanto afán por despojarme de la ropa asquerosa que llevaba, que no reparé en la presencia de mi amiga. Ella me dio dos toallas.

-En el baño hay champú y acondicionador -me avisó-. Usa lo que necesites. Puedes demorar el tiempo que quieras.

-Gracias, Dafne. En serio.

Esbozó una ligera sonrisa.

-Para eso estamos las amigas.

Entré al baño de su habitación. Me miré una vez más en el espejo y descubrí que tenía algunos chupones y marcas de uñas en mi espalda. Evité seguir viéndome por la vergüenza que sentía hacia mí misma y entré a la ducha. Abrí el grifo y dejé que el agua cayera en mi cabeza, entonces liberé todo el llanto que estaba conteniendo.

Debí haber tardado más de media hora en ese baño restregando reiteradas veces una esponja contra cada rincón de mi cuerpo. No importaba lo que hiciera, el sentimiento de suciedad no se desvanecía. Me sentía usada y ultrajada. Lo peor de todo era que yo me lo busqué; yo acepté colocarme en esa posición en primer lugar. Cerré el grifo, todavía sintiéndome como una mierda, y me coloqué una toalla en mi cabeza y otra alrededor de mi cuerpo. Abrí la puerta y descubrí que Dafne me estaba esperando con una muda de ropa nueva y un plato de comida que lucía apetecible.

-Supuse que no habías comido nada -me dijo.

-Dafne, no sé cómo pagarte lo que has hecho por mí -la abracé con fuerza-. Eres la mejor.

-Tranquila, algún día me lo harás.

-Espero que así sea.

Me senté en la cama y le di una mordida al sándwich de queso a la parrilla que hizo para mí. Ella cogió un cepillo y, con suma paciencia, empezó a desenredarme el cabello.

-Oye, tienes que empezar ese ensayo de una vez por todas -me recordó entre bromas-. Si me voy a Australia, ¿quién va a deshacer las estupideces que cometas?

-Estaría tan perdida sin ti.

-¡Estamos de acuerdo! Así que... ¿Lo harás o no? Porque puedo ponerme intensa con eso.

-Lo intentaría, pero queda poco tiempo de plazo. Y si antes estaba castigada, no sé qué será de mí ahora que vuelva a casa -dije resignada.

-¿Ya pensaste que le dirás a tu mamá?

-No. ¿Tienes alguna idea?

-Episodio de sonambulismo o brote psicótico; algunas de esas dos nos podrían servir.

Me eché a reír.

-Por supuesto. ¿Cómo no pude pensarlo antes?

Una vez terminé el sándwich, me coloqué la ropa y me alisté para irme. Larry se ofreció a llevarme a la casa y Dafne lo acompañó para darme fuerza moral durante el camino. Cuando estábamos llegando, les pedí que aparcaran un poco antes para evitarles problemas.

-¿Estarás bien? -ella me preguntó.

-No lo creo.

Me dio un fuerte abrazo.

-Nos vemos pasado mañana en clases.

-Si no estoy muerta antes -salí del vehículo.

Estando frente a la puerta, inhalé y exhalé a profundidad. Tuve que tocar el timbre porque había perdido las llaves en algún trecho entre el bar y la fiesta. En cuestión de segundos, mi mamá abrió la puerta. Se sorprendió tanto al verme que casi se le desencaja la mandíbula. Sin embargo, el gesto de sorpresa pasó a convertirse en uno de cólera casi que enseguida. Se contuvo mientras me entraba porque estábamos a plena luz del día, pero apenas se cerró la puerta, explotó como nunca antes lo había hecho.

Me bombardeó a preguntas sobre dónde estaba, qué hice y si salí a encontrarme con Marianne; preguntas que, como de costumbre, no me dejó responder. Ella continuó con su largo discurso repitiendo que yo era una descarada, que no la consideraba, que me había convertido en una niña problema y que era una vergüenza para la familia. Aquella vez me quedé callada escuchando las frases hirientes que escupía sobre mí porque, después de todo, tenía razón. Yo era eso y mucho más.

SERENDIPIA PARTE I: MARIANNEWhere stories live. Discover now