Capítulo 41: En ácido

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Dentro de poco, las primeras alucinaciones empezaron a aparecer. Estaba dándole la espalda a Deborah y mirando hacia la pared. En mi cabeza, me preguntaba cuándo iba a surtir efecto. De un momento a otro, vi que la pintura de la pared derretía. No es que me lo imaginara, realmente podía verlo y estaba aterrorizada.

—¡S-se derriten! —la sacudí para que mirara.

—Joder, debes calmarte —me agarró de los brazos entre irritada y avergonzada—. Si no te tranquilizas, tendrás un mal viaje y yo no me voy a quedar para verlo.

Con el contacto de sus manos, sentí que estaba hecha de agua y que miles de ondas se expandían a lo largo de mis poros. Entonces mi piel empezó a teñirse de azul.

—¿Qué demonios me está sucediendo? —le pregunté mientras que observaba mi cuerpo anonadada.

—LSD —esbozó una sonrisa macabra—. ¡Disfrútalo!

Cuando Deborah dijo disfrútalo, mis oídos escucharon esa palabra como si estuviese ligada a la electrónica que sonaba, y se repitió una docena de veces en distintos tonos y frecuencias. Miré a las personas alrededor de nosotras; por algún motivo, no me parecían desagradables ni me generaban rechazo. Tenía la fuerte convicción de que hacían lo que hacían porque debían mantener la armonía de algo que ni siquiera puedo explicar.

—Qué locura…

Me enfoqué grupo por grupo. Algunos parecían actuar en cámara lenta mientras que otros se movían de forma rápida. Mi atención se la robó la chica que bailaba sobre la mesa; de ella se desprendía un color rojo dulce, pero con toques de amarillo rechinante. Un tipo le dio una nalgada y pude ver cómo su mano se hundió su glúteo.

—Sorprendida, ¿eh princesa?

Volteé hacia ella y vi cómo su rostro se deformó expandiéndose y contrayéndose. Aquello me hizo tanta gracia que no pude evitar reír a carcajadas. Ella me miraba entretenida.

—¿Qué tenía ese cartoncito? —pregunté una vez me recuperé.

—Vienen impregnados de un potente ácido.

De repente su piel me causó intriga. Llevé mi mano a su rostro y empecé a acariciarlo con el asombro de un infante descubriendo las texturas de lo que le rodea.

—¿Por qué tienes plumas en tu rostro, Marianne? Oh, cielos —me llevé la palma a la cara—. ¿Dije Marianne?

Ella se rio.

—¿Quieres verla?

—Me encantaría —confesé.

—Cierra los ojos.

Al cerrarlos, vi caleidoscopios que explotaban en fuentes de colores y otras cosas que no podría describir porque las palabras se quedarían cortas. Sólo podría decir que esa era una experiencia fuera de lo que conocemos en esta vida.

—Ahora piensa en ella.

Apenas dijo eso, el rostro de Marianne apareció en el centro de los colores irradiando una luz blanca que me daba calma. Se acercó y me besó; eso se sintió muy real. No sabía si era parte de la alucinación o si Deborah se había aprovechado de mí. Sin embargo, no me esforcé en descubrir la verdad porque, en ese momento, mi cerebro bañado en ácido se lo atribuyó a la chica del cabello corto.

—Princesa, es hora de que nos vayamos.

Abrí los ojos.

—¿A dónde nos vamos?

—Tengo que realizar una entrega en una fiesta. ¿Vienes o no?

—No tengo más opciones, ¿verdad?

SERENDIPIA PARTE I: MARIANNEWhere stories live. Discover now